Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos.
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DESDE EL PEQUEÑO MUNDO

Católicos domingueros


 
Juan V. Oltra
 



Decían los textos de estudio de mi infancia que España era una nación católica. Dejando de lado que hoy hay quien duda sobre si España es una nación, un estado o una ONG descomunal comandada por ese osito de peluche del socialismo Zen que es el presidente Rodríguez Zapatero, el apellido de “católica” está también en proceso de oxidación.

Y no, no hablo en este caso de las medidas del Gobierno para procurar el laicismo del Estado: bodas de homosexuales, adopciones, ataque a colegios concertados… son medidas lógicas en un gobierno con ese cariz. Lo sorprendente hubiera sido ver a los ministros flagelándose o alzando pasos de Semana Santa, esto no. Es más, dado que Su Santidad Benedicto XVI ha venido a decir que los días de vacaciones se han convertido en "una necesidad para recuperar el cuerpo y el espíritu, especialmente para aquellos que viven en las ciudades donde a menudo las frenéticas condiciones de vida dejan poco espacio para el silencio y la reflexión”, estoy esperando que de un momento a otro queden abolidas por ley no solo las vacaciones sino quizá incluso los meses de estío, no vaya a ser que aprovechemos demasiado los fines de semana.

Hablo de nosotros, españolitos de infantería que poblamos nuestra piel de toro. De nosotros, que somos bautizados al nacer (un 95%). Que al crecer y tener cierta independencia intelectual, al ser preguntados, provocamos que el porcentaje de los que se declaran católicos baje hasta un 80%.

Ustedes dirán que no esta mal. Bueno, quizá se alarmen un poco si les digo que esa cifra incluye tanto a los llamados “católicos practicantes” como a los no practicantes. A aquellos que toman a la Iglesia como un club social o un mero convencionalismo que obliga a bautizar, hacer primeras comuniones, bodas y, cada vez menos, funerales; así como a los que sentimos en lo más hondo el mensaje de Cristo Jesús. (Un inciso: eso de católico practicante, suena a fiel con un maletín de inyectables. O se es católico, o no se es. ¿O acaso se puede ser militante no practicante de Izquierda Unida y llevar los domingos una corona de flores al Valle de los Caídos?).

La alarma viene al leer que solo un 11% dice ir a misa ¡al menos una vez al mes!. Descorazonador.

Dijo Pablo VI que el humo de Satanás se había filtrado en los templos de Cristo. Pocas víctimas encontraría hoy ese humo, actualmente creo que hace más daño a la Iglesia la guitarra parroquial que la teología de la liberación.

Dándole vueltas a estas cosas estaba yo el sábado pasado poco antes de entrar en la iglesia. Una vez allí, a mi hijo pequeño se le ocurrió de pronto que tenía hambre y empezó a llorar. Cosas de bebes. En ese momento, unos cuantos fieles se giraron para recriminarme, para afear mi, imagino pensarían, mala educación. Y reconozco que me quedé a un pelo de lanzarles un mitin. ¿No dijo el Señor “dejad que los niños se acerquen a mi”?. Aun más, ¿no estamos en la casa del Padre?. En la casa de mis padres mis hijos entran conmigo. Y si actúan como niños, resulta señal inequívoca de que tengo descendencia en forma de seres humanos y no de botijos. Pues vamos dados, si el futuro de la Iglesia ha de ser solo un grupo de ancianos y muy pocos jóvenes, biológicamente su fin está próximo. Hay que sembrar para recoger y no conozco mejor lugar para dejar caer la semilla que la casa del Señor. Si no generamos la costumbre de acudir a los templos de niños, de mayores, excepto eventuales caídas del caballo que generen conversiones (y creo que el cupo se cerró con San Pablo), será muy difícil.

Espero que me disculpen, pero a algún que otro fiel le condenaría a inyectarse botox en la frente para que se curase de esas arrugas tan feas y de paso, introducirles un poco de amor a los niños. A ellos, el Reino les pertenece.




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