DESDE EL PEQUEÑO MUNDO
Gracias
|

Juan V. Oltra
|
 |
|
Uno siempre ha sido un ferviente defensor de la sanidad pública española, una de las mejores del mundo. Es obvio que está masificada, que no vive sus mejores tiempos, que los gobiernos que estos últimos años hemos soportado y estamos soportando parecen querer darle la puntilla a mayor gloria de las empresas privadas dedicadas a la sanidad. Una sanidad de segunda con etiquetas de marca, que se distingue por unos buenos servicios de hostelería, pero que deja claro con poca o ninguna excepción, que quien quiera buenos médicos y mejores medios, ha de pagar el peaje de las interminables colas de la seguridad social, acrecentadas últimamente por esa riada de inmigrantes a los que, para más INRI, burla y escarnio al contribuyente de a pie, a ese españolito de infantería que trampea para llegar a final de mes, se les receta con talonario de color rojo, de jubilados, con aportación “cero” a nuestras ya más que necesitadas arcas públicas.
Aun así, a veces a pesar de las administraciones nacional y autonómica, está claro que el sistema funciona. Y no como una experiencia convaleciente, sino viva: viva con el impulso, con la energía de todos los buenos profesionales que pueblan nuestra seguridad social.
El pasado martes mi hijo pequeño se convirtió en un aprendiz de cadáver. Hebras de la plata en que se convertía su sudor frío cubrieron su pequeño cuerpo mientras le pedía al taxista que se diera prisa, toda la prisa que fuera física y mecánicamente posible. No recuerdo si pagué o no pagué ese taxi, no recuerdo cuanto recé ese día. Recuerdo la cara del celador que me abrió paso entre la muchedumbre que emplea las urgencias como un remedio para evitar las citas programadas, recuerdo a los médicos de urgencias que se lanzaron como tigres para intentar arrebatar a la muerte ese suculento pedazo de carne de mi carne. Recuerdo la puerta cerrada y la sensación de impotencia. Las carreras sin esperar a celadores, con los propios médicos de urgencia llevando a mi hijo a toda velocidad hacia algún lugar donde supusieran que podrían encontrar solución al enigma de su, de mi, de nuestro dolor profundo.
Los malos momentos quedan grabados a fuego en el devenir vital, de forma insoslayable. Las preguntas a las que se nos contestaba intentando lastimar lo menos posible o con evasivas que, si, evitaron que nuestro ánimo se evadiera de allí. Las baldosas que desgastaba por los infinitos pasillos mientras se le sometía a esa masa inerte que poco tiempo antes me sonreía a pruebas sin fin.
Pero prefiero anteponer el amanecer a la oscuridad. Prefiero recordar sus primeras risas, sus intentos de arrancarse los goteros con cara de no saber a que santo venía tanto cable a su alrededor. Su mejora paulatina y la alegría que desbordaba al llegar de nuevo a casa y reencontrarse con sus juguetes, viejos camaradas de juegos infinitos.
No podemos permitirnos perder un sistema sanitario como el nuestro. No sería inteligente cambiar oro por cobre. Le guste o no le guste al PP, al PSOE o al sursuncorda, nuestra seguridad social debe permanecer, si alguien sobra… son ellos, los políticos.
Este pequeño mundo mío de hoy, me lo habrán perdonado, ha sido más pequeño y más mío que nunca. El mundo en esos momentos se redujo a una cama hospitalaria. Hoy, es más grande y luminoso que nunca. Gracias a todos, médicos, enfermeras, auxiliares, amigos en general y, porqué no decirlo, gracias a Él. Se que te debo una más, tu presencia no puede esconderse.
|