Cuando
en una charla con amigos se presenta la oportunidad de definirme políticamente,
generalmente se espera que me etiquete como una persona progresista (o
de izquierdas), o bien de orden (o de derechas). Justo en ese momento es
cuando pienso en la razón que tenía Ortega al definir el ser de
izquierdas o derechas como dos formas distintas de idiocia.
Gente ha habido ya que dijera que tales términos heredados de un siglo
XIX mal digerido poco o nada nos pueden decir en el siglo XXI, que si
analizamos los hechos, Stalin en algún momento podría ser calificado
como un político de derechas y Mussolini como izquierdista, mas no es
éste mi punto de partida. Buscando siempre la praxis de las cosas,
simplemente debo certificar que nuestra izquierda hoy asume como propias
muchas señas de identidad y dogmas de la derecha y que ésta,
vergonzosa y coprófaga, intenta congratular a la izquierda adoptando
sus mitos y formas. Y mientras, la casa por barrer.
Recuerdo un chiste que se contaba a principios de la transición que
algo de luz puede dar a esta discusión. Cuentan que dos amigos, Don
Melquíades y Don Prudencio se encontraron por la calle. Don Melquíades
había sido en su mocedad miembro de la Unión Patriótica de
Primo de Rivera, más tarde perteneció fugazmente a la Unión Monárquica
para pasarse con armas y pertrechos a las filas de los radicales de
Lerroux. Empezada la guerra se afilió a Izquierda Republicana
para, en el momento en que pudo pasarse a la zona gobernada por Franco,
ingresar en Falange Española. Como miembro del Movimiento
había sido alcalde de su municipio hasta que, recién entrados los 70,
quizá por aquello del socialismo cristiano de José Antonio, decidió
ingresar en el PSOE. Don Prudencio, irónicamente le espetó: “Don
Melquíades, sí que cambia usted de ideas”. Don Melquíades, sin
inmutarse, contestó a Don Prudencio: “No se equivoque, mi idea
siempre ha sido la misma: gobernar”.
De esta pasta están hechos muchos de nuestros políticos y empresarios,
llámense puntualmente izquierdistas o de centro (recordemos brevemente
que la derecha no existe en este país, antes llamado España). Leíamos
en la revista “La Clave” el ya lejano mes de febrero, cómo
el ahora acusado de enriquecimiento ilícito Carlos Fabra, presidente de
la diputación de Castellón (y casi virrey de la provincia), viene de
una saga de presidentes de diputación: cinco generaciones de Fabras han
estado al frente del ayuntamiento de ayuntamientos de Castellón. Otros
nombres parecen perpetuarse en la memoria popular, a izquierdas o
derechas: Sartorius, Ruiz Gallardón… Contaba Fernando Vizcaíno que
la elección de Felipe González del 18 de julio como fecha de su
matrimonio no fue casual, sino producto de sus relaciones familiares con
el régimen; a una pregunta de Enrique de Aguinaga, cronista de la Villa
de Madrid, Polanco afirmó su orgullo de haber sido flecha… la
lista sería demasiado larga.
Posiblemente alguno de ustedes piense que estoy prejuzgando, que imputo
débitos de padres en cuentas de hijos. Lamentablemente, nuestra
historia parlamentaria ha estado siempre llena de caciques y pucherazos,
sin que nada en el horizonte se muestre como una prueba de que algo vaya
a cambiar. Desde el alcalde de Toques hacia atrás, repasando figuras
como el gran muñidor de principios del XX, Romero Robledo, experto en
amañar elecciones -una anécdota deliciosa de este personaje cuenta cómo
al presentársele un joven indicándole que era el sobrino del cacique
local, gracias al que debía su escaño, éste le recompensó sin
verificar la historia. Cuando averiguó que ninguna relación familiar
tenía con su amo electoral y le dijo “Me ha engañado usted
villanamente, este señor no es su tío”, el ladrón de ladrones
le respondió “Este señor no será mi tío, pero usted, don
Francisco es mi padre”. Don Francisco Romero no pudo menos que
perdonarle- o al de fama más limpia Félix Azzati, candidato de Blasco
Ibáñez, múltiples son los ejemplos de quebranto de normas electorales
o, cuando menos, del origen ético de sus votos. No, no puedo confiar en
derechas o izquierdas.
Y como muestra, un botón, aunque quizá podría hacer un gabán de
estos retales: mientras el ejército de Marruecos se rearma y el nuestro
tiembla ante este hecho incontestable, nuestros políticos, llámense
Trillo o Bono, llámense izquierda o derecha, siguen manteniendo a
nuestras tropas desnudas.
Bicho raro reconocido, necesito del afán de justicia social de la
izquierda, pero no puedo renunciar a los valores tradicionales
supuestamente enarbolados por la derecha. Desconfío de quien quiere
solucionar los problemas de España o de una fracción de su territorio
orillando una de estas dos vías… y mucho más de una izquierda que
olvida sus premisas sociales de origen y de una derecha que abomina de
las tradiciones patrias. Me reconozco progresista, pero también persona
de orden. Me confieso como un anacoreta de la política. A esto se le
llama estar abandonado en la rosa de los vientos, triste, pero sé que
no solo ¿alguno de ustedes viaja conmigo en mi balsa de naufrago en el
mar de las ideas? Prometo no incurrir en antropofagia.
Juan V. Oltra
22.XII.2004
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