Las jornadas de Serafin (1993) Pigmento y látex sobre loneta. 50 x 61 cm.
JOËL MESTRE, UN PINTOR YA IMPRESCINDIBLE |
Juan Manuel Bonet |
Catálogo de la exposición Becados Alfons Roig : Teresa Cebrian -Joël Mestre. Sala Parpallo del Centro Cultural La Beneficencia. Valencia. 12/1995 - 2/1996
Joël
Mestre, castellonense afincado en Valencia, en cuya facultad de Bellas Artes se
formó, y sobre cuyo trabajo me alerto hace ya varios años ese gran detector de
talentos que es Dis Berlin, pasará esta temporada en Roma, gracias a una de las
becas que concede nuestra Academia. Joël Mestre es uno de los pintores más
interesantes de la escena española última, dentro de la cual hay que
encuadrarle en el ángulo neo-metafísico, y más concretamente en el núcleo
que Nicolás Sánchez Durá y yo juntamos en la colectiva Muelle de Levante,
algunos de cuyos integrantes trabajan con una galería valenciana pionera, My
Name´s Lolita. Aunque ya en el catálogo de aquella muestra subrayé que él es
el más extraterritorial de todos, con sus compañeros de aventura comparte no
pocas cosas, entre las que destacaré una cierta frialdad de ejecución, la
voluntad de decir la extrañeza de los espacios más cotidianos, el gusto por el
artificio y por las épocas y los estilos inciertos, y el interés por la
figuración a trasmano. Uno
de los rasgos distintivos del arte de Joël Mestre, y probablemente el más
inmediatamente percibido por el espectador, es que su lenguaje procede del de
los medios de comunicación de masas, y de un modo muy concreto de las pantallas
de televisión y de ordenador. Existen precedentes a su actitud y estoy pensando
en ciertos pintores pop, tanto norteamericanos (de Ruscha, tan del gusto del llorado
Alcolea, o Rosenquist, del que Dis Berlin es tan fan) como europeos (el británico Richard Hamilton, el francés
Jacques Monory, y a ratos Gordillo), pero en nuestra escena no conozco a nadie
que haya explorado de un modo tan sistemático la frialdad de la grisalla, el
parpadeo de los números digitales, el verdor venenosamente nocturno, la
diurnidad amarilla, la extraña realidad virtual que reina en las pantallas de
este fin de siglo. Otro
rasgo distintivo de la pintura de Joël Mestre, es que nos coloca ante escenas
donde se dan la mano, al metafísico modo, lo más cotidiano, y lo más
misterioso; lo más banal -casi diríamos lo más ramplón-, y lo más sublime.
Sus chalets iluminados delante de los cuales pasean heroínas demóticas, sus
paisajes idílicos de montaña con chalets, sus árboles de humo, sus fantásticos
motoristas europeos con cara de velocidad, sus bodegones hechos de penumbra y
brillos -uno de ellos la quintaesenciada Flor chivata, figuró en Muelle
de Levante, pero también esta muy bien el Supermercado Paraíso, compuesto por recipientes de detergentes-, sus
bandadas de pájaros macizos y como detenidos en un vuelo lento, sus animales
que beben en pozos de luz verdosa, el escalador de Estado
de bienestar, el personaje arcimboldesco hecho a base de cápsulas con pin
reluciente, sus vigilantes con linterna, su Paisaje caprichoso con síntoma de
prosperidad, constituyen otros tantos hallazgos, otras tantas joyas que debemos
incluir, junto a ciertas visiones de pintores como los mencionados, o como Alex
Katz, Salvo o Milan Kunc, en nuestro museo imaginario de esta modernidad tardía,
en la que sigue reinando lo que un narrador francés de mi predilección, Pierre
Mac Orlan, llamaba en los años treinta, “le fantastique social”. Mientras
más de un artista, con estos mismos “ingredientes”, se hubiera quedado en
la mera anécdota, o en el regodeo, a la larga bastante cargante, en los valores
de Kitsch, Joël Mestre ya ha
conseguido elevar la anécdota a categoría, y construir un universo plástico
coherente y sutil. Un universo de una modernidad desapasionada y desasosegante,
casi en el umbral de la ciencia-ficción, y en el que a la poste reina una extraña
calma. |