El "firmado" y el "visto bueno" están impresos. Las firmas, naturalmente, son manuscritas porque si no ya no serían firmas. Y, a diferencia del Director jefe de la División, que cierra el documento con una firma por completo ilegible, la del presidente Einaudi y la del ministro Gonella están clarísimas, escritas con la misma caligrafía de la fecha y de 1a parte informativa manuscrita contenida en el diploma. Pero no es que el presidente de la República y el ministro de Instrucción pública tengan idéntica caligrafía y uno de ellos haya escrito el diploma. No, lo que sucede es que el funcionario encargado de llenar el impreso ha puesto las firmas porque sabe que cada año se jubilan centenares de miles de maestras, y no es humanamente posible pretender que un presidente de la República y un ministro dediquen veinte horas al día a firmar diplomas de méritos. Y en definitiva, lo que cuenta es el original del decreto y no el "extracto conforme al original" que se envía a los maestros jubilados. Y el decreto original está firmado reglamentariamente, porque, de lo contrario, no podrías ostentar la medalla de oro. Sólo encuentro un reparo: tus años de servicio son cuarenta y no cuarenta y nueve, como aparece escrito en el papel. Pero tú comprenderás que un ministro de Instrucción pública que tanto tiene que hacer por su partido y un presidente de la República que tantas preocupaciones tiene con sus viñeditos no pueden andar controlando si una anciana maestra tiene derecho a ostentar la medalla de oro por haber cumplido cuarenta y nueve o cincuenta años de buen servicio, y no cuarenta. Y, en definitiva, ¿qué son nueve años? ¿Te defrauda un poco ese "buenos servicios" tan, tan seco? ¿Habrías preferido que se dijera "laudables servicios"?. Un presidente de la República y un ministro no pueden aventurarse en afirmaciones demasiado comprometidas, porque tampoco pueden dedicarse a controlar si el servicio de una maestra ha resultado bueno más bien que laudable, mediocre o excelente. No te pierdas en cavilaciones sobre estas cosas, señora maestra, y ten en cuenta el significado general de la cuestión: el Estado reconoce los méritos que has acumulado ea cuarenta y nueve años de trabajo duro y te envía, completamente gratis, un documento que, dada la riqueza del papel y la excelente calidad de la tinta, vendría a costar no menos de doce liras. ¡Si vieras qué hermoso es el diploma! Consta que ha sido dado en "Roma a 22 de diciembre de 1949 y ha llegado hoy, 17 de octubre de 1950, sólo con diez meses de diferencia. Pero tú, señora maestra, estás muerta. El día 13 de Julio te has ido y no has podido ver cl diploma. ¿Qué son estas impaciencias de los viejos maestros jubilados?
¡Lástima! Si el diploma hubiera llegado algunos meses antes, yo te hubiera comprado una hermosa medalla de oro, te la hubiera prendido en el pecho y hubieras partido con ella para el gran viaje. Pero, ¿cómo puede hacerse eso si no se tiene el diploma, si no se tiene el documento?
Pero Roma está tan lejos de Milán que un diploma no puede invertir menos de diez meses en el recorrido. Y, ¡además, tienen tanto que hacer allá, en el Ministerio! Y, ahora, ¿qué hago yo con este diploma? ¿Lo guardo? ¿Pero es que acaso la ley me permite conservar una cosa que no es mía? ¿Se lo devuelvo al ministro Gonella? ¿Y que sabe el ministro Gonella de los viejos maestros que no tienen paciencia para esperar diez meses? ¿Que significa esa prisa que se dan los viejos maestros en morirse apenas jubilados? ¿Qué hago yo con el diploma? ¿Lo devuelvo al Ministerio de Instrucción pública?
¿Y si se ofenden? ¡"Con lo que hemos trabajado para copiar este diploma" que hasta hemos hecho horas extraordinarias, y tú lo rechazas!" Si me dicen eso, ¿qué puedo responder? ¿Depositario en tu tumba el día de Difuntos? La impresión es buena y el papel, resistente, pero la tinta utilizada para escribir tu nombre y las otras cosas es vulnerable. Un poco de niebla, un poca agua y todo se borrara en pocos días. Incluso la fecha del 22 de Diciembre de 1949. Y yo, a veces, siento la necesidad de ver escrita esa fecha. Me has enseñado a vivir y a morir, pero yo soy peor alumno. Yo soy ahora tu Franti, el que hacía llorar a su madre. Tengo necesidad de ver ante mis ojos aquella fecha, verla cada día porque mi corazón está lleno de veneno y me hace falta odiar a los hombrecillos desconocidos y la desidia estatal que te han privado de la alegría que acaso habría dado a tu corazón fatigado la fuerza para latir un día, una hora o minuto más. No te revuelvas en la tumba, no turbes tu eterna frialdad. Lo se, señora maestra para ti todo cuanto sea estatal es sagrado e intocable, y lo que yo digo es para fi una horrenda blasfemia. Pero no hablo por ti sola. Destilo veneno por mí y por todos aquellos a quienes la triste indolencia estatal, por quienes la sórdida indiferencia burocrática envenena los últimos días de una cansadísima vida transcurrida en el honrado trabajo en beneficio de la comunidad. También vosotros, chupatintas ministeriales que empleáis diez meses en hacer llegar un diploma de méritos desde Roma a Milán os encontraréis un día viejos y miserables y el Estado os echará a puntapiés. Entonces, comprenderéis el valor de una hoja de papel como la que me ha llegado hoy. Acaso entonces mi odio ya no os persiga. Pero hasta ese día os odiaré incansablemente. Aunque sólo le hayáis robado un segundo a la vida de mi madre, aunque, simplemente, la hayáis privado de una sonrisa. Soy un solo individuo, pero mi odio es inmenso, como el amor que siento por mi madre. Tumbaos al sol de Roma y no os preocupéis del hombrecillo que destila veneno tras las nieblas del Norte- Un día el sol de Roma no conseguirá calentar vuestros huesos ya viejos y descoyuntados y, aun entonces el odio del hombrecillo os pesará en la espalda como un saco de arena. ¿Os pagan poco? También a mi madre le pagaban poco y nunca se cansaba de trabajar Queda tranquila, señora maestra. No te preocupes por mí. No pueden hacerme nada. Mi odio es más fuerte que todos los Ministerios juntos. Y, si puedes, respóndeme en sueños. Pero, por caridad, no me vengas a sermonear acerca de si es indigno de un alma noble lo que acabo de decir. Mi odio no busca formas de venganza, sino que es y será siempre tan sólo un pensamiento encerrado en mi cerebro. No vengas a enseñarme que debo amar a mi prójimo como a mí mismo. Ya me lo has enseñado y lo sé. Yo me amo a mí mismo nada más cuando sé que he hecho aquello que, a la luz de tus enseñanzas y de tu ejemplo, considero que sea mi deber, cuando sé que no lo he hecho, me detesto. Enmarcaré el diploma y lo colgaré de la pared contra la que está apoyada mi mesa de trabajo. Y, de ver en cuando, lo miraré. Hasta que tenga en los ojos un poco de aquella luz que me has dado, aprovechando un día de fiesta.
Tu hijo.
PROPAGANDA
La patrulla inglesa y la patrulla rusa, que avanzaban caminos opuestos, se encontraron en la encrucijada; los oficiales que las mandaban se saludaron con mucha gravedad y se estrecharon la mano sonriendo. Ambos hablaban alemán. Mientras los hombres se sentaban en el borde de la cuneta a fumar, los oficiales, charlando amablemente, echaron a andar a lo largo de un sendero que conducía a un chalet.
- Tengo una sed del demonio - dijo el oficial inglés - si esos grandísimos puercos alemanes no sacan cerveza, los ahorco a todos.
- Le ayudaré gustoso - exclamó el oficial ruso.
En la casa sólo encontraron a dos muchachas que les miraron despavoridas. Contestaron que no tenían cerveza, ni sidra, ni si quiera jarabe, pero no fueron ahorcadas.
- No están mal, las nazistinas - se burló el ruso.
- Es un modo como otro cualquiera de calmar la sed - añadió el inglés. Y agarrando rudamente por el brazo a la muchacha que parecía más joven, la empujó con malos modos escaleras arriba.
- Yo voy a beber ahí, en el salón - dijo el ruso, empujando a la otra chica hacia una puerta.
Tras entrar en la primera habitación que encontró, el inglés cerró de una patada la puerta, mientras la chica iba a acurrucarse en un rincón, con sus ojos azules llenos de terror.
- Por favor - balbució la pobrecilla -, no me haga daño.
- No tenga miedo. Los ingleses no hacen daño a nadie, y mucho menos a las señoritas guapas. Le ruego me dispense los modales poco corteses, pero he tenido que comportarme así para engañar a ese hediondo cosaco. Me hubiese gustado salvar también a su hermana, pero he debido limitarme a salvarla a usted; no puedo entrar en conflicto con los rusos: podría provocar incidentes muy graves. Nosotros no somos unos bárbaros como esos rusos, y sufrimos viendo cómo tratan ellos a los alemanes.
Ofreció cigarrillos y chocolate a la chica y estuvieron media hora conversando sobre la guerra y acerca de la villanía de los rusos. Al final, el oficial inglés volvió a adoptar la expresión de antes.
- Desarréglesé un poco el pelo y el vestido - dijo -. Ahora hay que empezar de nuevo la comedia.
Abrió violentamente la puerta y salió gritando y empujando sin miramientos a la chica. En el rellano se topó con el ruso, que salía de la habitación abrochándose la guerrera.
Se fueron carcajeándose los dos. Las muchachas, al quedarse solas, se arrojaron una en brazos de la otra.
- Pobre pequeña mía - sollozó la mayor, la que había estado con el ruso -. ¿Qué te ha hecho ese bribón inglés?
- Nada - respondió la más joven -. Ha dicho que los ingleses no son como los rusos, y que hacía comedia por salvarme de aquel bárbaro cosaco.
La mayor se desasió del abrazo.
- Pues también el ruso me ha hecho el mismo razonamiento - exclamó -. También él ha dicho que los rusos no son como los ingleses, y que representaba una comedia para engañar a aquel gran cerdo de inglés.
Ambas fueron a la ventana para ver cómo se alejaban los dos oficiales.
- ¡Vaya estúpidos! - suspiró al fin la mayor.
- Esperemos que los negros americanos no sean tan cretinos - añadió la joven.
Extraídos de la colección de relatos denominada por Plaza y Janés como: Italia Provisional