Joël Mestre. Entre lo propio y sus antípodas |
Álvaro
de los Ángeles POSDATA. Suplemento Cultural - Levante El Mercantil Valenciano. 1 de Junio de 2007
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La
proximidad es uno de los grandes temas de análisis en cualquier tipo de
manifestación artística. No ya tanto por el hecho de hablar sólo de aquello
que se ha vivido (Godard sic) como por
la inevitable fuerza que ejerce sobre el itinerario diario en la trayectoria
general de un artista. El material de estudio de lo próximo ha ido añadiendo,
a la fisicidad de los objetos y las cosas “a mano”, la virtualidad de un
mundo que se asoma a la ventana vitrificada del monitor y que posee elementos
sustitutivos de la geografía en las conexiones de redes internáuticas. Esta
dualidad entre lo netamente físico y lo virtual puede ser transportada, si
acaso en el ejemplo concreto que nos ocupa, hacia un territorio dicotómico
entre la realidad y la ficción, o entre el posible verismo de la narración en
sus datos fieles u objetivos y su contrapunto en la fantasía de los cuentos y
las fábulas. Joël
Mestre (Castelló de la Plana, 1967) baraja diferentes niveles de representación
en su trabajo eminentemente pictórico. Por un lado, en sus pinturas habitan
paisajes u objetos que quieren representar el mundo visible: barcos y aviones
habitando lugares paradisíacos unas veces, espacios neutros como sets
fotográficos que aíslan a los protagonistas, otras (lugares y no-lugares como
una contraposición inevitable). Junto a la recreación de medios de transporte
aparecen embalajes de cartón, a modo de referencias simbólicas que actúan
como puente entre obras de series anteriores y las actuales. Estas cajas, vacías,
plegadas o desplegadas que sugieren naves espaciales o modos imposibles
de packaging, pueden interpretarse
como herramientas aptas para el juego y la evocación. Por un lado muestran una
clara similitud con el objeto real; por otro, representan objetos ficticios que
adquieren en este contexto pictórico, una vida propia heredera de la fantasía.
Como hilos conductores entre ambos objetos –los medios de transporte y las
cajas de cartón– y de forma literal, aparecen líneas amarillas que tanto
emulan las señalizaciones en las pistas de los aeropuertos (De
Sondika a la Paloma o 17:33 PM),
como dibujan la trayectoria de una caída libre (San
Miguel abatido o El vuelo y la caída
de Epson). En otras ocasiones, las rectas parecen conexiones entre mundos
opuestos, como en la pintura Cessna de
sillón mullido o, más abiertamente, en los dípticos Las
tres sirenas o Marvazelanda, a su
vez título-concepto de la exposición. En estos dos últimos casos, la parte
izquierda del díptico muestra cajas vacías de las que surgen los hilos
anaranjados hasta encontrar, en el lado derecho, el casco del velero o las alas
y los reactores del avión; metáfora clara entre el hogar representado por el
cobijo del cartonaje, y el afuera que proporciona el viaje. Unas conexiones físicas
que representan las creadas por la imaginación del relator de cuentos. Este
aspecto es claro en obras que aportan títulos tan sugerentes como Packaging
para una estrella o Packaging para río
y afluentes, perfecta conexión entre mundos dispares que no evita la
representación de ambos con la opacidad y la luminosidad como representantes
del mundo objetual y el virtual, respectivamente. En cualquier caso, J. Mestre está contraponiendo mundos opuestos complementarios. Los grandes viajes transoceánicos o los nombres exóticos, propios de las novelas y las películas de aventuras, actúan como fantasía de una realidad más próxima (la calle propia) y no menos imaginativa, donde los embalajes de la impresora o del pack de cervezas son suficiente argumento como para desdoblarse en lo otro, habitante de unas antípodas imaginables como contraste en la cotidianidad. La exposición se completa con una serie de lonas de gran formato impresas, sobre las que J. Mestre ha generado sus propios mapas: mezcla de trayectoria artística y vivencias personales. Los mapas que reflejan lo propio y las antípodas de sus fantasías. |