DESDE EL PEQUEÑO MUNDO
La gripe secreta
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Juan V. Oltra
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Aunque los noticiarios niegan que haya una epidemia de gripe, evitando que los hechos les estropeen una estupenda teoría, la verdad es que nuestro sistema sanitario parece haber sido pillado de sorpresa, como esos chiquillos que escalan los muebles para zamparse el tarro de las galletas.
No, nuestros políticos no se equivocan ni tienen errores de previsión. Ni los automovilistas atrapados en la nieve cumplieron con su deber de llevar las cadenas o, mejor aun, quedarse en casita atontándose con la televisión un poco más, ni el común de la población ha tenido la deferencia para con el gobierno paritario de evitar los contagios. Si es que los bacilos, virus y bacterias son una panda de reaccionarios, ya lo decía yo.
Así, mientras no existe problema con la gripe, nuestros hospitales se hacinan. Y no me lo ha contado nadie ni es un rumor digital, que mi analógica espalda aun recuerda el paso de las noches sobre un sillón del hospital, con mi madre ingresada mientras mi mujer y mis hijos reventaban termómetros. Cada día, cuando salía a desayunar por la puerta de urgencias (si, lo se, no se hace, pero uno tiene que ver las cosas para luego poder contarlas a los amigos del Minuto) veía como la proporción de chadores y turbantes que habitualmente llenan las salas de esperas de urgencias descendían para dar paso a una muchedumbre nativa, representando a todas las edades pero con una media que haría pasar al bíblico Matusalén por un bakalaero con vehículo lleno de espejitos. Los últimos días las camas se amontonaban en los pasillos mientras la gripe, seguía sin ser epidemia.
Solo la profesionalidad de médicos, enfermeros y celadores han evitado el caos a que la falta de vista de nuestros políticos nos mandaba. Algo de agradecer, y que me hacía pensar en una puerta abierta al regreso a una concepción más Hipocrática de la medicina. Cariño y más cariño he visto repartido entre los ancianos ingresados, aunque los recursos estaban verdaderamente desbordados, lo que se agradece doblemente.
Mientras regresábamos a casa a bordo de un taxi que parecía sacado de una película de Almodóvar, incluyendo conductor macarra y colgantes varios dentro del coche (donde no faltaba un esqueleto con cigarrillo y alguna parte blanda que los gusanos debieron comer), reflexionaba sobre el origen de la sanidad moderna, tal y como lo contaban Burke y Ornstein. Según estos sesudos investigadores, esta viene de los hospitales de campaña, donde los pacientes, un cúmulo de soldados analfabetos e ignorantes acostumbrados a la disciplina militar y a la imposición de una conducta uniforme, sin conciencia de valores tales como la privacidad, acostumbrados a hacinarse en enormes tiendas de campaña todos juntos y a ser tratados rudamente por sus oficiales, desarrollan el ?respeto al médico? y este empieza al tiempo a ignorar las manifestaciones de sus pacientes, ocupándose más que de la terapia y la curación, de la diagnosis y clasificación de enfermedades, creando así un abismo entre expertos y profanos que aun existe. Los pacientes podían pues ser tratados como conejillos de indias, pellizcados, desnudados, pinchados e incluso en algún caso vejados contando con su obediencia.
Y siento enmendar la plana a gente tan sabia. Pero yo no he visto conejillos de indias ni gente vejada. Sólo ganas de sacar adelante a los pacientes.
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