Poco o nada trasciende fuera de la sección de local el problema de la subestación de Patraix en Valencia, aunque les aseguro que daría para llenar muchas horas de televisión.
Como la ciudad crece (ya les dije en otra ocasión que la carne es débil y el ladrillo, duro) gracias a los especuladores, ya sean estos constructores, políticos u otras gentes de mal vivir, las necesidades de energía eléctrica también. Debido a esto, Iberdrola propone y el Ayuntamiento dispone sobre la necesidad de una nueva subestación eléctrica. Hasta aquí, lo normal, lo esperable.
Lo que ya no parece tan de cajón es que esa nueva subestación no se ubique en una zona alejada de la población, sino en medio de un barrio consolidado, lo que no parece aceptable es que 220.000 voltios convivan con los niños en sus zonas de juegos.
De manera previsible (imagino que los políticos ya preveían el cabreo de sus ciudadanos, pero también que habrán hecho sus fríos cálculos que les permita despreciarlo) los vecinos han empapelado la zona y sus adyacentes con opúsculos recordando que la exposición continuada a campos electromagnéticos como los de la subestación, está relacionada con la aparición de leucemia, otros tipos de cáncer, problemas del sistema inmunológico, etc.. Los balcones aparecen poblados de pancartas y las manifestaciones son diarias.
Y es que, mientras diversos estudios dicen que la zona de seguridad deberá tener de radio un metro por kilovoltio (lo que aplicado a este caso debería llevar a buscar un lugar donde en al menos en 220 metros a la redonda no viviera nadie), los vecinos ven como este engendro se planta a 10 metros de sus casas, con un cableado de alta tensión a escasos metros de un colegio, con ese mismo cable enterrado bajo un carril bici… y, claro, se enojan, se manifiestan… e intentan hacer lo que pueden para alejar ese peligro potencial de sus vidas. La alcaldesa les dio buenas palabras, pero dado que Iberdrola (Ibertrola la llaman por aquí) aparece como colaboradora en la Copa América, nadie esperaba nada. Hacían bien.
La tensión (eléctrica y emocional) inunda la calle. Los vecinos, desesperados, se enfrentan con los policías, que cumplen con su obligación convirtiéndose en guardia de la porra del gran capital, en una gran mayoría de casos muy a su pesar. Las furgonetas de antidisturbios forman parte ya del paisaje local (ya quisiera verlas en otras zonas de mi ciudad, ya), mientras, las detenciones duelen entre los habitantes del barrio, la última, la de una señora de 51 años, acusada de agredir a un policía con ¡un mazo de cocina!. Karabella no lo hubiera hecho mejor desde las páginas de los tebeos de Asteríx.
Es duro enfrentarse a las grandes empresas, más cuando los políticos están tan abiertamente de su parte. He sobrevivido a un huracán, a un gran incendio forestal, a un terremoto (5.6 Richter), a un gran accidente en cadena, incluso a la lectura de los artículos de Paco Umbral, pero no se si lo haría a esa circunstancia. Estoy con usted, señora. Y dado que está de moda recrear la historia de la guerra civil, permítanme decirle que “Si mi pluma valiera tu mazo…”
Alcaldesa, usted puede acabar con esto de una manera muy fácil: si le parece demasiado complejo el volverse atrás enfrentando a una poderosa compañía, demuestre su confianza en la salubridad de las instalaciones y sus alrededores mudándose a una de esas casas que quedan a 10 metros de la subestación ¿hay o no hay riñones para eso?.
Juan V. Oltra