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Sobre las conmemoraciones:
"La sombra de Shelley, que vaga por Versilia y Lunigia, por las riberas del golfo de Spezia y por los aledaños de Pisa, allí donde desemboca el Amo; este fantasma, con quien he conversado y cuya mano he estrechado, me incita no a prorrumpir en añadidos encomios, redundantes e impertinentes, sino más bien a protestar contra la verborrea de otros encomiastas, de los gorgoritos melosos de los celebradores de centenarios.
Los arrullos de tales gentes, por lo general remedio eficaz del insomnio, resultan irritantes, en este caso, drogas que soliviantan y exacerban. Pues es molesto y
es repulsivo, ciertamente, contemplar cómo este juvenil rebelde es ensalzado de tan empalagosa manera, a los cien años de muerto, por gentes que hubieran quedado horrorizadas por él, en igual proporción que los críticos contemporáneos de Shelley experimentaron odio y horror. ¿Qué actitud adoptarían estas gentes con un muchacho contemporáneo, quien, no satisfecho con ser un innovador literario, utilizase su talento
para arremeter con la religión y el orden establecido y blasfemara contra la plutocracia y el patriotismo y se declarara bolchevista, favorecedor del internacionalismo, pacifista y enemigo acérrimo de la guerra? Dirían de él que era un muchacho peligroso, merecedor de castigo; y, o negarían o denigrarían su talento, o -si estuvieran dotados de mayor sutileza hipócrita- no tolerarían que su nombre apareciese impreso en las páginas de los periódicos de su propiedad.
Pero, porque Shelley fue incinerado sobre las arenas de Viareggio hace cien años y ya no hay que temerle, porque ya no vive y no es, por tanto, hombre peligroso, sino sencillamente un clásico muerto, estos respetables adictos de la literatura aceptada y de la sociedad establecida, truécase en corifeos ditirámbicos del muerto, en exegetas de sus textos y en predicadores de sermones acerca de él. Sus melifluos arrullos van acompañados de sollozos, y las conmemoraciones del centenario se desarrollan en un ambiente cargado de miasmas de hipocresía e insinceridad. El efecto de estos aniversarios festejadores de Inglaterra, no es volver a la vida a los grandes muertos. Un centenario es más bien un segundo entierro, una confirmación del óbito. El espíritu otrora vivo mudase en fósil, y en medio de ceremonias fúnebres, el clásico petrificado es debidamente emparedado en un nicho del templo de lo respetable.
"
Al Margen (Centenarios), pag. 288
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