Caín, después de matar a su hermano, se lió a fundar ciudades, origen conocido de todo mal. Si uno compara las prisas de una gran urbe con la bucólica paz de un pueblo, con sus moscas y tañidos de campana en la distancia, llega a asumirlo… pero si cualquier desdichado se sumerge en la dura tarea de emprender una mudanza de una residencia urbana a otra llega al lloro y al crujir de dientes.
Alejado intencionalmente de la realidad que me rodea y me supera, inocentemente pretendí en un principio luchar tan dura batalla yo solo. Cuando mis agujetas tenían agujetas me di cuenta del error. Al ver que era totalmente incapaz de montar la puerta de un mueble que había desmontado, descubrí que el error era tremebundo.
A pesar de eso, decidido a no dejar cabo suelto alguno, embalé mi pequeña biblioteca, numeré las cajas con amor y trasladé aquellas cosas que, más por su fragilidad que por su coste -uno es persona modesta que vive con los mismos lujos que Jonás dentro de la ballena-, no convenía dejar en manos menos mimosas que las mías. Nino Guareschi hubiera disfrutado viéndome conducir mi utilitario con el busto de un político de la segunda república como copiloto, sensación en los semáforos y asombro de viandantes.
Así y todo, a pesar del mimo, la venganza de Moctezuma hizo que algún recuerdo que me traje de tierras mexicas falleciera en el intento… y es que hay manos que deberían llevar calcetines, lo reconozco.
No importa. Al fin llegó el gran día: a las ocho de la mañana, mientras el señor que cuelga el sol y el que desenrolla el asfalto hacían su trabajo, un ejército de hombres fornidos llenó mi casa, haciéndome entender el porqué de que la empresa fuera de "transportes internacionales", convirtiendo mi ex-salón en una pequeña ONU. Con una velocidad pasmosa, realizando en minutos lo que yo hubiera tardado en construir la catedral de Burgos con mondadientes, empacaron todos mis enseres y los metieron en un vehículo salido de alguna película de Spielberg. No me refiero a nave espacial alguna, sino al camión de "El diablo sobre ruedas". Por mi parte, bastante tuve con evitar que me metieran dentro de una caja. Metido en mi mundo, enrolado como siempre como grumete en ese barco fantasma que, capitaneado por Unamuno, va en busca del sepulcro de Don Quijote, he de reconocer que ignoro hasta el nombre de alguna de las herramientas que emplearon.
Y llegó el transporte. Que dolor, yo comiendo tan ricamente y mientras tanto mis libros durmiendo en cajas, tristes y solos sin mi mano que acaricie su lomo, sin mil recuerdos que impidan el aburrimiento, enfermedad de almas y cerebros vacíos. Un día entero de descarga y montaje. Golpes en puertas y paredes de mi nueva casa, muebles con astillas que no tienen palo al que parecerse, y mi duda… ¿estan bien todos mis cachorros? ¿falta alguno de mis queridos libros?
Maldición… diez cajas desaparecidas en combate. ¿Qué ha pasado con ellas? ¿duermen sus libros en el fondo del camión, inocentes y anhelantes de que los cobije de nuevo en mis anaqueles? ¿fueron depositados en otro domicilio? ¿les querrán sus padres adoptivos, o serán purgados o esclavizados en un puesto del rastro? ¿dónde estáis, queridos?.
Se que no es científico hablar con las cosas. Pero estos no son cosas: son mis mejores amigos. Hablan cuando quiero que hablen y callan a mis ordenes. Es instintivo, rudimentario, primitivo si se quiere... pero no puedo evitar esta relación con ellos. Imagino que todos tenemos extensiones de nuestro cuerpo: desde el niño que se queda una piedra brillante y la guarda en su caja de latón cual urraca ladrona de Rossini, al anciano que se abraza a la foto de su difunta esposa, siempre hay objetos que parecen formar parte de nuestro ser, que sin ellos nos sentimos amputados. Poco científico pero muy natural. Y es que yo creo que llegará un momento en que los científicos, perplejos y boquiabiertos, abandonarán las distintas disciplinas y volverán al hombre de a pie, simple e ignorante pero bueno, y reafirmarán las leyes naturales en todo su misterio.
Eso siento yo… de forma misteriosa, siento que mil cordones umbilicales minúsculos, uno por libro desaparecido, me está siendo sajado por la mano criminal de un mozo de carga descuidado y poco profesional. Que dolor. ¿Quién recibirá mis libros de Guareschi, de Tono, de Palomino, de Neville?. Quiérelos, querido desconocido que ahora puedes disfrutar de su propiedad. Si no es así, dales carta de libertad, que vuelvan a mi seno.
Ignoro la causa de esta honda tristeza que me sume en un mar de lágrimas con forma de vocal. No se si los renglones torcidos del Sumo Hacedor tendrán que ver, mas creo que no. Como dijo Agustín de Foxá: "si eso lo ha inspirado el Espíritu Santo, yo me hago del tiro de pichón"
Con la benevolencia del director, aplazo un artículo sobre un tema mucho más serio para compartir con vosotros, queridos lectores, mi desazón.