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Retratos amarillos (I) Mihura Juan V. Oltra |
Arrinconados en los anaqueles de las bibliotecas y librerías de viejo, pueden encontrarse volúmenes de multitud de autores hoy despreciados a izquierda y derecha por, quizá, no coincidir con lo hoy conocido como "políticamente correcto". De entre ellos destaca, tanto por una calidad sin igual en nuestras letras e incluso en lo universal, como por el particular desdén con que son tratados por muchos de nuestros críticos coetáneos desde su mediocridad, un buen número de los que hoy catalogaríamos como humoristas: desde "la otra generación del 27" (Mihura, Neville, Tono, Jardiel, López Rubio) a los recientemente desaparecidos Vizcaíno Casas, Ángel Palomino o Luis Sánchez Polack (Tip), pasando por autores gigantes de la talla de Ramón Gómez de la Serna o Álvaro de Laiglesia. Iniciamos con este artículo una pequeña serie, humilde pero al tiempo ambiciosa, que tratará de rescatar de los confines de la memoria a alguno de estos grandes ninguneados [1]. Parece lógico empezar por Mihura,
Miguel Mihura (1905-1977), quien luchó siempre contra el tópico,
elemento común para "la otra
del 27". Fue Mihura, semblante siempre serio, un reconocido
vago, que de lo que de verdad gustaba era de permanecer acostado.
Siempre trajo a gala que escribía sólo cuando necesitaba dinero, lo
que puede explicar su menguada producción literaria si la comparamos
con otros pertenecientes a su generación, algo que por otra parte no
encaja con la impresión que nos llevamos si ojeamos su currículo.
Miembro de varias redacciones a lo largo de su vida, de entre las que
destacan por su impacto en el humor hispano "Buen Humor" y "Gutiérrez",
y padre de un par que formaron escuela: la revista "La Ametralladora", que se repartía gratuitamente a los
soldados de la zona nacional durante la guerra civil, y su consecuente más
directa, la decana de la prensa humorística en España: "La Codorniz". Autor de guiones cinematográficos (Una
de fieras, Una de miedo). De teatro (con su impactante y no superada
obra maestra Tres sombreros de copa, que durmió dos décadas en un cajón por el
miedo que inspiraban sus locuras a los empresarios, siendo finalmente
estrenada con éxito clamoroso por el TEU), y de numerosos libros, de
entre los que destacan su descacharrante "Mis
memorias". Mihura nació en Madrid ("Cuando
yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo
que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese
otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento, y que también
quería ser madrileño") y estudió en el colegio de San
Isidoro, algo que le valió de poco, pues él mismo confesaba que a la
semana escasa de salir había olvidado todo lo estudiado, claro que
"para lo poco que salgo de
casa, me tiene sin cuidado saber dónde está el Mar Rojo; me interesa
mucho más saber dónde está El Corte Inglés") y como ya
hemos apuntado, empezó su andadura en el mundo de la farándula, dedicándose
pronto a pintar sus "monos" que publicaría, además de en las
revistas antedichas, en el diario "El
Sol". Catalogado por los entendidos como alguien a caballo de
las vanguardias y uno de los iniciadores del surrealismo, es en realidad
en unión a Tono, desde el criterio del que suscribe, el verdadero corazón
de una generación especialmente divertida. De su primera época,
marcados sus dibujos por una fuerte abstracción, poco perduró en el
Mihura maduro que aparece en plena guerra civil. Hay quien apunta que la
abstracción quedaba fuera del mapa estético del franquismo, pero no
debemos olvidar que, sin pausa durante los años 30, el art decó que había sido su principal inspiración gráfica había
ido desfigurándose para dar paso a los realismos. Es en plena guerra, con el
compromiso político evidente al crear y mantener "La Ametralladora" con su buen amigo el falangista Tono
(Antonio de Lara), y alejado de las comodidades que le proporcionaba ese
Madrid que tanto quería, cuando aparece su sutil idea de lo que debe
ser el humor: "un capricho,
un lujo, una pluma de perdiz que se pone en la cinta del sombrero".
Es con "La Codorniz"
con la que arranca definitivamente un nuevo estilo: "Yo recuerdo que “La Codorniz” nació para tener una actitud
sonriente ante la vida; para quitarle importancia a las cosas; para
tomarle el pelo a la gente que veía la vida demasiado en serio; para
acabar con los cascarrabias; para reírse del tópico y del lugar común;
para inventar un mundo nuevo, irreal y fantástico y hacer que la gente
olvidase el mundo incómodo y desagradable en que vivía. Para decir a
nuestros lectores: «No se preocupen ustedes de que el mundo esté hecho
un asco. Una serie de tipos de mal humor lo han estropeado con sus críticas,
con sus discursos, con sus violencias. Y ya no tiene remedio. Vamos a
olvidarlo y a procurar no enredarlo más. Y aquí, reunidos, mientras la
gente discute y se mata, nosotros, en un mundo aparte, vamos a hablar de
las mariposas, de las ranas, de los gitanos, de la luna y de las
hormigas. Y nos vamos a reír de los señores serios y barbudos que
siempre están dando la lata y buscándole los pies al gato.» Y por eso
los señores barbudos los dibujaba Herreros dentro de los bolsillos de
sus protagonistas, allí arrinconados, a punto de morir de asfixia”.
Las amigas:
¡Estamos encantadas con su invitación y nos disponemos a merendar como
serpientes boas! La simpática señora:
¡Ya tengo los obreros preparados! ¡A la mesa! ¡A la mesa! Los obreros explotados
(levantándose): ¡Malditas seáis cien veces! ¡Os vais a fastidiar
porque en este momento declaramos la huelga revolucionaria para poder
decir muchas picardías! (Los obreros, por fin, se declaran en huelga
revolucionaria y se van tan contentos) La simpática señora
(indignada): ¡Como veis estos obreros están imposibles y no se puede
contar con ellos para nada! ¡La vida está cada día peor y no sé adónde
vamos a ir a parar con la revolución! ¡Ahora no tengo más remedio que
irme a la cocina y preparar algo! ¡Ay, qué narices! ¡Ay, qué
narices! (Y en efecto, se tiene que ir a
la cocina muy fastidiada, y encender la lumbre con astillas, y preparar
café con leche y pan con manteca. El café le sale tan malo que las
amigas de las fajas no tienen más remedio que decir que es el café más
bueno que han tomado nunca. Y en la calle se oye el himno de la revolución). La revolución es una cosa |
El próximo «Retrato amarillo» será el de Edgar Neville. Juan
V. Oltra |