DESDE EL PEQUEÑO MUNDO
Compañeros de viaje
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Juan V. Oltra
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Tomamos el metro en Vicálvaro para ir a Russel Square y unos diablos, hijos de mil padres, nos hicieron saltar por el aire. En nuestro vagón estaba Charles, de Kentucky, Ivette, de París, George, de Dublín, Ruth, de Jerusalén, Rudolf, de Munich… todos saltamos por los aires.
Cuando en el suelo nos retorcíamos de dolor, intentando ayudarnos, consolarnos unos a otros, vimos como de algún vagón que no llegó a sufrir daños salieron compañeros de viaje. Nos dieron de lado. Nos maldijeron como culpables y fueron a mostrar su solidaridad con El Uadi, con Usama, que miraban divertidos desde el andén. A maldecidnos por fascistas y ayudarles en lo que les fuera posible.
No entendimos nada. Vimos aterrados como, cuando salían, con una sonrisa cargada de sarcasmo, nos enseñaron unas mochilas por donde asomaba explosivo plástico y un plano del ramal que acaba en Porte Dauphine.
Les gritamos, les insultamos, les suplicamos. Fue inútil, se habían ido y nos dejaron con nuestros muertos, con nuestros heridos, con nuestro dolor. Como pudimos, nos apoyamos unos en otros y logramos salir a la luz del sol, un sol mortecino que, quizá por vergüenza ajena, había decidido brillar menos.
La calle estaba llena de gente. Por fin nos ayudaran, pensamos. Vimos pancartas, intuimos que eran de ánimo, de solidaridad. No. Eran recriminaciones. Nos llamaban mentirosos, mientras la multitud crecía y crecía. Convocados por mensajes de teléfono móvil, cada vez eran más. Su dedo acusador nos señalaba y no sabíamos que hacer.
¿Pero porqué?. Muchos de ellos eran vecinos nuestros, alguno incluso fue viajero de nuestro mismo metro. Hamid, que hace años que vive con nosotros y que se gana la vida honradamente, empezó a gritar consignas contra la CIA y el FBI, condenándolos como culpables, denunciándolos advirtiendo que su objetivo era buscar la excusa para exterminar a los musulmanes.
Txomin, ese inquilino del ático que tiene tan pocos amigos en el barrio, sonreía mientras desempolvaba una pancarta vieja, casi una reliquia, que decía “vosotros fascistas sois los terroristas”.
Yo no quería ser víctima. No había elegido saltar por el aire. No quería estar ahí. Corrí sin parar, sin mirar atrás. Llegué agotado a un banco del retiro. Un banco como todos, grabado por los amantes con letras y fechas: I love NY, 11-9-01; Te quiero, Madrid, 11-3-03; I Love London, 7-7-05. Me dormí, había llegado al límite.
Afortunadamente estaba en mi cama al despertar. Todo había sido una pesadilla. ¿O no?
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