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DESDE EL PEQUEÑO MUNDO

La tumba de Craso

Dicen que la historia se repite. Más allá de los ciclos de Spengler llego a pensar que incluso situaciones concretas, detalles marginales del devenir humano, se reponen una y otra vez en el escenario vital.

Cuentan las crónicas que Marco Craso empezó a hacerse rico durante los años de terror del régimen de Sila, mediante la sencilla fórmula de denunciar a opositores y reclamando sus fortunas en cuanto eran ejecutados. Una lucrativa carrera que tuvo que interrumpir cuando se probó que había incluido un nombre falso en la lista de acusados, lo que le empujó a cambiar de oficio: se hizo especulador.

Craso compraba edificios viejos o dañados por el fuego, no solo individualmente, sino como barrios enteros, hasta llegar a ser el dueño de buena parte de Roma. Compró a los mejores esclavos albañiles, carpinteros y canteros, convirtiendo en pocos años el negocio de la construcción en Roma y provincias en un monopolio a sus ordenes; abarcaba desde los cimientos al techo, con todos los oficios necesarios. Sus minas de plata y canteras de mármol además hacían que cualquier mortal que quisiese una casa tuviera un único camino que transitar: Craso.

Pero su felicidad no era absoluta: las fluctuaciones del mercado provocaban desempleo en sus esclavos que, trabajaran o no, tenia que mantener, así que Craso encontró la solución inventando una nueva profesión: los bomberos. Nada desdeñable, ya que las casas romanas estaban fundamentalmente basadas en la madera, lo que provocaba incendios a diario. Los bomberos (sus esclavos desocupados) empleaban a voluntad sus hachas –mucho- y sus cubos de agua –pocos-. Los fuegos no se apagaban hasta que el propietario de la casa incendiada terminaba de negociar el precio de los trabajos de extinción, lo que solía acabar con la venta forzada de la propiedad a Craso, poco antes de que ésta se convirtiera en cenizas.

No digo que esto pase en la actualidad, pero entraría dentro de lo posible que un hipotético constructor comprara unas hipotéticas viviendas en un hipotético barrio de una hipotética ciudad, en unas hipotéticas fincas donde hipotéticamente no ha conseguido negociar la compra del inmueble completo. Después, el hipotético especulador arrendaría a un precio escandalosamente bajo esas hipotéticas viviendas a unos hipotéticos inmigrantes ilegales magrebíes, convirtiendo las hipotéticas vidas de los hipotéticos residentes que no quisieron abandonar el inmueble en un infierno. Así, estos abandonarían a un precio bajo sus viviendas y ese hipotético constructor, insaciable como el ano de Satanás, con todo el inmueble en su poder, tan solo tendría que tirarlo a bajo y construir un nuevo edificio, a unos precios, por supuesto, de mercado, apoyados, hipotéticamente, por unos hipotéticos políticos irresponsables y una hipotética prensa que mientras tanto, toca una hipotética bandurria.

Menos mal que uno sabe que la historia no es perversa y que, en el caso concreto de Craso, aprendió la lección y decidió romper la tendencia a la repetición. Si no fuera así, la situación en algunos barrios de nuestras ciudades sería insoportable.

Juan V. Oltra






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