EN BUSCA DE MARVAELANDA
por Laura Acosta

Revista Digital La Fresa - junio 2007

 

 

Después de ver una y otra vez (no podía parar de admirarlas) las piezas de la última exposición de Joël Mestre, no puedo dejar de percibir Marvazelanda –título de la muestra- como una idea infinita. Uno de esos lugares donde todo es posible. El distrito de la fantasía y de la imaginación, donde nacen, crecen y viven los sueños. Allá adonde acudimos cuando la realidad nos golpea imprudente y dura. Permítame el artista que hable de Marvazelanda como si fuera un lugar que me perteneciera, pero es que uno corre el riesgo de sentirlo así al terminar de ver estos últimos trabajos, tan especiales como inesperados.

 

La palabra elegida para dar nombre a la exposición es un nombre cualquiera, inventado, y evoca un lugar inexistente pero innegable, que habita en nuestra memoria infantil, en nuestros deseos adultos, en nuestras aspiraciones futuras. Hay que repetirlo muchas veces para que se quede bien grabado, pero una vez memorizado no se te olvida ya nunca. Te sale solo, en medio de una conversación, al meditar, al dudar, al contemplar… te despistas un instante y ahí está, Marvazelanda. Se trata de un territorio desierto que alberga la inquietud de ser colmado de sueños. Sueños que se escapan por los cuerpos que rebosan fantasía. Fantasías que conviven abundantemente en la infancia. Una virtud –la de soñar- que va cayendo en desuso conforme nosotros creemos tener más los pies en la tierra.

 

Juguetes. Objeto de deseo de todo niño. Restringido placer adulto. Hay exposiciones que nos regalan un grato viaje no ya a la infancia, sino al sentir de ese periodo. El trabajo de Joël Mestre me ha resultado desde que lo conocí muy onírico, muy metódicamente salvaje y sugerente, fuente constante de inspiración para hacer viajes que divagan por mundos rectilíneos de neones color fuego. Sin embargo, ahora se adentra en otro tipo de escenografías y descubre a través de la figuración nuevos mundos perdidos que se ocultan tras objetos contundentemente trazados: barcos, aviones, avionetas… Todos sus intentos anteriores de pajaritas de papel replegadas que acaban estrelladas contra nombres exóticos, alzan el vuelo firme, ahora sí, al dirigirse a Marvazelanda, tomando prestadas para ello las formas de vehículos aéreos reconocibles. Éstos, instrumentos portadores de aventuras, se camuflan traviesos en formas adecuadas, pero no pueden evitar guiñarnos un ojo cuando aterrizan y nos dejan ver sus sombras, que en absoluto se corresponden con sus cuerpos. Se descubre la metamorfosis del objeto. Se destapa la ironía del artista.

 

Mestre tiene la maestría del que a través de colores planos recrea espacios volumétricos profundos, con perspectiva y cierto relieve. Huye de la mezcla pictórica gratuita y efectista como en sus lonetas las nubes huyen de los cielos, dejando tras de sí limbos infinitos de interminables azules y grises. La manera en la que trata el color y el espacio, con esa severa geometría nos remite a la obra de Malevich, en su etapa de pinturas suprematistas. En ese juego de espacios interconectados por trazos rectilíneos, de líneas que terminan en otras y de campos de color meticulosamente aplicados, Mestre despliega a su vez juegos volumétricos en figuras que Malevich trató como objetos planos. También, los Proun de El Lissitzky se nos viene a la mente al ver los trabajos anteriores de Mestre. La majestuosa manera en que el ruso creaba sensaciones dinámicas en sus composiciones a través de planos horizontales, verticales y diagonales, es también alcanzada por Joël en piezas como Packaging para una estrella, El piloto ciego, o La propuesta de Alfanhui, obras donde las formas entretejen nuevos planos de manera rítmica, creando sensaciones de movimientos imposibles.

 

Dice Mestre en su catálogo que “la imagen simulada de un mundo al alcance de la mano puede ser hoy una aventura mucho más sedentaria y enloquecida quizá”. Esto nos acerca a la virtualidad, a la tecnología y a la posibilidad de establecer vínculos comparativos entre lo aéreo y lo on-line, territorios por donde planean informaciones volátiles, etéreas, que viajan a través del espacio, del tiempo y de las ondas, pudiendo llegar intactas al destino, pero también pudiendo alterarse, desmembrarse o vaciarse en la travesía. En este sentido, la obra de Mestre está señalando directamente algunos de los vicios que tendremos que seguir de cerca en los próximos años: la habitabilidad de la tecnología en los hogares y el distanciamiento de la capacidad emotiva a través de experiencias simuladas.