Más
de una discusión debió tener Giorgio De Chirico con su hermano Alberto[2]
allá por los años 20. Un diálogo más constructivo que aquel pulso que
mantuvo con Carrá (alentado por Giovanni Papini), donde se
cuestionaba la autoría de una nueva Pintura. La incondicional admiración
de Alberto Savinio por la
obra de su hermano no le impidió discutir algunos aspectos de su pintura,
desvelando en toda aquella trama
un segundo camino de la Pintura Metafísica.
En
realidad muchos de ellos compartieron un código que sirvió para amortiguar a
la euforia futurista. Entre ellos un particular humorismo, un humor en las antípodas
de la carcajada, imágenes que recordaban los
chistes de un anciano, como anécdotas sin gracia que van dibujando una
sonrisa para el resto de los días. Pero a diferencia de Giorgio De Chirico, la
obra de Alberto Savinio, que compartió con Carrá algunos planteamientos, optó
por
una
poética en torno a lo positivo sin recrearse en la fatalidad.
Así
lo demuestra en Los emigrantes (1929)
o en La Isla de los juguetes (1928), y
en su faceta como escritor cuando habla de la muerte en Contad hombres, vuestra historia, (1942) que no indaga en el dolor
sino en el discurso vital de
las propias vidas.
Las
discusiones con Savinio, entre 1919 y 1924,
llevaron a Giorgio a una revisión de su propia obra, alejándose de una
estrategia, a veces caótica, en la presentación de sus objetos y de una temática
negativa. Savinio, satisfecho, siguió practicando una pintura basada en la
recuperación de la memoria y la tradición, no del academicismo, que incluía
una
renovación formal.
En El destino de Europa
(1944), Savinio es un espectador implacable, que reclama con todas sus
fuerzas
una
vida propia.
Un
lugar que nos permita disfrutar de los acontecimientos con un criterio propio ,
confiando en nuestra propia subjetividad
y en nuestros
propios sentidos, y no
por inercia,
a una opinión masiva o pompier
. A este lugar
arrebatado (a veces tan inaccesible), él lo llama, todavía en 1944, la Torre
de Marfil , una torre que distintamente a como hace McLuhan en 1964, no la
reclama sólo para propiedad del artista
sino
para cualquier persona que quiera reconquistarla.
Marshall
McLuhan echa al artista de un lugar idealizado y confuso, Savinio que ha sido un
futurista moderado, nos instala en una vivienda de protección oficial, y por
fin, McLuhan opta por la reforma y tras tirar unos cuantos tabiques, coloca el
cartel de Torre de Control, un término más adecuado para esta era de la
información y el mundo tecnológico.
El
“privilegio” de
provocar los cambios está hoy
en manos de otros gremios más competitivos. Con la tranquilidad que eso le da
al artista , le veo desde hace algún tiempo trasladándose y
poniendo orden en su nueva casa, con el coraje de crear un arte no para
agredir al enemigo sino para tratar de reconstruir su propia visión de las
cosas.
A
Savinio la versatilidad le parecía imprescindible para “colorear” la vida,
es cierto que nos pasamos la vida espumando a lo sumo dos o tres obsesiones,
descuidando quizá nuestra vieja torre de marfil. Ahora entre nuestras
obligaciones, además, está la de ser espectador, una actitud que en absoluto
nos empobrece. El artista se ha convertido en un trabajador capaz de crear sus
propias trampas, una especie de jinete y analista, entre la tradición y el último
informativo de Euronews. Unos parámetros, que sin perder la referencia, le
permiten cabalgar por un horizonte lo bastante extenso como para hacerlo con
optimismo. Abarcando muchos más nombres y territorios que aquel que simplemente
es arrastrado, e instalándose definitivamente en la parcela que le corresponde,
la ilusión en su propio criterio y su sano juicio.
Las coincidencias que puedan ocasionar estos viajes son un placer añadido,
más aún cuando logran desmitificar los acontecimientos del día a día,
que es como caminar tranquilo.
Pintar
resulta un acontecimiento tan íntimo que parece todavía más inexplicable en
Telépolis. Para los que siguen viendo en la Pintura un medio más que un fin,
la tecnología nunca ha sido un contrincante, sino más bien un aliado que la
nutre. De hecho, la comunicación y la técnica han despojado a la pintura
de algunos valores, como por ejemplo el costumbrismo o a una pintura
estrictamente documental o el virtuosismo, donde la realidad virtual ha logrado
colmar esa ilusión visual perseguida durante siglos en la representación con
un aparato tan perfecto que la calma de un pincel parece ya de locos. Sin
embargo, todavía hay quienes quedan fascinados ante aquellos trabajos que en su
aparente inutilidad manifiestan la torpeza de la mano que los fabrica. Seguimos
viendo virtud a una economía de medios. La pintura echa mano de sus trampas
para desmitificar la tecnología, en cierta manera ayudando a digerirla.[4]
Sin comparaciones, no se trata de un escepticismo hacia las nuevas técnicas,
sino hacia una cultura de los medios ya formateados.
Acotando
esa vasta cartografía del arte, cuestionar la eficacia de la pintura es bien fácil
utilizando criterios de agresividad publicitaria, o de tratamiento colectivo,
pero también lo es utilizando parámetros exclusivamente privados e
indescifrables. Quizá el pintor esté hoy lejos de ser un Jean Baptiste
Grenouille[5]
de la imagen y la eficacia y la funcionalidad no sean una condición de la
pintura, más entregada a la calma y al recogimiento, y
ralentizada al resto de los medios. Pero en todo diálogo hay
complicidad, incluso
en ese comportamiento antisocial del pintor o del poeta, que como dice McLuhan,
aguzan nuestra percepción, y tienen a veces una extraña capacidad para ver los
ambientes tal y como son realmente, con indiferencia y con pasión. Así sucede
en el famoso relato de “la vestidura nueva del rey “ de El Conde Lucanor,
donde fue el negro caballerizo “antisocial”, que sabía en que tiempo se
encontraba y no tenía nada que perder, quien vio con claridad que el rey
iba desnudo.
Tenemos
así al artista entre nosotros, incitándonos a una lectura interior, a una
Pintura trabajada en el suburbio[6]
y formando parte de
una mirada silenciosa y lenta. Tan paralela a la exuberancia de otros medios,
como las viejas metrópolis lo son de Telépolis.
La
Pintura abre el balcón de Telépolis y mira como antaño a los demás balcones
que, con caras de anagrama, devuelven el saludo. Es un paisaje al que apenas
llega una brisa, que se confunde con un zumbido que adormece.[7]
Una nueva organización social basada en el concepto de McLuhan de una aldea
global. Telépolis es una ciudad
sin territorio y cuya estructura básica es la red de individuos, la cual,
vincula puntos geográficamente dispersos y, sin embargo, unidos por la
tecnología. Segun Javier Echeverría (Telépolis. Ed. Destino.1994), Telépolis transforma los ámbitos
domésticos y la aparición de un nuevo tipo de economía basada en la
conversión del ocio en el trabajo, en el consumo productivo de medios de
comunicación y en la capitalización de los nombres propios.
Alberto Savinio (Atenas 1891-
Roma 1953. Seudónimo de Andrea De Chirico). Fue pintor, novelista, comediógrafo,
ensayista y músico. Entre su obra literaria destacan Hermaphrodito (1918), Nueva
Enciclopedia (1941-1948), Contad
hombres, vuestra historia (1942), Maupassant
y el otro (1949), El destino de
Europa (1944), Nuestra Alma
(1944), Tutta la Vita (1945) .
Entre sus amigos se encontraba Giovanni Papini, con el que mantuvo una
acalorada e intensa correspondencia durante la 1ª Guerra Mundial.
“Classicismo che beninteso, non è ritorno a forme antecedenti,
prestabilite e consacrate da un´epoca trascorsa: ma è raggiungimento della
forma più adatta alla realizzazione di un pensiero e di una volontà
artistica, la quale non esclude affato le novità di spressione anzi le
include, anzi le esige”. Alberto
Savinio. Fini dell´arte. Valori Plastici, l, (1919)
Durante la primera mitad del siglo XVIII, la sátira
fue el entretenimiento y género literario predominante. Entre los temas
preferidos de William Hogarth (1697-1764), se encuentran los asuntos morales
modernos, la degradación de las metrópolis y la ética ciudadana.
Aquel personaje de Süskind, en la novela de El Perfume (1985),
capaz de hechizar con el olfato a todo aquel que oliera su
esencia. La nariz de este truculento perfumista dieciochesco, se
permitía combinar las fragancias según lo que deseara conseguir de su público.
Un sueño que termina en moraleja, al ser devorado, literalmente, por su
propio público en un exceso de amor
Del suburbio nació Muelle de Levante. Hicieron
así una gran labor aquellos
quienes oteaban por los extrarradios del arte y observaban en silencio el
trabajo de unos pintores que desde hacía
ya algunos años, hacían bailar sus pinceles al son de las palabras
y de una forma de pintar basada en la reflexión, el placer de los
sentimientos y las sensaciones. Rápidamente
el público, de gran aparato
digestivo, quiso llevar el suburbio al centro de la ciudad y aunque hay una
extraña satisfacción para el
pintor en esa sintonía, la Pintura del Muelle regresa al suburbio , allí parece correr más que la moda, esa que como la espuma de una
ola se esfuma tras la avalancha. Cada pintor toma así su camino, hubo
hopperistas, de chiriquianos, rosenquistas, katzianos, tintinescos,
post-tecnológicos, una poesía y
un silencio que solo lo rompe la evidencia de una pintura que indaga en los
parámetros con los que se mira un cuadro, dando la confianza a la mirada
intensa y particular del espectador.
“el encuentro entre los medios es un momento de libertad y de liberación
del trance ordinario y del entumecimiento que imponen a los sentidos.”. Understanding
Media. Marshall McLuhan. 1964 |