Alegrías de Valencia
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Juan V. Oltra
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Donde el autor agradece al Excelentísimo Ayuntamiento que cuide tanto a sus vecinos
A veces, vivir en una gran ciudad tiene sus cosas buenas. En algunos barrios de Valencia, aquellos más alejados del centro, podemos gozar de un sin fin de distracciones.
Algunas de éstas son una novedad, y otras ya las conocía de pequeño, aunque la memoria las había sepultado. Mi reciente mudanza al barrio de mi infancia me ha permitido descubrir las primeras y recordar las segundas.
Estas alegrías que pueden ser vividas en la barriada de la Cruz Cubierta, o generalizando quizá a cualquier barrio que pueda ser calificado de obrero en esta Valencia regentada por doña Rita Barberá, no puedo quedármelas para mi solo, uno tiene su punto perverso y desea compartirlas con ustedes para darles envidia.
Por el día disfrutamos de unas relaciones sociales dignas de las más altas jerarquías. Doña Rita ha relajado la vigilancia de la zona lo suficiente como para que podamos disfrutar de la presencia de algunas decenas de vagabundos ocupando diversas viviendas abandonadas. Los aromas procedentes de su falta de higiene resultan ya imprescindibles en nuestras calles, y en nuestros autobuses. Autobuses de la empresa municipal que, cuidando sin duda la necesidad del ciudadano de mantener una figura esbelta, son escasos para forzar un efecto doble adelgazamiento: lo primero es correr cuando se vislumbra, pues caso de perderlo hay tiempo para leer el Quijote de Avellaneda entre servicio y servicio. Lo segundo es comprimir las grasas para poder entrar en esas modernas cajas de sardinas con ruedas.
Encantador ¿verdad?... pues no es todo, no crean. En un mes ya hemos visto como los bomberos apagaban cuatro o cinco incendios provocados por los nuevos convecinos, todo un delicado espectáculo. Afortunadamente estos al lado tienen una gasolinera donde poder repostar sus vehículos, así que no hay que preocuparse por que puedan generar más atascos que los convencionales cuando embocan por una calle principal llena de socavones.
Y si el día es delicioso, la noche no lo es menos. Pubs y discotecas que abren con la misma facilidad con que las setas crecen en un bosque de algarrobos nos alegran la noche a los vecinos recordándonos que dormir es morir un poco. Los asistentes a estos centros de ocio, además nos alegran con dulces serenatas, bravamente entonadas gracias a los vapores etílicos que destilan. Algo imposible si nuestro ayuntamiento hiciera efectivas las leyes antibotellón, menos mal que se han dado cuenta de que somos tan jaraneros que eso supondría una conmoción social para nosotros. Además ¿De que vivirían los talleres que reparan neumáticos? Los cristales de las botellas y los vasos son su maná diario. ¿Y nuestros amigos de chapa y pintura?... gracias a que un par de noches aparqué el coche en la calle en lugar de en el garaje, puedo presumir de un par de tatuajes deliciosos en la plancha de mi utilitario. Esto es arte, y no esas exposiciones que se realizan en el centro. Bien sabe la alcaldía que tipo de gustos hay en cada barriada.
No podemos quejarnos, no. Si bien nuestras bibliotecas son más bien escasas, el ocio no queda atrás. Los antiguos y abandonados cuarteles del ejército sirven para improvisadas fiestas rave donde además pueden conseguirse sustancias prohibidas en los circuitos comerciales, lo que no deja de ser un atractivo para que nos visiten amigos de otros barrios o incluso ciudades penitenciarias. ¿Y que decir del nuevo bulevar sur?... estupendo para presenciar carreras. Ríanse del circuito de Cheste, es un juego de niños. Aquí se ven carreras de verdad, coches pulverizados y alguna corona de flores depositada después de cada fin de semana. Mejor que no pasen los policías, son tan aburridos que seguro que lo impedirían. Eso y puede que nos quitaran ¡hasta la serenata que nos dan las motos que repostan gasolina y aceleran imitando a Angel Nieto!. Menos mal que justo después de la inauguración por el ministro la rehicieron por el hundimiento de buena parte de su trayecto, de lo contrario nos perderíamos el sobresueldo que nos sacamos vendiendo como chatarra los trozos de hierro que los múltiples accidentes siembran en nuestro suelo.
Y mientras todo esto pasa, en el Ayuntamiento siguen planteándose que hacer con nosotros. No hagan nada, no se pierdan en discusiones bizantinas como aquello de calcular cuantos ángeles pueden bailar sobre la punta de un alfiler. Señorias, los turcos están escalando ya este muro.
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