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Retratos amarillos (VIII) Jardiel Juan V. Oltra |
Jardiel fue un genio. Sin paliativos. Personalmente no sólo lo sitúo entre lo mejor de las letras hispanas del siglo XX, sino de toda su historia. Esta genialidad, discutida por unos y por otros ha llegado a la actualidad de manera diversa: mientras algunos pretenden ignorarlo, otros, conscientes de que su ingenio no se puede amagar, le inventan biografías paralelas y lo hacen pasar por un personaje casi más que de izquierdas, resistente y acosado por la dictadura de Franco. Siempre hay quien no deja que la realidad le estropee una buena teoría. Jardiel
no fue, efectivamente, un ser procedente de la carcundia que, atisbando
desde su caverna, se enraizase con los poderes fácticos
tradicionales... pero menos aún era un sindicalista de clase. Jardiel
fue, creo que mejor que nadie, el representante de la tercera España.
Un ejemplo está en su por muchos (me incluyo) considerada obra maestra:
"La Tournée de Dios": escrita durante la república,
se prohibió por unos por considerarla "propaganda beata" y
por otros por "atacar a la religión". El que tenga oídos
para oír, que oiga. Jardiel,
fue un presunto madrileño (nació y murió en Madrid, 1901-1952). Pero
como buen madrileño, en realidad venía de otro lugar. El mismo nos lo
cuenta con unos alejandrinos: Nací armando el jaleo propio de
esas escenas,
Fue
hijo de Enrique Jardiel Agustín, a quien su padre, Juez de paz de la
aragonesa Quinto de Ebro le había mandado de joven a Madrid a estudiar.
Enrique Jardiel padre llegó a ser un periodista de cierto renombre,
cubriendo crónicas parlamentarias (Jardiel añadía a su firma su
apellido Poncela para evitar que le confundiesen con él). Fue miembro
fundador del PSOE, lo que unido a los viajes al hemiciclo que hacía el
pequeño Jardiel acompañando a su padre, permitió que éste se formase
pronto una opinión no demasiado favorable de la clase política. Su
madre, Marcelina Poncela y Ontoria, una mujer avanzadísima para la época
(parece ser que fue la primera mujer en cursar Bellas Artes, mediante
una intercesión del propio Alfonso XII) fue la que imbuyó al joven Jardiel
el sentido artístico. Falleció cuando éste frisaba los dieciséis años,
marcando su vida. Treinta y un años más tarde la recordaba así: FANTASMAS
DEL PASADO No demasiado buen estudiante, más por lo díscolo que por falta de recursos, fue visitando sucesivamente la Institución Libre de Enseñanza, los Escolapios en San Antonio Abad, el instituto de San Isidro y al fin, la carrera de Filosofía y Letras, que abandonó. De todas formas, con quince años ya empieza a escribir, a dúo con su amigo Serafín Adame, a quien termina regalando la autoría de sus obras conjuntas, de la que éste sacó en algún momento rendimiento. Nada de momento hacía esperar algo peculiar de este buen chico formal, con novia —Amparito, con quien anduvo siete años— y opositor de hacienda. Tan solo una pista: el premio del concurso de novelas cortas del Círculo de Bellas Artes en 1922 por su "El plano astral". Pronto
empezó a colaborar en "Buen Humor", donde coincide con
José López Rubio, viejo conocido del instituto, y se deslumbra con RAMÓN
Gómez de la Serna, que es el que
trajo las gallinas. Así, queda inaugurada "la otra" del
27: Tono, Neville, Mihura, López Rubio y, por supuesto, Jardiel. Con
Ramón participa en su programa de radio (Unión Radio). Es
verdaderamente Buen Humor un trozo del paraíso en la tierra: Camba,
Fernandez-Flórez, Mihura, Neville, Tono... y de ahí, a "Gutiérrez",
con K-Hito, donde además de muchos de los anteriores estaba Samuel Ros.
Las reuniones en la cafetería, a modo de consejo de redacción, pero
que en realidad era una manera como otra de cenar a bajo coste, las
cuenta K-Hito en sus memorias. No sería la última vez que veremos a
Jardiel como inquilino de esos lugares tan entrañables. Con
todo, hay quien ha querido ver influencia de lecturas de los genios
italianos Mosca, Guareschi, Pitigrilli... el mismo sin embargo, se
inscribe en la tradición de Cervantes, Quevedo y Gracián (el
autor actual que más me gusta). Jardiel,
llamado a revolucionar el teatro (pese a que muchos ignorantes vean a
Ionesco, más tardío que Jardiel, como un precursor) con "Una
noche de primavera sin sueño", pero su primera fama le viene
de sus cuatro novelas mayores: "Amor se escribe sin hache",
(1929, dedicado a la mujer que lo acaba de abandonar, iniciando así su
misoginia que le haría ser padre en ausencia de su hija Evangelina),
"Esperame en Siberia, vida mía" (1929), " Pero...
¿hubo alguna vez once mil vírgenes?" (1931), "La
tournée de Dios" (1932). Toda auténticas obras de arte de las
que mucho se ha escrito, a pesar de lo cual no puedo evitar dedicarles
un par de frases. En la época en que Jardiel se hace famoso como escritor (ayudado por la joven editorial "Biblioteca Nueva", que siempre apostó —y sigue haciéndolo— por él) la moda son las novelas galantes. Jardiel rompe como siglos atrás lo hiciera Cervantes con el Quijote escribiendo "anticaballerías", sacando por su pluma "novelas casi cosmopolitas". Atención extra requiere la "Tournée", joya entre joyas que debería ser leída por cada español que desee leer algo con calidad cierta. Allí, Jardiel nos presenta entre otras cosas su idea de Dios, algo alejada de la que da la Iglesia Católica, pero ciertamente tampoco coincidente con el anticlericalismo de que hacía gala parte de la población española en esas fechas. Dios pesaba mucho en su vida interior, pero "a su manera". “Aterra
pasar lo que hubiera sido del cristianismo si en lugar de Cristo hubiera
estado un cristiano”. Y
empieza su aventura americana. Sin descuidar el teatro, donde Tirso
Escudero, empresario del teatro de La Comedia seguía espoleándole, se
encuentra con una oportunidad dada por su amigo Pepe López Rubio desde
Hollywood. Gastó ocho de los diez duros que le quedaban para mandar el
telegrama siguiente: "CON VIAJES PAGADOS, DESDE LUEGO; SIN
VIAJES, IMPOSIBLE". Pagados los pasajes, empieza su aventura
americana. La empieza nada más llegar, pues los oficiales del barco se
enteran de que es escritor y eso basta para que se le niegue la entrada
a los EE.UU. y se le encierre en la cárcel de Ellis Island, justo bajo
la Estatua de la Libertad. Bendito país. Jardiel,
que no sabe ni sabrá nunca hablar en inglés, les espeta como mejor
puede para que le entiendan: ¡Vengo
de Europa!. En Europa, en todas las agencias de turismo, hay unos
carteles aconsejando que se visiten las cataratas del Niágara. ¿Cómo
voy a visitar las cataratas del Niágara si ustedes no me dejan
desembarcar?". Eso, y una visita de un delegado de la compañía
cinematográfica que lo había contratado, logran el milagro. Jardiel
pisa la gran manzana. NUEVA
YORK En
Hollywood Desde
septiembre de 1932 hasta marzo del 33, Jardiel trabaja incansablemente.
Hace los diálogos en castellano para algunas películas, adapta y crea
el guión técnico para otras, conoce y se hace amigo de Chaplin… y
sufrió una serie de terremotos que le hizo reflexionar que, dado que el
suelo de Estados Unidos incumplía la primera condición que debía
tener el suelo de un país, que era la de estarse quieto, mejor regresar
a España. Y regresó, con una maleta llena de películas por revelar. Y
sobre todo con ideas nuevas, que le llevaron a sus “Celuloides
Rancios”, hechos en los estudios Villancourt en París, y con un
éxito solo comparable en la época a los dibujos animados de Walt
Disney. A mediados de junio del 34 le llegó de nuevo la llamada de
Holywood, a donde volvió embarcado en el “Compte di Sovoia” con
Gregorio Martínez Sierra y Catalina Bárcena (autores, nominal y real,
respectivamente, de obras de gran éxito como “Canción de Cuna”).
Nuevamente a adaptar diálogos, aunque en esta ocasión también de
alguna obra propia, como su “Angelina o el honor de un brigadier”,
algo que le supuso 2.500 dólares de la época y tres meses de
vacaciones en España, aclamado por New York Herald, quien menciona la más
valiente de las novelas jóvenes de España, “The
Tour of God”). De nuevo, en España Vuelto
a España, se dedicó a escribir, no novela, que al ver cómo era
censurada implacablemente por la república y que, andado el tiempo,
también censuraría el franquismo, le hizo decir que aunque le gustaba
mucho escribirlas, no lo haría más pues “¿Para
qué, si me las prohíben? No sé escribir pensando en la censura.”
El teatro, su pasión, le permitió comprarse un Ford V8, auténtica
pasión que duró hasta que un día unos milicianos se lo requisaran
para convertirlo en un coche de las milicias populares. Su vida, por
otra parte, seguía una distribución un tanto peculiar: “Suelo
emplear tres horas en comidas, abrir cartas y decir que no estoy en casa
a las visitas; dos en charlar con los amigos; una en leer diarios y
revistas; tres en leer libros; una en jugar con el perro y en compras
femeninas; ocho o nueve o diez en dormir; dos en visitas y una en
contestar correspondencia. De suerte que —calculando que permanezco en
el café escribiendo ocho o nueve o horas diarias— el día tiene para mí
treinta y una horas, lo que no me explico cómo puede suceder. Pero he
vuelto a sumar y la cuenta es exacta”. El
12 de mayo de 1936 estrenó una de sus obras de más éxito: “Morirse
es un error”, que por respeto a los muertos de las trincheras de
la recién nacida guerra civil, cambió de nombre por “Cuatro
corazones con freno y marcha atrás”. Poco después, inmerso en su
proceso creativo, como siempre que se atascaba, subió a su automóvil y
se fue a rezar ante la tumba de su madre, en Quinto de Ebro. Desafiando
los tumultos callejeros que en abril del 36 poblaban España, llegó y
rezó ante su madre por última vez, pues durante el mes de agosto los
milicianos hollaron el cementerio, destrozaron la tumba de doña
Marcelina y esparcieron sus restos y las letras de su nombre por el
suelo. Nada más volver a Madrid, con la idea feliz para su problema
teatral en mente, se encontró con su amigo Federico García Lorca,
quien se equivocó al decirle “De
todo esto, sólo quedaremos tu y yo”. Federico murió tras
fracasar el intento de salvarle de sus amigos los falangistas Rosales y
Jardiel estuvo a punto de morir asesinado en una cheka, acusado de
ocultar en su domicilio a un falangista. —¿Enrique Jardiel Poncela? Tiene que acompañarnos para
que le tomemos declaración. Jardiel
había hablado con colegas y amigos de diversas ideas políticas sobre
su amistad con José Antonio Primo de Rivera, había tenido amistad con
falangistas conocidos de su profesión, como Pedro Mourlane, Rafael Sánchez
Mazas, Samuel Ros, José María Alfaro, Julio Fuertes o los hermanos Sáenz
de Heredia. Y en tiempos revueltos siempre hay quien tiene especial
morbosidad en recopilar lo que otro amigo dice, así que esa simple
amistad se convirtió en una espada de Damocles que pendía sobre su
cabeza, y la de su familia. Tras
el susto, volvió a casa y tranquilizó a su familia. Al día siguiente,
mientras escribía en el café Europeo, vio como unos milicianos le
observaban a través de los cristales. Jardiel se puso a escribir como
un desaforado… sesenta veces la frase “Amplísimo
vestíbulo de la casa del padre de Herminia, en Madrid”. Mi
actitud había alejado para siempre a los milicianos. (Un hombre que
escribía tranquilamente en un café era —en
el verano de 1936, en Madrid— un hombre que no tenía miedo. Y un hombre que no tenía miedo —en
el verano de 1936, en Madrid—
era un simpatizante del marxismo). Pero
sí tenía miedo, mucho, hasta que en marzo de 1937, haciéndose pasar
por maestro de escuela para llegar a Barcelona y allí, con un contrato
falso, pudo escapar rumbo a Buenos Aires. En 1938 entró por Irún a la
zona nacional. Y
con la vuelta, los éxitos. El día en que cayó Gijón, liberado como
entonces se decía, por las tropas de Franco, Luis Sagi Vela aporrearía
la habitación de Jardiel, que residía en su mismo hotel para celebrar
con él el fin de la campaña del norte…y para pedirle una opereta.
Sería “Carlo Monte en Monte
Carlo”. Del
fin de la guerra al fin de sus días Éxitos
y plagios. El trasunto de Un
marido de ida y vuelta, (plagiada por Noel Coward, en “Un
espíritu burlón”,
como “The Treasure Home” de
Farell y Perry ya era una copia de su Eloisa
está debajo de un almendro” y “Los
peces rojos”
de Anouilh estaba “fuertemente inspirada” en su “Madre
(el drama padre)”) supuso una indignada réplica de Jaciento
Miquelarena, corresponsal de ABC que cubrió el estreno de la obra de
Coward. Jardiel hace tiempo que lo tomaba con humor, pudiendo leerse
advertencias de copyright como ©
ES PROPIEDAD DEL AUTOR.—
Derechos reservados. La traducción, la adaptación, el robo y el plagio
se perseguirán a tiros sobre motocicleta blindada, único procedimiento
eficaz ya en el mundo. Sin
preocupación excesiva, en veinticinco días escribió “Los
ladrones somos gente honrada”, éxito para el que escribió un
papel a la medida de un hasta entonces meritorio Fernando Fernán Gómez.
El actor nunca lo olvidará y será quien, cuando Jardiel se vea enfermo
y abandonado por todos, pagará sus gastos, cosa que de momento queda
muy lejos, recibiendo encargos del mismísimo Cantinflas, que vuela a
Barcelona solo para hacerle el pedido por el que le pagará 20.000
pesetas de las de entonces. En
1941 estrena Madre (el drama
padre), obra que le fue plagiada, como vimos, muy del gusto del público
pero atacada por la Iglesia por ser considerada inmoral. La censura de
nuevo se cebaba con Jardiel. Hay que decir que para buena parte de las
esferas de poder que habían resultado de la guerra, Jardiel era un tipo
ateo y con tendencias izquierdistas, tanto que a su muerte en 1952 el
obispo prohibió que se le enterrase en sagrado (algo afortunadamente
pronto revocado). Como
usted ve, no acierto mucho al escribir con los gustos y criterios de los
que bajo dos regímenes diametralmente opuestos ejercen y han ejercido
la fiscalización artística. Claro que lo natural sería que la
fiscalización artística no se ejerciera bajo ningún régimen. Pero Jardiel aún tiene fuerzas. Después de una gira exitosa por España vendrá su otra gira, la que le supuso el principio del fin: la gira por Hispanoamérica. Era 1944 y vemos cargada a la compañía de Jardiel en el “Monte Amboto”, destino Buenos Aires. No sabía lo que allí le esperaba. Tras
unos primeros días de indiferencia, se descubre algo de lo que la
prensa de la época no pudo o no quiso hacerse eco: grupos de personas
que violentamente entran en la sala, causando daños con bombas de
alquitrán al teatro y amenazado. El “exilio” español no le perdonó
a Jardiel el no “escapar de la España franquista”, acusándolo se
ser “falangista, fascista, franquista y unos cuantos istas más”. En
prensa aparecían crónicas como la titulada “Bufón
y falangista” nada laudatorias. Los teatros no se atrevían a
representarlo y Jardiel tuvo que seguir pagando a tocateja los sueldos
de la compañía, lo que le llevó a una ruina tal que, para volver a
España, tuvo que pedir un adelanto a la Sociedad de Autores. Mientras
tanto en España su padre fallecía. A su regreso a España, empantanado económicamente y hundido moralmente, todavía estrenó Tu y yo somos tres, El pañuelo de la dama errante y El amor del perro y el gato. En 1946, Agua, aceite y gasolina, El sexo débil ha hecho gimnasia (Premio Nacional de Teatro), Como mejor están las rubias es con patatas y Los tigres escondidos en la alcoba. Cada vez su salud se quebrantaba más y le era más difícil escribir. Jardiel vive recluido en su casa, con sus hijas, su compañera y su ya reducido grupo de amigos (Gustavo Pérez Puig, González Ruano, Alfonso Sastre, Miguel Marín, Fernando Fernán Gómez…). Debe dinero de adelantos a la Sociedad de Autores, a La Codorniz… y sobrevive gracias a la ayuda de sus amigos Fernán Gómez, José López Rubio y a lo que cobra por sus artículos semanales en “El Alcázar”. El 18 de febrero de 1952 fallecía en su casa de Madrid. |
Para
saber más de Enrique Jardiel Poncela ·
El hombre que mató a
Jardiel Poncela, Miguel
Martín, Planeta, 1997 Obras de Enrique Jardiel Poncela, sin ánimo exhaustivo ¡Espérame
en Siberia, vida mía! Su obra DOS
PROBLEMAS Del
“Libro del convaleciente” (según el prólogo del autor
escrito en plena guerra de liberación para procurar a los convalecientes de las trincheras una lectura divertida,
ligera y un poco pueril, como debe ser la lectura de todo convaleciente) DOS
PROBLEMAS El
lector tiene que resolver eso. Véase la figura primera y supóngase que los círculos blancos son castaños (lo cual, por sí solo, ya es un lío tremendo); los negros, perales, y los círculos triples, manzanos. Ahora se trata de dividir el campo en tres partes y que en cada parte haya el mismo número de círculos de cada color. Solución.—
La solución es que los herederos vendieron el campo a uno del pueblo,
se repartieron los cuartos y tomaron el tren para Madrid, para evitarse
una meningitis. SEGUNDO
PROBLEMA El paseo alrededor del lago.— La señorita y el caballero que aparecen en la figura segunda son dos cursis. Esto se ve a la primera ojeada. Ambos
han salido a dar un paseo, a caballo, por el campo, y han llegado a
orillas de un lago absolutamente circular. El
caballero, a quien llamó mucho la atención esta
forma del lago tan poco frecuente, propuso a su linda compañera dar una
vuelta al trote alrededor del lago, y no hay que decir que ella aprobó
la idea al momento, porque era una imbécil. Además,
la amazona, que iba hacia la parte del agua, se conservó constantemente
a cinco metros de ésta. Cualquiera comprenderá que el caballo que
trotaba por la parte de afuera, o sea, el del caballero, trazaba en su
marcha un círculo mayor que el que describía el corcel de la señorita,
y, por consiguiente, tenía que
correr más que éste para no quedarse atrás. En
efecto; por cada veintitrés pasos que daba el caballo de la dama, el
del caballero daba veinticuatro. Cómo
se está complicando esto, ¿eh? Cuando
dieron la vuelta completa al lago, la amazona preguntó a su acompañante
si sabía: 1.°
¿Qué distancia había de una a otra orilla del lago? Y
2.° ¿Cuántos metros acababa de recorrer cada uno de los caballos? Vea
el lector si él hubiera sido capaz de contestar a esas preguntas. Solución.—
La solución es que el caballero se bajó del caballo, cogió a su
gentil amiga de un pie, la desmontó y, haciendo con ella un molinete en
el aire, la arrojó al lago de cabeza. |
Con este artículo queda cerrado el ciclo dedicado a los personajes más “clásicos”, dejando entreabierta la puerta para que por ella se cuelen algunos personajes posteriores cronológicamente, pero que hubieran merecido formar en esa legión de magníficos escritores de la época. Juan
V. Oltra |