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Corren estos días multitud de peticiones para frenar la guerra. Panfletos, pegatinas, gritos, correos electrónicos... no creo que llegue a estampar mi firma en algo sobre lo que no creo. La algarabía del "No a la guerra" que asume que una postura no común implica un sí, me desasosiega profundamente. De igual manera que no estoy dispuesto a apoyar un apoyo sin condiciones a las posturas del hermano "Usako" (TM Carlos María Ydígoras) tampoco lo estoy a apoyar otras posturas que aparecen como cantos de sirena desde fuentes irreconciliables con mi forma de ser y manera de pensar. La visceralidad presentada en este (y desgraciadamente en otros puntos de discordia en nuestra sociedad) son ya de una viscosidad mental próxima al dogmatismo estalinista que, en aras de unas cordiales relaciones en esta democracia, me limitaré a catalogar como cinismo.
Y no es que la cuestión de fondo me deje en un lado u otro de una trinchera invisible. No es una división, tampoco, entre razón y fe, entre pensamiento y sentimiento. Mi dicotomía es profunda y prefiero ser honrado con ella. No creo que nadie sepa a estas alturas, cuál es el lado correcto. Ni tan siquiera que se pueda hacer una mínima imagen de futuro. El jaleo y la algarabía han inundado todo, estamos rodeados de idiotas narrando cuentos llenos de ruido y furia. Y no quiero que la pasión ahogue la poesía, al menos en mi fuero interno.
Por un lado, me siento impelido a apoyar cualquier postura que huela a paz. Mis nunca negadas y siempre afirmadas raíces cristianas me hacen escuchar con veneración al Papa cuando aboga por la paz mundial. El papado, en este último siglo, ha hablado duramente sobre determinadas guerras. El diálogo antes del enfrentamiento. Creo que fue Rouco quien amplió este antes al durante y después de la conflagración armada. Pero por otra parte, dentro de la moral cristiana el derecho a la legítima defensa ha sido siempre incontestable, tanto de las personas individuales como de los pueblos y de las naciones. "La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida, el otro la muerte del agresor... solamente es querido el uno, el otro no", nos decía Santo Tomás de Aquino. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su punto 1736 incide en el mismo aspecto. Y no tan sólo en nuestros libros sagrados leemos estas referencias, podemos encontrar elementos análogos en el Corán (Sura IV, versículo 94 y ss).
Por otra parte, la sangre judía que corre por mis venas (sin ser sionista, no puedo dejar de ser semita sin un lavado de sangre) me hace sentir honda preocupación por mis hermanos que, ellos si y más de cerca, tienen al dictador iraquí como espada de Damocles. Soy plenamente consciente, algo que me gustaría propagar, de que cualquiera de nosotros podría vivir ordenada y tranquilamente en cualquier calle de Israel, atentados terroristas palestinos aparte... aunque no creo que fuera así (al menos en mi particular y egocéntrico caso) en Bagdad. No quiero con ello desde luego, una invasión desmedida para arrinconar al tirano empleando como defensa dialéctica la monstruosidad de los atentados del 11-S. No. Bush y su arrogante mediocridad me lo impiden. Hay que expulsar a Sadam del poder, pero sin matar antes a millares de iraquíes. Deben existir medios más elaborados que permitan no sepultar más aun a un pueblo ya suficientemente castigado por su dictador, aunque a mi cortedad se le escapen.
Con esto, verás, veréis, que no estoy tan alejado de una postura pacifista. Pero una postura pacifista real, no demagógica. Tantas voces histriónicas y destempladas llenas de antiimperialismo infantil saliendo de la tumba mal cerrada de nuestro comunismo insepulto y del socialismo marxista todavía nostálgico me repele y me coloca mucho más lejos de creer que la disyuntiva sea elegir entre la guerra y la paz.
No tengo ninguna grafomanía que me lleve a estampar firmas compulsivamente en documentos que no pidan más que lo razonable: que se asegure el desarme y destrucción de armas biológicas y quizá más perversas en poder de Sadam, Saturno goyesco para sus hijos, bi-invasor en algo más de una década, reidor de la legalidad internacional y que además nos de amenazas con el terrorismo ajeno. Como si no tuviéramos bastante con los propios. Así, forjaremos la paz. Así, si.