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DESDE EL PEQUEÑO MUNDO

La nueva historia

Lo reconozco. Mi vocación no cumplida es la historia. Hubiera sido feliz viviendo como monje medieval, centrado en estudios del pasado y quemándome las pestañas a la luz del candil mientras recreaba sobre el papel las glorias y penurias de otros siglos. No obstante, agradezco que la vida me llevara por otros derroteros. Vivir alejado de esa disciplina me ahorra severos disgustos, seguro. La Historia no es lo que debe ser, se ha convertido en una hija bastarda de la política y la actualidad, de la que resulta imposible obtener ninguna inferencia seria que nos ayude en nuestro presente y menos en nuestro futuro.

Resulta esperable, comprensible, e incluso en algún caso plausible, que cuando los regímenes cambian sus sucesores intenten borrar del acervo colectivo toda muestra que les refleje su pasado. Hemos visto como las estatuas de Franco en España, de Sadam en Irak o de Stalin en la antigua URSS han sido eliminadas. Con ellas, la rotulación de las calles (algo perverso para con el cuerpo de carteros, como indicaba Álvaro de Laigleisia, quien apostaba por solo cambiar los adjetivos: de Plaza del insigne Caudillo a Plaza del imbecil Caudillo. De Calle del leal Presidente de la República a Calle del idiota Presidente de la República). Se cambia todo lo que se puede cambiar. Evidentemente, que se le va a hacer, no se puede cambiar que el padre de Bono tuviera el carnet nº 230.096 de Falange, o que el progenitor de nuestra Vicepresidenta Fernández de la Vega fuera Wenceslao Fernández de la Vega, fiel hombre de Girón en el ministerio más falangista que tuvo Franco, el de Trabajo.

Lo que ya no resulta tan adecuado es que la historia se modifique a conveniencia del poder. No lo fue cuando los hagiógrafos de turno presentaban a los Reyes Católicos casi como padres del Caudillo, ni lo es ahora. El estrambote máximo llega de la mano de ERC. El portavoz de esta fuerza en el Congreso, Joan Tardá, presentó una proposición instando al Ejecutivo a pedir perdón por ¡el empleo de armas químicas en el Rif, en el año 1921!. El bar del Congreso, después de esto, habrá recargado sus reservas de tila.

La historia no son solo los hechos, las circunstancias que los acompañan deben ser parte fundamental del estudio. No sólo en aquella época no existía prohibición alguna para su empleo, no solo se trata de daños no hereditarios y, por tanto, extinguidos al no quedar previsiblemente supervivientes de aquello, no sólo se trató de un empleo secundario y mínimo (no existían en la época los bombardeos de saturación)… sino que se trató de una respuesta Española al terrible horror del Monte Arruit, donde tras la rendición española, los soldados fueron masacrados, con la saña ya experimentada en Quebdani. En esta ocasión fueron tres mil muertos ¿Pediremos compensación a Marruecos nosotros por ello?. Aun más ¿Deben los descendientes de los Cartagineses pedir cuentas al Gobierno italiano por que Roma arrasó Cartago, violó a sus mujeres y la sembró de sal?.

Sería divertido, si no hubiera tanta sangre derramada por medio, relacionar todo esto con una serie de artículos aparecidos recientemente en la revista “Historia de Iberia Vieja”, dedicados a la guerra bacteriológica en la guerra civil española. En ella, los historiadores José María Manrique y Lucas Molina apuntan a la culpabilidad de uno de los santones de ERC, Lluis Companys, como impulsor de las actuaciones de los juzgados en el Consejo de Guerra Sumarísimo nº 1362-37 del Juzgado de Guerra Permanente nº 4 de San Sebastián, que destapó un verdadero entramado mafioso y en cuya sentencia, por cierto, no había penas de muerte, a pesar de la gravedad de los hechos juzgados.

Suele suceder que, quien tiene cola de paja, se queme.

Juan V. Oltra






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