Volver

A LOS JÓVENES DOLOROSOS

 

¡Ah, joven doloroso, joven triste,

que sufres como yo del mal de España,

y que una negación honda, en tu entraña,

tienes, clavada, contra lo que existe!

—Tu virgen corazón vibra de saña,

de santa saña, porque no tuviste

lo que pidió tu amor cuando naciste

de la Patria, una idea y una hazaña.

La general inepcia fue el veneno

que atosigó tu juventud vehemente

y de asco y de dolor yo te sé lleno.

¡Mas el futuro es nuestro y esa gente

que hizo nuestra desgracia se va al cieno!

Hermano, aquí va un ósculo a tu frente.

 

Poesía dispersa – Ramón de Basterra (1918)

 

Alcantarillas

El reino de los epiplasmas: la alucinante comarca de las atarjeas: donde vertían las ciudades (animal, vegetal, mineral, hombre) sus últimas substancias disueltas en fango.

 

Me arrodillé en la linde del reino, como ante una Creación del Mundo, al revés.

Ante mí fluía la vida orgánica en su postrer meta­morfosis visible, en el postrer reducto de su individualidad.

La vida en el final de su vida: en su epiplasma.

Alegrías       papel       bodas       alambres materia       materia       materia       materia rosa     flecos     amor     cartón     pena

materia       materia       materia     metal       sangre       mondas       óxidos materia       materia       materia       materia   lágrimas      vino      nostalgia      madera materia       materia       materia

barro     risa      corcho     telas     cristal       materia       materia materia     materia         pus           esperanza        agua     dolor     luz materia          materia           materia         materia        materia           materia          materia        materia…

Fluía la materia ante mí casi como ante Dios el primer día.

Tomé unas gotas del infralime limo. (¡Limo subliime!)

Las suficientes para impregnar de vaga trascendencia este libro.

Que nadie lea sin aseptizar —de antemano— sus papilas olfactales.

 

De "Yo, Inspector de alcantarillas" (1928). Primer libro surrealista en España.

 

Ernesto Giménez Caballero (GeCé)

 

Profecía

«Y me bendijo a mi mare;
y me bendijo a mi mare.
Diez séntimos le di a un pobre
y me bendijo a mi mare.
¡Ay! qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa
sin desirme ni ¡con Dió!?
Me puedes mirá de frente,
que estoy enterao de tó.
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.
Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.
¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t'ha querío,
con eso tengo bastante.

* * *

—¿Qué tiene er niño, Malena?
Anda como trastornao,
tié la carilla de pena
y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de dose años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigilia, mujé, ¡vigila!

Y fueron dos sentinela
los ojitos de mi mare.
—Cuando sale de la escuela
se va pa los olivare.
—Y ¿qué busca allí? —Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas,
que está empesando a queré.
Mi pare ensendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos
y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro»
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa
que engalanaban tus trensas.
—Voy a misa con mis primos.
—Bueno, te veré en la hermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
—Dise mi tita Rosario
que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman... ¡horisonte!
¡Todo es sagrao: tierra y sielo
porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? —Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
—Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabesa a los pié.
A la vuerta te hise un ramo
de pitiminí,presioso
y a luego nos retratamos
en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogíos por la sintura.
Yo te pregunté: —¿En qué piensas?
Tú dijiste: —En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
—¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas
yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujé.

¡Pamplinas! ¡Figurasiones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba iguá.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás «¡cobarde!»
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña
mi corasón en su pico.
Pensarás: «no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando»;
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío.
Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».

Pensarás: «no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando».
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.

Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!

Rafael de León

UN MARIDO SIN VOCACIÓN

Narración escrita sin utilizar la letra e (La más usual en castellano)

 Un otoño —muchos años atrás— cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.

—¡Hay un matrimonio próximo, pollos! —advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.

—¿Un matrimonio?

—Un matrimonio, sí —corroboró Ramón.

—¿Tuyo?

—Mío.

—¿Con una muchacha?

—¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?

— ¿Y cuándo ocurrirá la cosa?

—Lo ignoro.

—¿Cómo?

—No conozco aún a la novia. Ahora voy a buscarla. . .

Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.

 

* * *

 

A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a La moda y la Casa (publicación para muchachas sin novio).

 

Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!. . . Una boda como todas las bodas: galas blancas, azahar por todos lados, alfombras, música sacra, bimbas, sonrisas, codazos, almohadón para hincar las rodillas los novios y para hincar las rodillas los padrinos; lunch, sandwichs duros como un fiscal. . .

 

Al onzavo sandwich hubo una fuga súbita por la sacristía y un auto pasó raudo, y unos gritos brotaron:

—¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan!

Y los amigos cogimos otro sandwich —dozavo— y otra copita.

Y allí acabó la cosa.

 

Mas, para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí. . .

Al contrario: allí daba principio.

Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio, ni sintió su alma con la vocación más mínima por construir un hogar dichoso.

—¡Soy un idiota! —murmuró Ramón—. No valgo para marido, y lo noto cuando ya soy ciudadano casado. . .

 

Y corroboró rabioso:

 

—¡Soy un idiota!

 

Silvia, arrinconada junto a Ramón, bajaba los ojos con rubor, y al bajar los ojos subía dos mil grados la rabia masculina.

—¡Dios mío! —gruñía Ramón mirándola—. ¡Casado! ¡Casado con una niña insulsa como unas natillas!. . . No hay ya salvación para mí. . . , ¡no la hay!

 

Incapaz para dominar su irritación, dirigió unas palabras durísimas a Silvia.

 

—¡Prohibido fingir rubor y mirar a la alfombra! —gritó.

 

(Silvia miró al parabrisas con infantil docilidad).

 

Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:

—Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido.

Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada. . .

 

Y tal solución tranquilizó mucho a su alma.

 

Por lo pronto, al subir a la fotografía (visita clásica tras una boda),Ramón hizo la burrada inicial.

 

Un fotógrafo modoso y finísimo abordó a Ramón y a Silvia.

—Grupo nupcial,¿no? —indagó.

—Sí —dijo Ramón.

Y añadió:

—Con una variación.

—¿Cuál?

—La sustitución más original vista hasta ahora. . . Novio por fotógrafo. Hoy hago yo la foto. . . ¡Viva la originalidad!

Y Ramón aproximó la máquina y advirtió al asombrado fotógrafo:

—¡Vamos! Coja por la mano a la novia y sonría con ilusión: La cara más alta. . . ¡Cuidado! ¡Así!. . . ¡Ya!

Ramón tiró la placa, y a continuación obligó al pago al fotógrafo; guardó los duros y salió con Silvia orondo y dichoso.

—¡Al auto! —mandó.

 

(Silvia ahora iba llorando)

 

—¡La cosa marcha! —susurró Ramón.

 

* * *

Al otro día trasladaban sus organismos a Irún. (Lo clásico, asimismo, tras una boda.)

Ramón no quiso subir al vagón con Silvia.

—Yo viajo con los maquinistas —anunció—. Voy a la locomotora. . .

¡Hasta la vista!

Y subió a la locomotora, y ocupó su actividad ayudando a partir carbón. Al arribar a Irún había adquirido un magnífico color antracita.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Ya allí, compró sus harapos a un sordomudo andrajoso, vistió los harapos y  marchó a la fonda a buscar a Silvia.

Y tocado con las ropas andrajosas anduvo por Irún, acompañando a Silvia y cogido a su brazo mórbido y distinguido.

Nutrido público los miraba al pasar, asombrado.

 

Silvia sufría cada día más.

—¡La cosa marcha! ¡La cosa marcha! —murmuraba todavía Ramón.

Pronto rogará Silvia un divorcio total. Sigamos las burradas. Sigamos con la droga antimatrimonial, multiplicando la dosis.

Ramón vistió a continuación sus fracs más maravillosos, y al pisar un salón, un dancing u otro lugar público acompañado por Silvia, imitaba a los criados, y con un paño al brazo acudía solícito a todas las llamadas.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Una mañana pintó sus párpados con barniz rojo.

 

* * *

Por fin lo trasladaron al manicomio.

 

Y Ramón asistió a su propia dicha: su contrato matrimonial yacía roto y vivía imposibilitado para otra boda con otra Silvia. . .

 

Este curioso trabajo forma parte de una serie de cinco (sin la E, sin la A, sin la O, sin la I y sin la U) que el autor publicó en la sección de cuentos del diario “la voz” en 1926 y 1927.

 

Enrique Jardiel Poncela

 

Volver