Texto
incluido en el catálogo de la exposición colectiva "Figuraciones:
Arte civil+Magicismos+Espacios de Frontera" organizada por Caja
Madrid. Inauguración
Enero 2003. Barcelona
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Una
serie inédita -la de los estandartes o banderas infografiadas- y un conjunto de
pequeñas esculturas -casi todas ellas construidas en hueso y arcilla- integran
la propuesta que representa a Joël Mestre en esta exposición. Las banderas
eran un proyecto pendiente de realización y que enlaza directamente con la
muestra Los balcones de Telépolis,
que el Centro Cultural La Mercé, de Burriana (Castellón), y la galería My
Name´s Lolita Art, de Valencia, dedicaron a Mestre entre octubre de 1998 y
enero de 1999. Las cinco piezas escultóricas son las primeras, las originarias,
de un ciclo que el artista esta desarrollando en la actualidad, y que, según
declara el título de una de ellas, Telepolita
-homúnculo cosmopolita realizado en madera, poliuretano y acrílico-, asimismo
se refiere a esa geografía literaria y cibernética que describe el inequívoco
territorio Mestre. Como vemos, se trata de un territorio declaradamente
vinculado con el mundo de dos libros de Javier Echeverría: Telépolis y Los señores
del aire: Telépolis y el tercer entorno, editados por Destino, Barcelona, 1999.
Nos
encontramos, pues, ante una propuesta de arte que, sobre todo, va más allá de
los límites impuestos, y que -como dice Maurizio Fagiolo dell´Arco, tratando
de los metafísicos De Chirico y de su hermano menor Savinio-, indaga, además
de en el lenguaje mismo, en las razones del hombre y de la cultura (Giorgio de
Chirico y Alberto Savinio, de la metafísica al surrealismo, en el catálogo de
la exposición Memoria del Futuro. Arte italiano desde las primeras vanguardias a la
posguerra, Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 1990).
Un
arte que va más allá de los límites impuestos. De ahí, el registro
inquietante de esta proposición, en que una escultura y una pintura
-relacionadas con los procedimientos de lo artesano y lo arqueológico, la
infografía y el plotter- enlazan con materias de la tecnología de la
información, de la filosofía de la ciencia, de la ciencia de la lógica y de
la lógica del sueño, así como con asuntos sociales y con la propia narrativa
literaria actual, traduciendo en planimetrías esos mapas o cartas que amalgaman
y confinan lugares reales y soñados, títulos de película, nombres de
preferencia, cosas, en esta especie de telepolitano cuarto de banderas que
constituye su instalación en nuestra exposición, disponiendo su conjunto de
estandartes referidos a lo virtual frente a una vitrina tipo pecera -pero también
tipo caja de museo decimonónico- en la que se exhiben huesos animales hallados
en los campos levantinos, elegidos y restaurados por Mestre como si casi de un
arqueólogo se tratase, aplicándoles la intuición, el conocimiento, el sentido
común y la fantasía (si es que se pueden del todo distinguir), y combinando el
metamorfismo o alteración natural de lo mineral con la mudanza poética de la
metamorfosis.
¿En
que sentido enlaza esta obra con la categoría metafísica, siendo Joël Mestre
uno de los adelantados de los jóvenes neometafísicos levantinos? Se ha
discutido tanto sobre esa categoría, que bien merece la pena que escuchemos las
mismas palabras de sus fundadores, concretamente aquí las que escribió Savinio:
“Para muchos, la poesía viene de fuera a las cosas, las toca, las
penetra, las anima; para otros, como yo, la poesía no viene de fuera, sino que
nace de la cosa misma: del fondo de cada cosa. Esta es la propiedad de la poesía
metafísica, este nutrirse de sí misma, como los lagos de origen volcánico.
Recuerdo la insistencia de mi hermano y mía, en el tiempo en que, de acuerdo,
ilustrábamos y comentábamos el carácter de nuestra poesía metafísica, al
hablar del aspecto de las cosas, es decir, de su semblante interno. De aquí
deriva el carácter de sueño de nuestra poesía metafísica, de un mundo en
condición de sueño, es decir, de desnuda interioridad y libre de
revestimientos añadidos por la exterioridad. Y recuerdo que la anatomía
interna era un elemento que aparecía frecuentemente como una arquitectura, como
una especie de geografía de aquella poesía nuestra. Los artistas anticipan los
descubrimientos.” (Tales y Pitágoras, La Fiera Letteraria, Roma, número
del 13 de febrero de 1948). Las osamentas de las esculturas de Joël Mestre, y
los trazados y esquemas geométricos de las líneas de comunicación
interterritorial de estas banderas suyas ¿acaso no son sino desnuda
interioridad, anatomía interna, arquitectura y geografía y semblante interno
del universo y descubrimiento de la psique de las cosas? ¿Y no tienen sus imágenes
“la misma densidad del sueño” o “su mismo tipo de ver”, como dice Salvo
-otro artista preferido de Mestre- en su cuaderno de pensamientos De la Pintura (Temple/Pre-Textos, Valencia, 1989)? ¿No es esta Telépolis
una Nueva Atenas de Mestre, paralela y tan clásica y tan ensoñada como aquella
Nouvelle Athene de los hermanos De
Chirico?
En
efecto, en estos estandartes altivos -de una imprevista retórica- y en estas frágiles
osamentas -de iconografía mitológica y de materia ebúrnea- alientan las
mismas palabras de De Chirico, cuando declaraba su antimodernismo en el axioma Pictor
Classicus sum, y asimismo alienta la vocación de Savinio al proclamar que
“el deber nos llama a perfeccionar el arte, nos llama para levantarlo y
conducirlo hacia los destinos que se le han asignado: el clasicismo. Clasicismo
que, claro está, no es vuelta a formas precedentes, preestablecidas y
consagradas por una época ya transcurrida, sino logro de la forma más apta
para la realización de un pensamiento y de una voluntad artística”. Un
clasicismo encarado con el futuro y con la memoria de futuro de que habla Javier
Echeverría, cuando en términos apocalípticos relata cómo “al observar las reliquias de los pueblos y de las ciudades antiguas,
llama la atención que los tejados de sus edificios estén poblados por una
selva de antenas y artefactos que constituyen la interfaz que sus habitantes
mantienen con Telépolis. Podemos afirmar, por tanto, que los tejados son las
auténticas fachadas de las nuevas telecasas”. Un clasicismo que mira el
mundo telequinético, los rótulos de las ciudades, las luces de los semáforos,
los signos y diagramas de la señalética, los paradigmas del diseño de
instrumentos, el misterio laico del laberinto de los caminos, el círculo
vicioso de las pistas, líneas y redes, el brillo casi inédito de las
pantallas, y los restos de una prehistoria que todos han querido olvidar. Joël
Mestre les da un lenguaje simbólico y un tempo
nuevos, pero que vienen de lejos, parodiando a la diosa tecnología, reajustando
la sensibilidad, pintando pensando, desde un instinto de presente eterno en el
que Telépolis se sobrepone a Valencia, y la Academia Española de Historia,
Arqueología y Bellas Artes en Roma se sobrepone a la Facultad de Bellas Artes
de San Carlos de la Politécnica valenciana, e incluso a la histórica muestra
fundacional Muelle de Levante.
J.M.-M.
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