Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos.
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DESDE EL PEQUEÑO MUNDO

Justicia para todos


 
Juan V. Oltra
 



En Benejúzar habita una familia que perdió la paz hace siete años. Un individuo violó a una niña de 13 años, mancillando su cuerpo, destrozando su futuro, fornicando su alma. Dicen que hace unos días, tras siete años de dolor, la niña, hoy mujer, rasgada en espíritu y cuerpo, se encontró al monstruo de sus pesadillas cara a cara en un bar, y que tras comentárselo a su madre, ésta presuntamente lo roció de gasolina y le prendió fuego. Un permiso carcelario y quizá un poco de mala idea del tipo al acudir a las inmediaciones del lugar de residencia de la familia, mudada tras los hechos imagino en busca del alivio del olvido, fueron la estopa, el dolor acumulado, el presunto fuego. Disculpen que insista en la presunción, idea que siempre acompaña a etarras, narcotraficantes y violadores, intentando hacer más ligera la presión social, y tristemente ausente en noticias de este calado, aunque no comprendo porqué en este caso no va a poder disfrutar de la presunción de inocencia esa mujer.

¿Está mal tomarse la justicia por propia mano?. ¿Esa mujer de 50 años es, caso de probarse los hechos, una delincuente más, un problema para la sociedad? ¿Qué harían si esto les pasara a ustedes? ¿Se imaginan al violador de su hija jactándose de los hechos a unos metros de su casa? ¿No les pasaría por la cabeza la idea de “este quiere más”?

No puedo hablar en primera persona. Se que debería perdonar, me lo pide mi Fe, y también confiar en las leyes humanas y divinas; pero me conozco y se que soy muy expeditivo en momentos de tensión. Imagino que poco después de los hechos el que ingresaría en prisión sería yo, bien por haberle partido las piernas al agresor personalmente o mediante intermediarios, bien por haber cometido algún delito menor para buscar la fortuna de encontrármelo cara a cara en un patio carcelario. No, no soy la persona más adecuada para condenar a Mari Carmen, el poco juicio que me queda quizá escaparía dejando paso a un cuchillo de locura que cortaría los hilos que me unen al mundo. El dolor propio siempre es infinitamente menor al dolor que causa el sufrimiento de los hijos; la visceralidad animal se impondría a la racionalidad humana muy a mi pesar.

Dice nuestra Constitución, en su artículo 117, apartado 1, que “La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la Ley.”. La justicia, pues, emana del pueblo, queda dicho. No es una justificación de la ley de Lynch, pero, ojo, también dice que los Jueces y Magistrados han de ser “responsables”. Y, aunque no quiero llegar al extremo de aquel político andaluz que definió a la justicia como un cachondeo, si habrá que convenir que determinadas actuaciones judiciales causan más alarma que paz social. Baste con mirar a aquel amable tipo que dijo “Me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes”. Por si no lo han adivinado, el autor es Iñaki de Juana Chaos, a quien sus 3000 años de condena le han pasado tan deprisa que en breve, si nadie lo remedia, será excarcelado.

No, el dolor de esa madre no creo que la justicia lo pueda paliar. Ni el de la madre de Olga Sangrador, ni el de tantas otras madres que ven en la calle a los violadores de sus hijas con permisos carcelarios que, quizá, les serian negados a ellas mismas si la furia nublara sus ojos. Pero déjenme que vuelva a Mari Carmen. Déjenme que desde aquí me ofrezca a su familia para lo que necesiten: para reunir firmas, para hacer una colecta para pagar sus gastos judiciales… o para charlar, rezar o llorar juntos. Puede que sea culpable ante los ojos de los hombres. Puede que no sea inocente en el juicio divino. Pero yo, yo no puedo condenarla. No me siento capaz. No podría arrojar esa primera piedra. Solo puedo sollozar con ellos.




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