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Graal. La conquista y liberación

La tradición del Graal es ante todo, no nos engañemos, "una adaptación cristiana de un mito pagano". Este mito que para el cristianismo representa la sangre de Cristo derramada sobre una copa, es intrínsecamente, en su acepción más puramente heroica, la vuelta a aquello que un día entró en devenir, aquello que se olvida en el caminar del tiempo. Las imágenes que ha adquirido el mito del Graal en nuestra religión precristiana son innumerables, y todas ellas vienen a clamar por la unidad de todos los pueblos unidos bajo el mismo y único tronco étnico. La conquista del Graal, tras una batalla en la que te has de decantar en la vida o la muerte, significaría el retorno a la unidad perdida, a los orígenes, el dejar atrás los conflictos internos provocados en muchas ocasiones por los agentes extraños. Está claro que la tradición del Graal entraña una lucha espiritual encomiable para quien la emprende, cosa que no es fácil, pues el espíritu de la leyenda es simple y llanamente antiigualitario, es decir, no todo el mundo puede iniciarse en la lucha por la conquista del Graal, es sólo la élite la que puede hacer realizar el sueño de toda una civilización, pues la Gran Aventura que se adhiere al misterio del Graal es sólo posible para quienes son conscientes de la pésima situación contemporánea, para quienes están dispuestos a morir dándolo todo, sea cual sea el resultado definitivo del valeroso combate. No obstante, pese a la falta de posibilidades de salir victorioso, debe ser sabido que el triunfo se alcanza cuando se está ya en el más puro abatimiento, cuando prácticamente todo se ve bajo una visión de imposibilidad, cuando el mundo moderno ya ha quemado tus energías y lo has perdido todo, es entonces cuando el sacrificio cobra su recompensa, cuando el coraje personal alcanza su máximo esplendor. La tarea personal en este conflicto tiene un significado esencial, y más actualmente, en esta lamentable etapa histórica en la que hasta las cucarachas reclaman por sus derechos y las obligaciones personales juegan un papel insustancial, nadie puede incitarte a salir a la conquista de la piedra filosofal", o el elixir de la juventud imágenes paganas de la leyenda, cada uno por sí solo siente la llamada de su pueblo, la llamada de su estirpe ahogada éticamente. Debido pues a que la trama es una lucha personal, nadie ha podido jamás definiría exhaustivamente, pese a que no han sido pocos quienes lo han intentado. Es posible marcar un hipotético trazo de la Cruzada, pero nunca el desenlace, ni el momento crucial podrá ser aventurado por nadie. Se han encontrado conexiones directas entre la tradición del Graal y el Superhombre. Cuando exista el Superhombre, éste podrá emprender la búsqueda, pues sus características son las propias de quien está dispuesto a darlo todo, a sacrificarse. El Superhombre está librado de toda servidumbre a intereses ajenos, por ello tiene la capacidad suficiente para acudir a la llamada del mytho. La tradición del Graal siempre se ha pretendido identificar con el cristianismo, todos se hicieron participes de tan lúcida leyenda, sin embargo, a nosotros nos es indiferente la óptica religiosa bajo la cual se mira, siempre que sea una muestra más del inconformismo de un pueblo, de la tarea personal dignificada, del afán de lucha... El Graal es un combate antiindividualista, de sacrificio individual, pero entregado a la colectividad si pedir nada a cambio, es un dar sin recibir. es un acto por el bien común antes que el propio. contra todo egoísmo, es la entrega por la estirpe hoy avasallada.

Tomado de J. Gómez Alternativa Joven

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El Papa pide moralizar la economía

En una recepción a la fundación "Centesimus Annus - Pro Pontifice" el pasado 11 de Septiembre el Santo Padre Juan Pablo II dijo que "aunque la economía y la moral, cada una en su ámbito, se apoyan en principios propios, sería un error afirmar que el orden económico y el social son tan dispares y separados, que el económico no dependa en ninguna manera del moral".

De nuevo el Papa ha vuelto a desacreditar el espíritu del capitalismo, cuyos móviles son el lucro y la acumulación. Una de las características de la organización económica de nuestra época consiste en el máximo respeto que se concede a determinados principios de la actividad económica, de suyo meros postulados relativos o instrumentales, que se han convertido en virtud de la mentalidad liberal e individualista imperante, en pilares insustituibles de la organización social. La libertad económica en el ámbito de la inversión, de la organización de la empresa, del reparto de beneficios... no son meros enunciados formales sino prácticas consolidadas en la actividad económica que afectan directamente a la dignidad humana.

En este sentido Juan Pablo II ha señalado que la actividad financiera no debe "violar jamás la dignidad del hombre". Hoy día los criterios para determinar la salud económica de una sociedad se reducen a cifras macroeconómicas. Estos parámetros esconden un sofisma inaceptable. Cuando una política económica satisface de alguna manera a la mayoría, la economía parece que funciona. Es la filosofía liberal del gobierno de las mayorías llevada al orden económico. No es bastante para justificar un sistema económico argumentos como la creación de una amplia clase media, ni aquello de que se ha universalizado el sistema de pensiones, ni aquello otro de que los hijos de los obreros pueden ir a la Universidad. Es cierto que se trata de medidas que mitigan la injusticia. Pero no nos olvidemos que se trata también de recursos cuantitativos que en nada alteran la sustancia de un sistema económico esencialmente injusto, cuyo principio motor se fundamenta en una férrea opresión sin fisuras del capital sobre nuestro pueblo. Cuando las condiciones de la relación entre capital y trabajo siempre vienen impuestas por los intereses del dinero, la subordinación va más allá del mero protagonismo del uno sobre el otro para convertirse en tiranía. Cuando el capital obtiene pingües beneficios, nadie piensa en repartir el superávit. Cuando el capital no gana lo previsto, la llamada ley de la oferta y la demanda condena irremisiblemente al trabajo a la postración y la miseria.

Si pretendemos que el respeto a la dignidad humana sea un límite a la actividad económica y máximo punto de referencia de la misma, inevitablemente hay que acabar con esa ilimitada libertad de maniobra del dinero. Hay que acabar en definitiva con una desmedida relevancia en lo jurídico y lo moral del capital frente al trabajo que se llama capitalismo.

de No importa

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