Familia prosperidad (1994). Pigmento y látex sobre loneta. 81 x 100 cm

 

Joël Mestre. Autor de Arte-Ficción
Chistian Parra-Duhalde
 

Inscrito en la tendencia de la Nueva Figuración, donde la vertebración narrativa impera -y puede lle­gar a dictar- sobre el tratamiento exclusivamente pictórico, el artista castellonense Joël Mestre ha conse­guido, en un rápido desarrollo evolutivo, destacar entre sus compañeros de camino con un producto cuya origi­nalidad trasciende a sus fuentes referenciales, entre las que se encuentra la Escuela Metafísica Italiana y la sintaxis del Pop.

Su pintura, un territorio pródigo en elementos de lectura, que malamente podrían articularse entre sí bajo otros auspicios, funciona como una reflexión aguda so­bre el tiempo y la ficción, donde la ironía se asienta en una buscada ingenuidad formal como necesario contra­punto. El autor construye episodios donde la idea de tran­sición es la impronta que regula las relaciones entre lo real, lo ficticio y lo desconocido, de un modo que entronca con la tradición escénica, es decir, desde una puesta en escena encaminada a multiplicar los niveles de lectura. Utilizando la monocromía como elemento unificador (como escenario), la pintura nos sitúa ante un paisaje omnipresente, pero a la vez misterioso en su indefinición espacio-temporal, incerteza del día que vie­ne o del que se va, de lo pasado o futuro -aspecto doble­mente realzado por la incorporación de cierta estética que nos remite a un futuro anunciado antaño- y cuyo gran punto de inflexión está representado por la pulcri­tud geométrica de las cosas que se alzan -arrogantes en su soledad- como extraños protagonistas testimoniales. Entre ambos (entre lo objetivamente natural y lo objeti­vamente artificial), Mestre nos presenta lo subjetivo, la vida como materia: Héroes totémicos que se erigen vi­gilantes sobre los hogares que son, a la vez, sus pedestales; pájaros escultóricos que, por mor de su estaticidad, van o vienen de ninguna a ninguna parte; vegetación cuya arbores­cencia parece surgida de un modelo a escala; graciosas damiselas que, como sombras sin identidad, recortan sus atri­butos a contraluz. En suma, símbolos de lo animado, que en esta obra son el acento semántico del artificio esceno­gráfico.

Por último, existe lo que no ve­mos, lo que explícitamente se nos oculta o lo que subyace tras los portales y ventanas que anuncian otro mundo, al otro lado de la frialdad electrónica del neón que, como un faro en la oscuri­dad, promete la salvación y que, en esta pintura, es otro ejercicio entre lo real y lo virtual. El mundo de lo íntimo e irrevelable; la escena, la historia que sólo podemos imaginar. Carambola fi­nal entre el artificio y lo verdadero como brillante acto de Arte-Ficción.