Inscrito
en la tendencia de la Nueva Figuración, donde la vertebración narrativa impera
-y puede llegar a dictar- sobre el tratamiento exclusivamente pictórico, el
artista castellonense Joël Mestre ha conseguido, en un rápido desarrollo
evolutivo, destacar entre sus compañeros de camino con un producto cuya
originalidad trasciende a sus fuentes referenciales, entre las que se encuentra
la Escuela Metafísica Italiana y la sintaxis del Pop.
Su pintura, un territorio pródigo en elementos de lectura, que malamente podrían
articularse entre sí bajo otros auspicios, funciona como una reflexión aguda
sobre el tiempo y la ficción, donde la ironía se asienta en una buscada
ingenuidad formal como necesario contrapunto. El autor construye episodios
donde la idea de transición es la impronta que regula las relaciones entre lo
real, lo ficticio y lo desconocido, de un modo que
entronca con la tradición escénica, es decir, desde una puesta en escena
encaminada a multiplicar los niveles de lectura. Utilizando la monocromía como
elemento unificador (como escenario), la pintura nos sitúa ante un paisaje
omnipresente, pero a la vez misterioso en su indefinición espacio-temporal,
incerteza del día que viene o del que se va, de lo pasado o futuro -aspecto
doblemente realzado por la incorporación de cierta estética que nos remite a un
futuro anunciado antaño- y cuyo gran punto de inflexión está representado por la
pulcritud geométrica de las cosas que se alzan -arrogantes en su soledad- como
extraños protagonistas testimoniales. Entre ambos (entre lo objetivamente
natural y lo objetivamente artificial), Mestre nos presenta lo subjetivo, la
vida como materia: Héroes totémicos que se erigen vigilantes sobre los hogares
que son, a la vez, sus pedestales; pájaros escultóricos que, por mor de su
estaticidad, van o vienen de ninguna a ninguna parte; vegetación cuya
arborescencia parece surgida de un modelo a escala; graciosas damiselas que,
como sombras sin identidad, recortan sus atributos a contraluz. En suma,
símbolos de lo animado, que en esta obra son el acento semántico del artificio
escenográfico.
Por último, existe lo que no vemos, lo que explícitamente se nos oculta o lo
que subyace tras los portales y ventanas que anuncian otro mundo, al otro lado
de la frialdad electrónica del neón que, como un faro en la oscuridad, promete
la salvación y que, en esta pintura, es otro ejercicio entre lo real y lo
virtual. El mundo de lo íntimo e irrevelable; la escena, la historia que sólo
podemos imaginar. Carambola final entre el artificio y lo verdadero como
brillante acto de Arte-Ficción. |