OPINIÓN
Ahora, a gobernar.

Juan V. Oltra

Quisiera haberles hablado esta semana de cómo nos engañan los etólogos al situar a las hormigas como ejemplo de laboriosidad, o quizás ahondar en la relación entre Recaredo y San Leandro, pero la actualidad demanda un pequeño estudio de urgencia del cambio de color en el gobierno de España, inevitable en un medio digital de las características del presente tanto como las pullas de los personajes de cartón piedra en las revistas del hígado. Y discúlpeme esta introducción, pero uno es consciente de que estos temas sensibilizan a priori al lector, de manera que cuando el centro de la diana dialéctica se sitúa en el PP termina el navegante poco avizado afiliándome in mente al PSOE, o viceversa, algo que por meras cuestiones de higiene mental me apresuro a desmentir.

Evidentemente, en un momento tan temprano, sería una temeridad emitir juicios sobre Zapatero (lo de ZP quedó enterrado tras las elecciones, así como los mejores chistes al respecto) cuando no ha tomado siquiera posesión del poder. Y claro, la afición a la política de salón que cada uno de nosotros lleva dentro podría tentarme seriamente a la hora de aconsejar líneas de actuación futura, algo que recuerda cuando, en el parlamento de la Segunda República, un diputado de una minoría con imposible futuro como ministro adoctrinaba a la cámara con las ideas que el llevaría a la práctica caso de serlo. El presidente de las Cortes, Julián Besteiro, muy acertadamente respondió "Lo que su señoría está diciendo me recuerda un librito que en una ocasión compré en una librería de lance y que se titulaba `Relación de los milagros que hubiera realizado San Antonio de Padua si hubiera desembarcado en Lisboa´". Porqué no decirlo, tampoco este humilde servidor de ustedes no quiere ni puede imitar a Fraga cuando aconsejó a un jovencito Felipe de la manera siguiente: "tiene usted todas las condiciones para ser primer ministro, pero para ser un día un buen primer ministro le faltaría una, que es hacerse conservador".

Fácil sería también caer en análisis de actuaciones pasadas, rescatar del baúl de los recuerdos la corrupción y latrocinio que dejó en la mente de muchos el Felipato y mandar fundir los dientes de oro de la abuela para su difícil encuentro por la voracidad recaudatoria de un estado sin fondo. Aunque Quevedo ya avisara de que ?Ladrones hay que hurtan con los pies y con la boca, y con los oídos y con los ojos?, se trata de una etapa periclitada y cuando menos hay que esperar que el PSOE o al menos una buena parte de él, se diese cuenta de que aquellos excesos provocaron su caída. Ya Zapatero dejó sentado hace alrededor de un año que aquel tiempo pasado no volvería. Respiren pues tranquilos los ciudadanos de a pie, penen pues los amigos del cafelito.

El PSOE en esta particular travesía por el desierto se ha dado cuenta de que el banco azul es un lugar al que es muy difícil subirse y del que es muy fácil caerse, por lo que la política de pasillo (los infectos pasillos, que decía Manuel Azaña), la guerra sucia y demás deben quedar perdidos en algún lugar entre la calle de las Sierpes y la carretera de Extremadura.

¿Empiezan de cero entonces, me dirá el lector? pues no debería ser así, tendría que responder yo. El PSOE ha tenido no solo fallos sino que ha dado motivos suficientes a lo largo de su historia como para ser expulsado de la vida pública española, pero por otra parte no queda huérfano de referentes positivos; bastaría con fijar la meta en la emulación de los segundos y lamentar los primeros. Más allá de buscar el cumplimiento de su programa, fíjense ustedes, o incluso de su ideal (leemos de su programa de abril de 1880 que "es la completa emancipación de la clase trabajadora: es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola clase de trabajadores libres e iguales, honrados e inteligentes"), habría que mirar actitudes. Basta pues un referente, una figura. Y la tienen en piedra muy cerca, en esos nuevos ministerios que proyectó pero que acabó Franco: Indalecio Prieto, quien daría para muchas líneas que en aras de la brevedad dejaré extractadas en un par pronunciadas en un mitin dado en 1936 en Cuenca "A medida que la vida pasa por mí (...) me siento cada vez más profundamente español (...). No somos la antipatria, somos la Patria, con devoción enorme para las esencias de la Patria misma".

Es lo único que me atrevo a aconsejar. Eso, y que si optasen por un nefando viaje al pasado, al menos dijesen como Sagasta: "Ya que gobernamos mal, por lo menos gobernemos barato".


 
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