Soledad a izquierda 
y derecha del caos 

Juan V. Oltra

Cuando en una charla con amigos se presenta la oportunidad de definirme políticamente, generalmente se espera que me etiquete como una persona progresista (o de izquierdas), o bien de orden (o de derechas). Justo en ese momento es cuando pienso en la razón que tenía Ortega al definir el ser de izquierdas o derechas como dos formas distintas de idiocia.

Gente ha habido ya que dijera que tales términos heredados de un siglo XIX mal digerido poco o nada nos pueden decir en el siglo XXI, que si analizamos los hechos, Stalin en algún momento podría ser calificado como un político de derechas y Mussolini como izquierdista, mas no es éste mi punto de partida. Buscando siempre la praxis de las cosas, simplemente debo certificar que nuestra izquierda hoy asume como propias muchas señas de identidad y dogmas de la derecha y que ésta, vergonzosa y coprófaga, intenta congratular a la izquierda adoptando sus mitos y formas. Y mientras, la casa por barrer.

Recuerdo un chiste que se contaba a principios de la transición que algo de luz puede dar a esta discusión. Cuentan que dos amigos, Don Melquíades y Don Prudencio se encontraron por la calle. Don Melquíades había sido en su mocedad miembro de la Unión Patriótica de Primo de Rivera, más tarde perteneció fugazmente a la Unión Monárquica para pasarse con armas y pertrechos a las filas de los radicales de Lerroux. Empezada la guerra se afilió a Izquierda Republicana para, en el momento en que pudo pasarse a la zona gobernada por Franco, ingresar en Falange Española. Como miembro del Movimiento había sido alcalde de su municipio hasta que, recién entrados los 70, quizá por aquello del socialismo cristiano de José Antonio, decidió ingresar en el PSOE. Don Prudencio, irónicamente le espetó: “Don Melquíades, sí que cambia usted de ideas”. Don Melquíades, sin inmutarse, contestó a Don Prudencio: “No se equivoque, mi idea siempre ha sido la misma: gobernar”.

De esta pasta están hechos muchos de nuestros políticos y empresarios, llámense puntualmente izquierdistas o de centro (recordemos brevemente que la derecha no existe en este país, antes llamado España). Leíamos en la revista “La Clave” el ya lejano mes de febrero, cómo el ahora acusado de enriquecimiento ilícito Carlos Fabra, presidente de la diputación de Castellón (y casi virrey de la provincia), viene de una saga de presidentes de diputación: cinco generaciones de Fabras han estado al frente del ayuntamiento de ayuntamientos de Castellón. Otros nombres parecen perpetuarse en la memoria popular, a izquierdas o derechas: Sartorius, Ruiz Gallardón… Contaba Fernando Vizcaíno que la elección de Felipe González del 18 de julio como fecha de su matrimonio no fue casual, sino producto de sus relaciones familiares con el régimen; a una pregunta de Enrique de Aguinaga, cronista de la Villa de Madrid, Polanco afirmó su orgullo de haber sido flecha… la lista sería demasiado larga.

Posiblemente alguno de ustedes piense que estoy prejuzgando, que imputo débitos de padres en cuentas de hijos. Lamentablemente, nuestra historia parlamentaria ha estado siempre llena de caciques y pucherazos, sin que nada en el horizonte se muestre como una prueba de que algo vaya a cambiar. Desde el alcalde de Toques hacia atrás, repasando figuras como el gran muñidor de principios del XX, Romero Robledo, experto en amañar elecciones -una anécdota deliciosa de este personaje cuenta cómo al presentársele un joven indicándole que era el sobrino del cacique local, gracias al que debía su escaño, éste le recompensó sin verificar la historia. Cuando averiguó que ninguna relación familiar tenía con su amo electoral y le dijo “Me ha engañado usted villanamente, este señor no es su tío”, el ladrón de ladrones le respondió “Este señor no será mi tío, pero usted, don Francisco es mi padre”. Don Francisco Romero no pudo menos que perdonarle- o al de fama más limpia Félix Azzati, candidato de Blasco Ibáñez, múltiples son los ejemplos de quebranto de normas electorales o, cuando menos, del origen ético de sus votos. No, no puedo confiar en derechas o izquierdas.

Y como muestra, un botón, aunque quizá podría hacer un gabán de estos retales: mientras el ejército de Marruecos se rearma y el nuestro tiembla ante este hecho incontestable, nuestros políticos, llámense Trillo o Bono, llámense izquierda o derecha, siguen manteniendo a nuestras tropas desnudas.

Bicho raro reconocido, necesito del afán de justicia social de la izquierda, pero no puedo renunciar a los valores tradicionales supuestamente enarbolados por la derecha. Desconfío de quien quiere solucionar los problemas de España o de una fracción de su territorio orillando una de estas dos vías… y mucho más de una izquierda que olvida sus premisas sociales de origen y de una derecha que abomina de las tradiciones patrias. Me reconozco progresista, pero también persona de orden. Me confieso como un anacoreta de la política. A esto se le llama estar abandonado en la rosa de los vientos, triste, pero sé que no solo ¿alguno de ustedes viaja conmigo en mi balsa de naufrago en el mar de las ideas? Prometo no incurrir en antropofagia.

Juan V. Oltra
22.XII.2004

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