La información que contiene esta misma edición del minuto digital supera con creces toda la que un hombre del siglo XVIII podía recibir a lo largo de toda su vida. La edición de libros, con las últimas tecnologías, se ha abaratado tanto, que nadie puede esgrimir razones económicas para defender su incultura.
Las tecnologías han supuesto un impulso a la vida cultural del ciudadano medio. Las artes y las ciencias han logrado una popularización impensable tan solo medio siglo atrás. El avance es imparable en todos los frentes.
¿En todos?... bueno, en todos no. Siempre hay quien intenta ponerle puertas al campo, navegar contracorriente, soltar arena en los cojinetes del progreso.
Escribo estas líneas el día de mi cumpleaños. De entre la pirámide de libros que amenaza derrumbarse sobre mi cabeza, literal y metafóricamente, destaca un disco compacto. Un disco de EMI, “Los Ronaldos – Guárdalo con amor”, redundante quizá por aquello de que la discografía completa de Los Ronaldos (buena parte en vinilo) me acompaña año tras año, mudanza tras mudanza, descansando entre tanto en los anaqueles que rodean a mi equipo de música. De todas formas, quizá por el gancho de un par de temas inéditos, o más probablemente por intentar recuperar un pequeño porcentaje de la juventud perdida escuchando canciones que me acompañaron en paseos por calles mojadas, ha entrado en el lote.
Esta mañana lo he metido entre mis papeles de trabajo para, mientras despachaba asuntos en la universidad, ir haciendo mi acostumbrada copia privada mientras, de paso, disfrutaba de él. Y ¡oh!... sorpresa. Alguna mente brillante, estúpida sin duda ante las nuevas tecnologías (antes de que ningún letrado intente procesarme por esto, le recomiendo que consulte la tercera acepción de la palabra que da la RAE), decidió blindar el disco contra, supuestamente, el pirateo.
¡Bravo!, acabemos con los corsarios que infestan la red de redes, malditos piratas pederastas todos ellos sin duda, desde la concepción de estas mentes con agudo criterio moral. Maravilloso. Pero… ¿Y que pasa con mi derecho a la copia privada?. Yo no puedo llevar a todas partes mi equipo de música de 10 piezas. Mis discos, legales ellos (qué se le va a hacer, consecuencias que deja la educación de los Agustinos), los compro no solo para escucharlos en casa. Los compro para escucharlos en el coche, en mi reproductor mp3…
Ciertamente, el disco ha sido un regalo doble: disco y pasatiempo. Diez minutos me ha costado hacer mi copia para uso privado, convertirlo en mp3, en resumen, empleando herramientas no demasiado ortodoxas, pero precisas para conseguir este resultado justo y, no lo olvidemos, legal. Si hubiera tenido menos sentido del humor, en lugar de escribir estas líneas hubiera colgado los ficheros en algún servidor para solucionar el problema a aquellos usuarios que puedan sentirse estafados por no poder hacer la copia que la ley les autoriza pero para la que no disponen de suficiente conocimiento técnico. O al menos, hubiera creado una web indicando los pasos oportunos. Pero como soy un tipo educado y no quiere líos con gentes que, a buen seguro, carecen del más mínimo sentido del humor, me tengo que limitar a decirles: “nenes, eso no se hace”.
Flaco favor se hace así a la lucha contra la piratería. No se puede considerar que todo cliente es potencialmente un delincuente, en nuestro país existe (al menos existía antes de ZP y sus cuates, ustedes perdonen si me he perdido algún capítulo) la presunción de inocencia. Pues bien, señores: ¡soy inocente!. Pero ustedes no. Ustedes son, permítanme que lo diga con cariño y con una palabra que emplean mis amigos canarios, unos pollabobas. Quien quiera piratear un disco con esas medidas de protección, lo hará igual, así, solo cabrean al consumidor honrado que no quiere saber del top manta ni de descargas dudosas en redes P2P: esto es, están defraudando a sus mejores clientes, empujándolos al lado oscuro. Si un cliente no puede hacer una copia de seguridad, quizá para escucharla en el coche, de su producto, pronto descubrirá que es más sencillo descargarla de internet. Y de ahí a decidir no comprar el original hay un paso pequeño, muy pequeño.
Sigan ustedes así, sigan. Veremos cuantos años pueden hacerlo.
Juan V. Oltra
