OPINIÓN
Una sociedad de bárbaros.

Juan V. Oltra

Conducir a la hora de cierre de los gimnasios empieza a ser una actividad de alto riesgo. Las ciudades se plagan de seres que bajo una envoltura más parecida a la de un cruasán que a la humana, desparraman su adrenalina por el asfalto con un arrojo que haría sonrojar a Atila.

Estos individuos por lo general de cráneo rapado en su exterior y no mucho más amueblado en su interior, que salen disparados de las salas de musculación en búsqueda de sus novias, chicas o apaños (que, hay que decirlo, en muchos casos aprovechan esas horas de asueto lejos de su gorila correspondiente para tejerles gorras con guantes con humildes ratas de biblioteca), como tribu urbana ya constituida, mantienen sus rasgos diferenciales para con el común de los mortales, pero esta vez no se limitan a su indumentaria personal, pelaje y plumaje que haría sin duda las delicias de Feliz Rodríguez de la Fuente, sino que se extiende a su vehículo, artilugios del demonio destinados a la caza del desprevenido peatón en sus manos.

Si, querido lector, bien seas peatón, probo padre de familia que recoges a tu prole del colegio, humilde repartidor, trabajador del taxi que entregas tu piel al volante, lo que a esas horas fatídicas nos une a todos es que debemos estar ojo avizor buscando muestras en el horizonte que nos permitan ponernos a salvo de esos coches pequeños y potentes, baratos o caros, desde el Ibiza al BMW de diseño, que la idiocia no entiende de clases sociales o filiaciones políticas.

Es fácil reconocer estos automóviles. En su interior, múltiples lucecitas, sin duda para suplir las que faltan en la cabeza del conductor, iluminan unos dados gigantescos de colores que ocupan medio parabrisas. La carrocería, decorada con múltiples alerones y cacharrería diversa, esconde un lugar donde el pelado apunta como muescas en la culata de su revolver, el número de altercados públicos conseguidos con su discoteca rodante.

He oído disculpas múltiples a este comportamiento, desde aquellos que invocan viejas legislaciones que consideraban eximente al viento, a la que hace de la mentira del ejercicio una nueva forma de vida (como le comentaba a un querido médico, hace diez años se recomendaba para estar sano una hora diaria, hace cinco, pasó la recomendación a ser de una hora cada dos días, hoy en día lo centralizan en fines de semana... mi teoría de los cinco minutos mensuales va cobrando certeza científica por minutos). Sin embargo, creo que responde a algo más complejo

Estamos ante un fenómeno al que se le pueden buscar muchas causas y orígenes, pero que puede resumirse en uno: el cambio de valores en la sociedad. Más allá del caso ?Farruquito?, lo cierto es que parece percibirse en buena parte de nosotros la instalación de la cultura del todo vale. El culto al cuerpo, la agresividad y la ostentación han suplido en estos mentecatos y, en menor medida en el resto de nosotros, al desarrollo del raciocinio, la paz y la laboriosidad. Un cambio que no favorece más que a los que buscan el aborregamiento de una sociedad dócil que ignore los verdaderos problemas pero que babee ante un partido de fútbol o una boda real.

Porque este adormecimiento de la sociedad no sólo afecta a estos musculitos que fanfarronean de sus propias miserias, sino que lamentablemente nos afecta a todos... ¿dónde están los intelectuales?... nuestros ateneos hoy más parecen casinos que hogares de la cultura, nuestras universidades centros de promoción personal, los periódicos estan llenos de tontos útiles a la derecha o a la izquierda, cacatúas repite consignas nada originales que nos intentan hacer olvidar que PP y PSOE no son en realidad más que las dos caras del monstruoso Jano Bifronte que gobierna este país antes llamado España, a perpetuidad.

Las calles pobladas de bárbaros, cuando no de delincuentes, nuestras clases dirigentes que han convertido al parlamento en un lugar donde ya no se ?parla?, solo se lee, no se habla (algo que estuvo prohibido durante muchos años pero que la cortedad demostrada de nuestros políticos haría imposible hoy), los intelectuales brillando por su ausencia, con honorables excepciones y, mientras tanto, la sociedad perdida y desorientada va, sino al despeñadero, al menos si hacia un laberinto de difícil salida sin guía. Alimentados por la televisión basura, con un nivel de lectura reducido a las revistas del hígado y a unos cuantos periódicos que en realidad son el mismo, precisamos rescatar un mínimo de inteligencia para salir de las penumbras de esta época bárbara

Despierta, España, despierta. Busca dentro de ti las brasas que aun humean. Obrero, funcionario, intelectual... rescata tus valores y, por favor, piensa sin muletas, sin ideas extrañas, usa tu propia entraña para desarrollar tu pensamiento.


 
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