Aldous  Huxley  (1894 - 1963)
  El  HOMBRE  y  su  PLANETA  (1959)

Conferencia pronunciada por Aldous Huxley el 16 de febrero de 1959 en la Universidad de California, Santa Bárbara (1). Publicada originalmente en "The Human Situation: lectures at Santa Barbara, 1959" (Harper & Row, 1977). Para su transcripción se ha utilizado la siguiente edición: "La Situación Humana" (Edhasa, 1980).

"¿Cuál es nuestra relación con el planeta? ¿Qué hacemos con el mundo en que vivimos y cómo lo tratamos? ¿Cómo es probable que nos trate si lo seguimos tratando como hasta ahora?

Empezaré por responder a estas preguntas con dos citas tomadas de la Biblia. La primera proviene de los Salmos: "Los árboles del Señor están llenos de savia: los cedros del Líbano, que él plantó" (Salmos 104:16). La segunda proviene del Cantar de los Cantares, en que se compara el rostro del amado con los cedros: "Es su semblante como el del Líbano, erguido como los cedros" (2) (Cantar de los Cantares 5:15). Estos grandes árboles tienen una suerte de cualidad mítica. Todos, hemos oído hablar de ellos desde nuestros primeros años; se ha dado su nombre a hospitales, y se han convertido en una palabra común. Recuerdo que cuando fui por primera vez al Medio Oriente, una de las cosas que más me interesaron ver era precisamente los cedros del Líbano.

El Líbano es un país muy pequeño que consiste en una franja costera de no más de unas pocas millas de ancho al pie de altas montañas que alcanzan casi diez mil pies de altura. La cadena montañosa tiene entre cien y ciento cincuenta millas de largo, veinticinco o treinta millas de ancho, y yo esperaba, cuando subí hasta allí, encontrar cedros del Líbano en profusión, como indudablemente los hubo alguna vez. Anduvimos durante horas y horas por enormes colinas hasta que, después de milla tras milla de tierra absolutamente desierta, llegamos a un espacio cerrado en el que había aproximadamente cuatrocientos cedros. Volando más tarde sobre esa extensión, vi otros dos huertos de ésos, y creo que en total habrán quedado quizá mil quinientos o dos mil cedros. Eso es todo lo que queda del bosque gigantesco que proporcionó al Rey Salomón madera para su templo -si ustedes recuerdan, Salomón firmó un tratado con Heiram, rey de Tiro, según el cual Heiram convino en que la madera debía ser bajada hasta la costa, remolcada en balsas hasta cualquier puerto que indicara Salomón, y luego arrastrada a Jerusalén- y que durante siglos abasteció a Egipto, donde no crecen otros árboles que las palmeras, con toda la madera que necesitaba.

Esto ilustra de manera reveladora lo que el hombre ha hecho de su planeta durante el curso de los siglos. Encontró profusión en la naturaleza, y en la mayoría de los casos devastó completamente lo que encontró. Aquí teníamos un bosque magnífico: estos árboles son muy bellos. Ustedes los habrán visto en algún jardín botánico -los especimenes crecen ahora por toda Europa, donde fueron importados, y se desarrollan bien en climas templados. Pero, como señaló Chateaubriand, "les forêts précèdent les peuples, et les déserts les suivent" (los bosques preceden a las civilizaciones y los desiertos las suceden). Desde que habita la tierra -entre medio millón y un millón de años, quizá- el hombre ha llegado a ser cada vez más una profunda fuerza geológica. Ha cambiado la faz del planeta en que vive, a veces para mejorarlo, pero la mayoría de las veces para empeorarlo.

En el siglo XIX, la escuela del medio ambiente habló del medio ambiente como condicionador y creador de culturas, pero omitió enteramente el hecho de que las culturas condicionan el medio ambiente -que por cierto el hombre ha hecho tanto por cambiar el medio ambiente como el medio ambiente por cambiar el curso de la historia.

Podemos decir, en general, que la verificación de que el hombre es un transformador de la naturaleza no empezó hasta fines del siglo XVIII. La primera gran obra clásica dedicada al tema fue escrita en 1865 por George Perkins Marsh, que fue el primer embajador norteamericano ante el nuevo reino de Italia. En su libro Marsh recogió todo el material europeo sobre el tema del hombre y la naturaleza conocido hasta esa fecha y lo insertó en una especie de contexto filosófico. Es uno de los libros precursores de esa especialidad, y sigue siendo muy valioso. (3)

Empecemos por referimos a las positivas contribuciones del hombre por cambiar el planeta. Por ejemplo, muchos ecólogos estarán de acuerdo en que las praderas tropicales, y posiblemente las praderas de la zona templada, fueron en realidad creadas y mantenidas por el hombre en su libre estado herbáceo durante cientos de miles de años. Supongo que la más importante contribución del hombre es haber transportado plantas o animales valiosos de un punto a otro del planeta. En los tiempos clásicos, árboles tales como el duraznero, el ciruelo, el nogal y el almendro fueron llevados del Cercano Oriente, el Medio Oriente y aun el Lejano Oriente hasta el Mediterráneo; plantas forrajeras tan valiosas como la alfalfa y ciertos tipos de trébol fueron llevados del Mediterráneo y aclimatados en toda Europa, y más adelante en el Nuevo Mundo; y plantas como los guisantes y la vid fueron llevadas del Occidente a China. La implantación de las patatas en el Viejo Mundo desde el Nuevo fue revolucionaria, como lo fue la importación a África, Asia y el sur de Europa del maíz del sur y del centro de América.

Lo que es verdad en cuanto a las plantas lo es también en cuanto a los animales. El caso más obvio es la importación del caballo al Nuevo Mundo. Los indios americanos hicieron todas sus cacerías a pie antes que los españoles y los primeros colonos ingleses introdujeran el caballo. Los indios norteamericanos rápidamente adoptaron este nuevo cuadrúpedo, y verán que lo mismo ocurrió en América del Sur. El único animal domesticado que los incas, por ejemplo, poseyeron fue la llama -la alpaca y la vicuña- que, llegado el caso, puede cargar un peso de veinte o treinta libras sobre el lomo. Pero es todo lo que tenían, excepto las bestias de carga humanas, para transportar bienes subiendo y bajando esos extraordinarios senderos montañosos de los Andes. También adoptaron la oveja, que ha ingresado al folklore indígena de los Andes y se ha convertido allí en un animal nativo.

Una interesante importación, del Oriente a Europa, fue la del gato. Vino de Egipto (el gato nativo de Europa occidental nunca fue domesticado) y no se llegó a aclimatar del todo en Europa occidental hasta la baja Edad Media. En el viejo cuento de hadas de Dick Whittington, por ejemplo, nos damos cuenta de qué valiosos eran los gatos y qué extraordinarios parecían. En la ley sajona que precedió a la conquista de Inglaterra, un gato era tan valioso, que quien llegase a matar un gato ajeno debía pagar por ello echando suficiente trigo como para hacer una pila lo bastante alta para cubrir a un gato colgado de la cola.

Otro animal importado de Oriente a Europa era la inapreciable gallina doméstica. Fue traída de la India al mundo clásico y desde entonces ha estado con nosotros poniendo huevos. Resulta extraño que, en el temprano período clásico, la gente no comiera huevos.

Éstos son algunos de los importantes cambios benéficos que el hombre ha realizado en su planeta. Ahora debemos considerar el reverso de la moneda. Muy a menudo el hombre ha vivido en su planeta a semejanza del parásito que vive del anfitrión al que infesta. Y mientras que muchos parásitos son lo bastante sensatos como para no destruir a su anfitrión, porque después de todo si destruyen a su anfitrión se destruyen ellos mismos, el hombre, en cambio, no es un parásito sensato. De tal manera ha vivido a costa de su anfitrión que ha causado su ruina absoluta.

¿En qué forma el hombre ha demostrado ser más destructivo? Empezaremos por los animales -una historia muy deprimente, porque estamos exterminando, con rapidez creciente, seres de belleza e interés extraordinarios. Si consultamos las estadísticas compiladas por la International Society for the Protection of Nature (Sociedad Internacional de Protección de la Naturaleza) nos enteramos de que en el siglo XIX se exterminaron no menos de cincuenta especies de mamíferos, cuarenta más se perdieron a partir de 1900, y seiscientas especies están probablemente condenadas a extinguirse. Tenemos el caso de la paloma viajera, que en un momento dado existía en tan increíbles cantidades que sus vuelos oscurecían el sol. En los tiempos coloniales y en los primeros tiempos de la independencia, una de las diversiones de los habitantes consistía en ir en coche hasta el bosque donde anidaban las palomas, voltear los nidos con los pichones dentro, llenar carretas con estas criaturas y regresar a sus casas. Era obvio que no podían comer la mayor parte del botín, y muchas tenían que ser arrojadas al camino y pudrirse. Lo mismo sucedió con los bisontes, que llegaron a cincuenta y sesenta millones de cabezas en las praderas. Ahora la paloma viajera está completamente extinguida y sólo quedan unos pocos miles de bisontes.

Otro caso muy raro es el del rinoceronte de la India, que ahora está prácticamente extinguido por obra de la superstición humana (sobre todo china): se consideraba el cuerno del rinoceronte como una especie de filtro de amor o amuleto por el que se pagan sumas enormes. Recuerdo años atrás una visita que hice al gran depósito que está en los muelles de Londres donde llevaban marfil, cuerno, carey y madreperla para ser subastados. Yo estaba muy asombrado de que el cuerno de rinoceronte se vendiera a precios mucho más altos que el marfil, debido a su enorme demanda de los chinos por lo que supuestamente era un afrodisíaco; lo que por cierto no era. Para satisfacer una superstición humana estas interesantes criaturas han sido ahora exterminadas, y la especie africana está desapareciendo rápidamente.

En muchas partes del mundo el cocodrilo desaparece. Habremos de extrañar este animal tan antipático, que cumple sin embargo una función muy valiosa, como ahora se ha descubierto: los cocodrilos matan a los enemigos de los peces así como a los individuos débiles y extintos de esa especie. Donde los cocodrilos han desaparecido, la pesca se ha vuelto mucho más difícil.

Las grandes especies salvajes de África sobreviven gracias a los parques nacionales que hay en varias partes de este continente donde estos animales están bien protegidos. Es probable que sobrevivan, para beneficio de la ciencia y para deleite de las personas que desean salir del mundo demasiado humano para averiguar cómo es el resto de la creación.

Ahora consideremos el mundo vegetal. Empezaremos por los bosques. Ya me he referido a los cedros del Líbano, un inmenso bosque de árboles magníficos virtualmente desaparecidos, dejando que las montañas se erosionen. En muchos lugares toda la capa superior del suelo ha sido lavada y sólo queda la roca desnuda; tales lugares, es evidente, nunca podrán ser reforestados, y esta misma situación ocurre una y otra vez en otras partes del mundo.

El hombre ha destruido deliberadamente los bosques desde que aprendió a cazar: para abrir claros -para aumentar la visibilidad- las tribus cazadoras solían quemar la maleza, lo que permitía cazar la presa más fácilmente que en un bosque muy tupido. Y, desde que empezó la agricultura, probablemente hacia el año 8000 a.C., los hombres han estado cortando (y quemando) bosques con el fin de crear nuevos lugares donde plantar mieses. Todo el proceso se aceleró mucho después del comienzo de la Edad de hierro, cuando fue posible, mediante el arado de reja, horadar suelos demasiado duros para los arados de madera usados hasta entonces. Otra invención importante, para propagar aún más la agricultura, se obtuvo hacia el siglo VIII, cuando lo que parece un artefacto extraordinariamente sencillo, es decir, la collera, permitió que los caballos arrastraran un peso mucho mayor y pusieran mucha más fuerza en su tracción de lo que habían podido hacer las formas previas del arnés. Tales adelantos tecnológicos, además de un lento pero firme incremento de la población, condujeron naturalmente a la desaparición de inmensos bosques.

Igual importancia en tiempos más recientes, especialmente en la destrucción de los bosques que rodean los centros urbanos, ha tenido el uso de la madera como combustible. Si ustedes leen la "Enciclopedia" de Diderot, encontrarán un relato muy interesante sobre el abastecimiento de leña destinado a calentar las casas de París. Todos los bosques de los alrededores de París habían sido virtualmente agotados y la leña se traía desde una distancia de cientos de millas, y era transportada en grandes balsas por el Sena y sus afluentes. Se amarraba las balsas en los muelles de París y la leña era distribuida. Diderot, uno de los pocos intelectuales del siglo XVIII profundamente interesados en el progreso tecnológico de su tiempo, declaró que esto no podía seguir y que no quedaba otra esperanza que utilizar carbón para calentar hogares; en realidad, alrededor de esa época el carbón empezó a utilizarse en considerable escala, lo que ayudó a salvar los bosques de su total destrucción.

Además de servir para calentar hogares, la leña también se utilizaba en la industria. Todos los minerales eran fundidos con carbón vegetal hasta que empezó a fabricarse el acero con coque a principios del siglo XVIII, de manera que hubo una increíble destrucción de bosques donde existiese una industria metalúrgica. Lo mismo ocurrió en los sitios destinados a la industria del vidrio. Si bien el vidrio era una invención muy antigua -se remonta aproximadamente a 3000 años a.C.- era también muy costoso y difícil de aplicar hasta que se perfeccionó el arte del vidrio soplado, en el primer siglo de esta era. Esta invención condujo muy rápidamente a la formación de industrias de vidrio en las costas del Mediterráneo y en lugares situados tan al norte como Colonia e Inglaterra, con la consecuencia de una enorme destrucción de bosques.

Otra razón muy importante para la destrucción de bosques fue la construcción de casas y, más significativo aún, de barcos. Es interesante averiguar en qué fecha temprana se agotaron en Europa occidental las maderas adecuadas para construir barcos. La armada francesa no podía encontrar la madera necesaria en su propio territorio aproximadamente desde fines del siglo XVII y en gran parte tenía que abastecerse de madera proveniente de regiones tan alejadas como Albania. Los españoles, en la época de su gran expansión naval durante el siglo XVI, dependían no de la madera española sino de la que provenía del Báltico. Encontrarán una referencia en el "Diario" de Pepys: "Sólo Dios sabe de dónde vendrá el roble que necesitamos". Y en realidad, el roble empezaba a escasear. Ya en él siglo XVIII, el período de la supremacía naval británica, el roble para sus barcos provenía en su mayor parte del Nuevo Mundo, de Nueva Inglaterra y de la costa oriental de ese país.

En cuanto al resto era madera de teca del imperio de la India. Afortunadamente, quizá, la batalla de Hampton Roads, en 1862, demostró que las embarcaciones de acero eran indudablemente superiores a las de madera, y en consecuencia la industria naval dejó de ser una razón para destruir árboles de crecimiento lento.

La zona donde la deforestación se nota más claramente es el Viejo Mundo. Y aún más en el viejo mundo civilizado que linda con el Mediterráneo. También se puede ver con terrible claridad aquí en el noroeste y alrededor de los grandes lagos. Hay todavía, por supuesto, grandes bosques en los Estados Unidos, pero el corte anual de madera supera el crecimiento anual en un 50 por ciento. Es evidente que no se puede seguir así y esperar que haya muchos bosques.

Los bosques de Europa solían extenderse desde el norte hasta la costa del Mediterráneo. Actualmente quedan muy pocas zonas de la costa del Mediterráneo donde aún se pueden ver rastros de los viejos bosques. En el sur de Francia, al este de Hyères, hay alrededor de cien millas cuadradas de bosque conocidas con el nombre de "Forêt des Morts"; es todo lo que queda del gran bosque primitivo, que ya había desaparecido en su mayor parte durante los tiempos clásicos, y que terminó de desaparecer en la Edad Media, debido a las industrias del vidrio y del jabón en Marsella y a la construcción de barcos en Tolón y Marsella.

Para los que se interesan por la pintura paisajística, es curioso pensar que lo que consideramos el típico paisaje provenzal, tal como lo vemos en las pinturas de Cézanne, es relativamente un paisaje moderno. Representa colinas que fueron secadas, prácticamente hasta los huesos. Es probable que muchas de ellas sean casos desesperados y nunca más puedan ser reforestadas. Son extremadamente pintorescas, pero debemos tener presente que son enteramente una consecuencia de la degeneración y de la destrucción. Podría decirse lo mismo de otros lugares del Mediterráneo. Si van ustedes a Túnez y se dirigen al interior desde Sousse, verán, en medio del desierto, un gigantesco anfiteatro romano, El Djem, sólo inferior por su tamaño al Coliseo. El Djem estaba situado en una provincia llamada en tiempos romanos "Frugifera", la provincia fructífera. Hoy está casi enteramente desierta, con unas cuantas chozas árabes dispersas al pie de los grandes edificios. Este mismo cuadro se repite una y otra vez. Homero habla de los altos robles y pinos de Sicilia. Ahora se puede atravesar Sicilia de un extremo a otro sin ver casi ningún árbol. En pocos lugares hubo intentos de reforestación, pero esa región de bosques y maderas abundantes está ahora completamente despejada. Lo mismo puede afirmarse de Grecia, Palestina y Siria, de España y el sur de Italia.

Ahora debemos pasar a otra área de destrucción por lo menos tan importante como la destrucción de bosques, y que en cierta medida es su resultante: la destrucción del suelo.

El suelo es un organismo viviente. Debe su fertilidad a que contiene gran cantidad de comunidades ecológicas y micro y macro organismos de todas clases. Sin embargo, la capa superior, a la cual se debe casi toda la fertilidad del suelo, no es profunda. Los 2,8 billones de personas que habitan el planeta dependen de una capa geológica que rara vez sobrepasa las diez pulgadas de espesor -y lleva trescientos o cuatrocientos años crear otra pulgada, de manera que no es difícil advertir el extremo peligro que implica cualquier proceso de destrucción del suelo.

La erosión del suelo ocurre por supuesto incesantemente, es uno de los procesos regulares del cambio geológico. Pero hay una inmensa diferencia entre una erosión lenta que la naturaleza produce por su cuenta y la rápida y destructiva erosión que ocurre cuando el hombre desenfrenadamente despoja la tierra de su cobertura vegetal, tala los bosques, arranca el pasto, o utiliza nocivos métodos agrícolas que dejan la tierra a merced del viento y de la lluvia. Por desgracia, como hemos visto, el hombre comete esos crímenes contra la naturaleza desde hace mucho tiempo.

Una de las mejores descripciones de la erosión -es bastante curioso- fue escrita por Platón en uno de sus diálogos, "Critias", donde se refiere a su propio país de nacimiento, el Ática. Vale la pena leerla porque la descripción es notable por su exactitud. Dice Platón:

Desde entonces, lo que subsiste, como se puede comprobar en el caso de las islas pequeñas, ofrece, si se compara el estado actual al de entonces, la imagen de un cuerpo que la enfermedad volvió esquelético una vez que todo lo que la tierra tenía de opulento y de suave se desprendió de sus huesos y sólo quedó ese cuerpo descarnado.

Pero en el primitivo estado de la región, sus montañas eran altas colinas cubiertas de tierra vegetal, y las llanuras, de Feleo, como las llamábamos nosotros, estaban cubiertas de tierra fértil y había en sus montañas abundancia de madera. Todavía quedan rastros de esto último, porque si bien algunas montañas ahora sólo procuran sustento a las abejas, hasta no hace mucho tiempo aún se veían tejados de madera provenientes de los árboles que allí crecían, que eran de tamaño suficiente como para cubrir las casas más grandes; y había allí muchos otros árboles altos, cultivados por el hombre y que dan alimento abundante al ganado. Más aún, la tierra recogía el beneficio de la lluvia anual, no como ahora que pierde el agua que fluye de la tierra yerma hasta el mar, sino harto abastecida en todas partes, y recibiéndola en su seno y atesorándola en el espeso suelo arcilloso, soltaba por las cañadas los arroyos que habla absorbido en las cumbres, con lo cual en todas partes surgían abundantes manantiales y ríos, y en los lugares donde las fuentes existieron hay santuarios; y esto prueba lo que estoy diciendo.

Así era el estado natural del país, que estaba cultivado, como podemos suponer, por verdaderos agricultores, que hicieron de la agricultura su ocupación, y respetaban el honor. (4)

Platón describe esa terrible erosión que ya existía en el siglo v a.C. -pero atribuye cualidades divinas a los agricultores que obviamente la causaron. Más bien como lo hizo Ellsworth Huntington cuarenta años atrás, Platón atribuyó el desastre no al hombre sino a un cambio de clima. Pensó que lo que había sucedido en Ática había sido causado por una serie de diluvios. Pero pienso que si no hubiera estado tan interesado en ideas platónicas y se hubiera ocupado un poco más de lo que hacían los agricultores, probablemente hubiera advertido que precisamente esos divinos agricultores habían dejado el suelo en un estado de ruina y empobrecimiento tal como lo conocieron los griegos de su tiempo -y sólo Dios sabe que era relativamente fértil en comparación con lo que es ahora. Se puede decir que más le hubiera valido a Platón prestar más atención a estos espantosos problemas prácticos de la naturaleza que a los problemas metafísicos más bien abstractos que lo solicitaban.

Y algo semejante podemos decir de Sócrates, quien dijo que no tenía objeto salir de las murallas de la ciudad puesto que todo lo interesante estaba dentro de ellas, y que él sólo se ocupaba de los hombres. Pero los hombres tienen que vivir sobre el suelo y vivir en comunidad con la naturaleza, y uno se pregunta si no hubiera sido mejor para sus conciudadanos que Sócrates prestara un poco más de atención a lo que sucedía fuera de las murallas de la ciudad.

Aquellos de ustedes que están enterados de lo que han escrito los conservacionistas sabrán qué inmensa cantidad de tierra ha sido aquí destruida por desidia en un lapso extraordinariamente breve. Lo mismo puede decirse de muchas otras zonas del mundo; hay vastas extensiones que han sufrido erosión en China, África, América del Sur y en el sur de Europa. Y el terrible proceso continúa, y es más peligroso a medida que nace más y más gente en el mundo y tiene que ser alimentada, y la presión creciente lleve a campesinos y agricultores a tratar de obtener más y más del suelo.

La combinación de destructividad e incremento de la población es un hecho considerable y aterrador. Es uno de los mayores problemas que tienen que afrontar los seres humanos en la actualidad. Pero no hay que suponer que toda la gente ha sido destructiva en todos los tiempos y en todas partes. Por el contrario, en muchas partes del mundo, gente más bien primitiva ha demostrado una notable comprensión en lo que respecta a preservar y conservar el suelo.

Este verano he tenido la oportunidad de visitar las regiones incaicas de los Andes. El ver las terrazas de los incas levantarse desde el nivel del río Urubamba, a dos o tres mil pies de altura, por la ladera de la montaña, es un espectáculo excepcional. Muchas de esas terrazas admirablemente cuidadas están construidas con piedras labradas, y algunas de las terrazas se siguen utilizando -permiten una agricultura bastante intensiva en laderas increíblemente empinadas (a menudo treinta grados). Si van ustedes a un lugar como Machu Picchu, una fantástica ciudad construida sobre una colina de pan de Azúcar, descubrirán que su población, que era probablemente muy reducida -quizás no más de dos a tres mil- podía sobrevivir dos o tres siglos en su elaborado sistema de terrazas. También encontrarán ustedes ejemplos de terrazas en Indonesia y las Filipinas: entre los igorotes de las Filipinas hay admirables cultivos de arroz. Lo mismo verán en Java, y hay una buena razón para suponer que muchas de las terrazas donde se cultiva el arroz han sido utilizadas desde hace mil, y hasta dos mil años quizás.

Estos son logros notables, pero es triste comprobar que los buenos ejemplos sentados por algunos pueblos en algunas partes del mundo no han sido seguidos ciertamente por otros. Encontrarán ustedes los restos de las antiguas terrazas prehispánicas construidas por los incas a treinta millas del Cuzco donde se aplicaron las peores prácticas agrícolas al cultivo de la cebada y donde se observan las zanjas y la erosión más terribles. Uno piensa por qué diablos los modernos agricultores no tomaron en cuenta la sugerencia; evidentemente, como alguien dijo, la más grande lección de la historia es que nadie aprende jamás las lecciones de la historia. (5)

Asimismo es extraordinario que los métodos de labranza por contorno que ahora se aplican cada vez más a la agricultura en este país realmente no se desarrollaron hasta hace treinta años, si bien hace ciento cincuenta años el proceso ya era claro para Thomas Jefferson, que hablaba de erosión y agotamiento del suelo. Estos hechos son tanto más alarmantes cuando uno piensa que, debido a la creciente presión de la población sobre los recursos, queda muy poco tiempo.

Hay varios y muy poderosos instrumentos de destrucción geológica empleados durante siglos por el hombre, pero el más desastroso tal vez haya sido el exceso de pastoreo, que existe por lo menos desde la domesticación de las ovejas y las cabras -probablemente desde hace unos siete u ocho mil años. Esto tiene un cariz sumamente irónico: por lo general sentimos una gran simpatía por Abel y nos desagrada mucho Caín, pero no olvidemos que Abel era el hombre que tenía cabras y ovejas y Caín era agricultor. En realidad, si hubo alguna vez un homicidio justificado, fue probablemente la muerte de Abel por obra de Caín, porque los continuadores de Abel realizaron increíbles hazañas de destrucción en todo el mundo. Tanto la cabra como la oveja son animales altamente destructivos; ambos son animales de labios finos que arrancan el pasto de raíz y no dejan nada. Las ovejas llevaron acabo en España una aterradora destrucción. Uno de los capítulos más extraños de la historia de España es la historia de Mesta, la gran cooperativa de pastores, que estaba en perpetuo conflicto con los agricultores y que, en el curso de unos tres siglos, logró convertir a España, en un desierto.

Aquí cabe mencionar algo que sólo se ha descubierto en estos últimos años. Se suponía que el sur de Italia cobró su actual estado desértico hacia fines del Imperio romano, pues la ruina de la agricultura en esa época condujo a la deforestación y la pérdida de fertilidad. Pero un reciente descubrimiento ha demostrado que esto no es así. Durante la guerra la Real Fuerza Aérea levantó un mapa aéreo de Italia casi completo, fotografiándola muy cuidadosamente con luz oblicua, que nos permite percibir las huellas arqueológicas. Se descubrió, ante la sorpresa de todo el mundo, que lo que previamente se había supuesto que era yermo desde el Imperio romano era en realidad bastante fértil en esa época y aun durante la Edad Media. Ustedes pueden ver las huellas de los campos y del sistema agrícola por terrazas y los cimientos de las viviendas de los campesinos. Ahora sabemos que la destrucción de esa zona fértil y boscosa del sur de Italia se debió a que en los siglos XII y XIII se introdujeron los métodos españoles de pastoreo, que eran absolutamente nefastos para ese país, y que lo dejaron en su actual estado desértico.

La cabra es mucho más activa que la oveja y además puede trepar a los árboles en busca de alimento. Es realmente increíble lo que la cabra ha logrado destruir; incluye toda la cuenca del Mediterráneo. Una de las peores cosas que hacen las cabras es impedir que los bosques se reproduzcan. Atacan los primeros brotes a medida que despuntan y los muerden hasta el suelo.

Una de las pocas cosas realmente buenas que puede decirse de los ingleses y su ocupación de Chipre es que lograron convencer a los pobladores del oeste boscoso de la isla que renunciaran a sus cabras para salvar sus bosques. Todo se hizo de una manera muy democrática. Los administradores fueron de aldea en aldea y hablaron de las relativas ventajas de las cabras y los bosques: las cabras tienen considerables ventajas aquí y ahora, pero las posteriores ventajas de los bosques son mucho mayores. Se convenció a gran cantidad de aldeanos de que ataran sus cabras y renunciaran a determinada proporción de ellas, con el resultado de que ha habido un notable resurgimiento de los bosques en las montañas del este de Chipre. Igualmente, en el Líbano no hay ninguna perspectiva de reforestación (donde todavía es posible) hasta que no se controle a las cabras. La división política del Líbano responde a determinados credos religiosos: musulmanes, drusos, maronitas, armenios, ortodoxos griegos. Me contaron una anécdota sobre un obispo maronita que entró al ministerio de agricultura y dijo: "Su Excelencia tendrá el gusto de saber que nos va muy bien con las cabras en las montañas, pero lamento informarle que las cabras ortodoxas todavía hacen grandes estragos".

Las cabras siguen haciendo grandes estragos a pesar de todas las restricciones legales. Se ha hecho grandes esfuerzos en Argelia y Túnez por mantener las cabras bajo la ley, pero es casi imposible hacer cumplir la ley, y la destrucción continúa. Y en Madagascar, el Estado, que tendría que saber lo que debe hacerse, introdujo una valiosa especie de cabra que produce una lana lucrativa, con el resultado de que ahora, al cabo de unos veinticinco años, sólo queda el veinte por ciento de los bosques.

Si el exceso de pastoreo es de enorme importancia para favorecer la erosión, igualmente importante, y posiblemente más importante porque lleva ya mucho tiempo, es el fuego. Ya hemos visto que el hombre ha utilizado el fuego desde tiempos remotos con el fin de desbrozar la tierra para la caza y la agricultura. Los bosques del oeste de Europa fueron en su mayoría destruidos por el fuego (hay rastros de ello en los nombres de ciertos lugares de Inglaterra: "Brentwood" no significa otra cosa que madera quemada; "Brindly" significa refugio quemado o desmonte quemado). Pero algo mucho más destructivo que los deliberados esfuerzos del hombre han sido los fuegos accidentales ocasionados por descuidos.

Los geólogos han comprobado un aumento notable de cenizas de fósiles a partir del Pleistoceno, hace aproximadamente un millón de años, lo que parecería indicar que aun en ese período tan remoto, el hombre o sus casi humanos antecesores descubrieron el fuego. Sabemos en todo caso que el hombre de Pekín, que data sin duda de 250.000 años atrás (y posiblemente medio millón), había descubierto el fuego, y hubo fuegos accidentales desde entonces.

Una de las grandes tragedias de este país ha sido la fabulosa cantidad de bosques destruidos por el fuego. La cifra es increíble: en esta costa, en Washington, hubo incendios en 1865 y 1868, uno de los cuales destruyó un millón de acres, y el otro seiscientos mil. En esa zona hubo pocos incendios antes que los colonos se establecieran en 1847; después de esa fecha fueron incesantes. Hubo en 1910 el gran incendio de Idaho y Montana, que destruyó ocho billones y medio de pies de madera aserrada, y uno de los peores fue el de Tillamook, en 1933, que destruyó doce billones y medio de pies. Eso es lo que los Estados Unidos hubieran consumido en un año, y fue destruido por un solo incendio en una semana. Se ha calculado que, en Oregón, desde que se establecieron los primeros pobladores en 1908, cuando se instaló la protección contra los incendios, cerca de treinta y dos billones de pies en madera fueron talados y utilizados mientras que aproximadamente cuarenta billones de pies fueron destruidos accidentalmente por el fuego. Se han creado ahora complejas organizaciones para prevenir los incendios, pero cualquiera que percibe la dificultad de controlar siquiera el incendio de un matorral en California -los hemos tenido recientemente- puede darse cuenta de que es aún muy difícil controlar esta máquina de destrucción. Cuando uno reflexiona que en países como Chile los incendios de bosques no pueden ser controlados en absoluto y que duran semanas, ennegreciendo inmensas extensiones, se advierte la enorme importancia de esa fuerza geológica humana.

Lo que por desgracia el hombre está haciendo en su mundo ofrece un cuadro desolador. No quedan muchas posibilidades de que mejore. En una de las próximas conferencias trataré de unir mediante un puente estos hechos con el problema de la ética, el problema de lo que deberían ser nuestras ideas filosóficas acerca de la naturaleza. Porque deberíamos pensar acerca de esos hechos brutales no sólo de manera puramente práctica, sino también de manera metafísica, ética y estética. Es sumamente importante, me parece, que seamos capaces de pensar acerca de esas cosas con la totalidad de nuestra naturaleza, no meramente como tecnólogos, no meramente como personas que quieren comer y poseer subproductos de la madera, sino como seres humanos totales dotados de una naturaleza moral, de una naturaleza estética y una inteligencia inclinada hacia la filosofía."

NOTAS

1 Esta conferencia forma parte de una serie de conferencias que impartió Aldous Huxley en la Universidad de California en el año 1959, bajo el título de "La Situación Humana". "Empezaré por los fundamentos biológicos: el estado del planeta, la población, la herencia con relación al medio ambiente. Luego pasaré al gran determinante de la civilización moderna: la técnica en cada esfera de la actividad humana y sus efectos en el orden social y político. Luego al individuo y sus potencialidades, y lo que tal vez podríamos hacer para realizarlas. Es un proyecto demasiado vasto, pero vale la pena emprenderlo aun de manera inadecuada, como un antídoto a la especialización y fragmentación académica." (Carta de Aldous Huxley a su hijo Matthew del 8 de Enero de 1959).

2 Traducción de Fray Luis de León.

3 "Man and Nature", corregido y publicado nuevamente con el título de "The Earth as Modified by Human Action". Edición que reproduce la versión de 1878 (St. Clair, Mich.: Scholarly Press).

4 Platón, "Critias", 111.

5 Hegel, "Filosofía de la historia". Introducción: Lo que la experiencia y la historia nos enseñan es lo siguiente: los pueblos y los gobiernos nunca aprendieron nada de la historia, ni tampoco actuaron de acuerdo con principios deducidos de ella.