Navidades para el nuevo siglo
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Juan V. Oltra
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¿Quién mata a la Navidad?
Las luces de la ciudad, incrementadas por millones de bombillas que nos recuerdan inútilmente que ha llegado la Navidad, se apagan en el interior de muchos hogares, hundiéndolo todo en las medias tintas del sueño.
La alegría de estos días se torna melancolía para muchos, cuando no deseo de escapar hasta de la propia vida. Y es que ese recogimiento familiar que traía la Navidad tradicionalmente, muy bueno para tiempos en que funcionaban los patriarcados en Levante o los matriarcados en las vascongadas, vapulea a los miembros de una sociedad con más separaciones y divorcios que matrimonios, donde rara es la familia que no tiene a nadie trabajando fuera, o con una beca en el extranjero para escapar de la mediocre vida que espera a los investigadores en este país, antes llamado España. La familia tradicional ha muerto, sin necesidad alguna de aludir a los matrimonios homosexuales ni levantar polémicas adicionales.
Y es que la Navidad no solo es la Navidad, la celebración del nacimiento del niño Dios se ha transformado de una manera lenta, larvada durante años, en una mezcla absurda y odiosa de mercantilismo y egoísmo. Del ?pues hacemos alegrías cuando nace uno de nos, ¿qué haremos naciendo Dios?? a la oferta de vacaciones en la nieve; de los deseos sinceros de paz y amor se ha pasado al compre usted hasta que su tarjeta se derrita, y del siente un pobre en su mesa al vamos a epatar a los cuñados con mi flamante ritmo de vida. Eso, el que tenga suerte y siga teniendo casa donde celebrarlo. Los Reyes Magos son asesinados cotidianamente por ese gordo hipócrita y sajón vestido de rojo coca cola, que entra como un ladrón por nuestras ventanas para robarnos con nuestra identidad, muchas posibilidades para ser felices.
Los grandes grupos de comunicación, empelando a veces el ariete del cine made in hollywood, y otras veces unas técnicas que dejarían a Goebbels hecho un aprendiz con calzón corto ("vuelve a casa vuelve", ?el turrón más caro del mundo?, etc.) han logrado darle la vuelta. La Navidad, el espíritu de la Navidad, si no ha muerto, está a punto de entrar en la unidad de cuidados intensivos. Mr. Scrooge puede dormir en paz, nadie quebrantará su sueño.
Quedamos pocos hogares donde sumergidos en la intimidad familiar, se prolongan las sobremesas en la medida en que nuestras aceleradas vidas nos lo permiten. Y quien no puede entrar en el sueño, bien por falta de capacidad adquisitiva que mentirosamente es un prerrequisito necesario, bien por falta de una familia donde refugiarse, o bien por ambas carencias de manera simultanea, entra en el vórtice del dolor, en ese gran estercolero mental que consiste en saberse un naufrago en un continente construido con balsas.
Navidad debería ser, exclusivamente, amor. Amor a la familia, si, pero sobre todo amor al prójimo. Reconozcamos que el prójimo en esta sociedad nos importa tres higas, nos basta mirar a nuestro ombligo autocomplaciente y, caso de que falle esta búsqueda de la felicidad donde no puede encontrarse, se tiende a refugiarse en el dolor, en la comida rápida, en un ateismo pret-a-porter o simplemente pegarse dos tiros.
Nos queda buscar un culpable, y para este crimen, en el que me erijo como juez y fiscal con o sin su permiso, está bien claro: el capitalismo desaforado que ya condenara Su Santidad Juan Pablo II. Un ejemplo me lo daba hace poco una asociación de comerciantes a la que quiero mucho y con la que colaboro siempre que puedo, pequeños todos ellos que resisten el embate de las grandes empresas que les acosan con ayudas implícitas o explícitas de los gobiernos de izquierda o centro (recordemos siquiera sea someramente que en nuestro país no existe la derecha). Estos amigos decidieron engalanar las calles, así como llevar a cabo alguna idea que iba un poco más allá. Mercantilismo, si, pero en este caso de subsistencia: no son pocas las pequeñas empresas que resisten todo un año de presión gracias a momentos puntuales como este. Y desde luego, no es capitalismo, que es la confusión típica de los liberales: el capitalismo no está en estos negocios de subsistencia que pasan de generación en generación, está en esos miles de millones de euros que solo juegan a la especulación. Pues bien, como de rondón en un bajo entre ellos estaba ubicada una oficina del BBVA, se les ocurrió la ingenua idea de que estos podrían ayudar como todos los comercios vecinos. Santa Inocencia. Incluso creyeron que aportarían más de los poco que ellos, pobres y pequeños, podían meter en la caja común, más sabiendo que en gran número eran clientes suyos. Dios proteja a los ilusos. Pasaron de ofrecer pagar la tercera parte de lo que era habitual a negarse rotundamente a pagar un mísero euro. ¿Para que aportar nada, si la calle ya estaba decorada por los demás?. Todo grano hace granero, debió pensar el director de la agencia mientras frotaba sus mandos refocilándose con la premonición de las palmaditas en la espalda que le darían sus jefes ante tamaño ahorro para una empresa que genera millones y millones de euros. Así, ya podrían.
Conocer anécdotas como esta le dejan a uno con el mismo sabor de boca que debía tener el poeta catalán Francesc Pujols cuando, tras ofrecer una conferencia a principios del pasado siglo XX, presuntamente tras recibir un aluvión de preguntas sin sentido, respondió a una dama que le inquiría por lo que eran en realidad los ángeles. El poeta, al que imagino desesperado y agotado tras aguantar estoicamente el chaparrón, zanjó el tema diciendo ?Los ángeles son una cosa de la que nosotros, los hombres, tenemos los cojones llenos?.
Dejemos de lado a pervertidores de la fiesta y a pervertidos: amemos. A nuestras familias, quienes tengamos la fortuna de tenerlas, y, con ellas o sin ellas, a todos los demás. Déjenme, eso si, que en enero retome un punto de desprecio para esas entidades frente las que somos solo números, no digo personas, ni tan siquiera clientes.
Feliz Navidad y Próspero 2005
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