Es domingo por la tarde y he recordado que tenia que protestar un recibo pagado por duplicado, así que encamino mis pasos a la oficina bancaria donde suelen
desplumar mi sueldo para mantener mi esclavitud financiera a costa del hipotecón que como una buena parte de los españoles llevo a mis espaldas. No hay
problema, así que después paso por las oficinas de la seguridad social a preguntar a un amable funcionario, que en vez de pasear a sus hijos por el parque me
espera impaciente, sobre unos asuntos relativos a la pensión de mi madre. Después de esto, me voy a la facultad, pues tengo una clase dominical a las diez y
media de la noche.
¿Sorprendido? ¿Se siente aludido y está enfadado? ¿piensa acaso aquello de "ya trabajo bastante entre semana"?. No se preocupe, siempre podemos establecer un
cómodo sistema de turnos, que es la rueda de molino con la que se intenta hacer comulgar a tantos dependientes de comercio para abrir los domingos.
Está claro que la sociedad de hoy no es la de hace unas decenas de años, acaso ni tan siquiera la de hace pocos años. Las familias ya no salen a pasear al
campo tras un vermut previo a la misa dominical, los templos de la modernidad son los grandes centros comerciales donde adoramos al gran Baal del consumismo,
los ancianos no pueden contar sus batallitas a los nietos, pues estos dejaron de ser báculos para la vejez trocándose en aves de rapiña dispuestos a saltar
sobre cualquier adminículo mientras este haya sido anunciado convenientemente por el gran hermano televisivo. En vistas de tan importantes cambios, el
descanso dominical pretende ser eliminado, si bien no para todos (recordemos que siempre hay quien es más igual que otros), sino para la casta inferior de
los dependientes.
Busquemos como explicar a los niños, últimos perjudicados, el porqué se quedan el domingo sin padre, sin madre o, lo que es peor, sin ambos, entendamos que
la familia sufre y se resquebraja con estos embates. Ataques innecesarios, excepto para el engrandecimiento del gran capital: no hablamos de eliminar
servicios de primera necesidad como la sanidad o la seguridad pública, sino de empezar a romper la hucha por el lado más frágil. A fin de cuentas, ni el
presidente del banco, ni el ministro de turno, ni tan siquiera el rector madrugarán para trabajar. En todo caso puede que lo hagan para poder agitar, que no
mezclar, su martini en alguna tropical playa. Eso, que con o sin demagogia no podemos llamar de otra manera que como explotación, por edulcorar los términos
de una moderna esclavitud, si ya es grave para empleados de grandes empresas, es funesto para los pequeños propietarios, los dueños del 97% de las empresas
españolas, más que pymes, micropymes, empresas con uno, dos o tres trabajadores a lo sumo que no pueden enfrentarse a los grandes recursos de que dispone
para esta batalla el gran capital. Dos opciones tristes: dejar engullir su mercado y con él su dinero, ya escaso, por las grandes empresas, o marginar a su
propia familia para no perder algo más grave que unas cuantas ventas: la fidelización de sus clientes.
Decía la Enciclopedia Álvarez (al menos la original, que yo manejo, ignorando si la copia para nostálgicos ha sido censurada en los puntos menos
políticamente correctos) que los chinos eran una raza inferior porque no contaban con el descanso dominical. Políticamente incorrecto o no, al menos suena
premonitorio.
No compres en domingo. Quiere a las familias de los demás como a la tuya propia.