OPINIÓN
Los sabores del verano

Juan V. Oltra

Donde se ventila, en cuatro etapas, esta época del año tan agradable, a la par que insoportable.

Primer sabor. Ácido.

Cuando la electricidad en España era un monopolio, algunos clamaron por una libertad de mercado que permitiera que la competencia mejorara el servicio. Resultaron ser hipócritas o ilusos en el mejor de los casos, pues el desenlace lo tenemos bien a la vista. Luces que no iluminan, ventiladores que no ventilan y ancianos que se ahogan dan fe de las mejoras que el mercado eléctrico ha sufrido. Dado que (que menos) el gobierno marca el límite de la tarifas (algo imprescindible para que esto no se convierta en una merienda de negros donde nosotros no seriamos más que el vermut) las empresas deciden sacar dinero de uno de los sitios donde menos deberían: de la partida de renovación de instalaciones. Así pues, se sirven de equipos pagados con dinero de todos sin mejorarlos mucho más allá de una mano de pintura, mientras las lipotimias invaden los hospitales.

Recordaban los viejos de mi familia como, antes del monopolio, en la casa de mis ancestros (antes ubicada en medio de la huerta y hoy a punto de sufrir un PAE), habían dos contadores: cuando una compañía no cumplía, se pasaban al otro. Por su propio interés ya procuraban no fallar demasiado, pues una anomalía no implicaba solo ausencia de consumo unos minutos, sino los meses que hicieran falta hasta que la competencia fallase también. Claro que esto, hoy, sería mera utopía, pues hemos pasado del monopolio estatal al monopolio particular, fragmentado por taifas. Si se puede, me reafirmo en mi preferencia por el primero.

Segundo sabor. Salado.

Editorial Actas ha tenido la impagable idea de reeditar un clásico del siglo XX: "La fiel infantería", del genial Rafael García Serrano, en una colección dirigida por ese historiador de casta que es Rafael Ibañez ("Estudio y Acción", "Escritores en las trincheras"...). Libro imprescindible en anaqueles particulares y que sin duda ayudará a sobrellevar el tórrido calor que nos azota, tenga la culpa Kioto, los incendios forestales o el sursum corda .

Dado que hace poco asistimos con una mezcla de ilusión e incredulidad a la reedición de "Plaza del Castillo" por El Mundo, solo queda que algún alma de buena fe reedite "La Ventana daba al río" para poder completar la "Opera Carrasclás" de García Serrano en el siglo XXI. Libros que, pese a quienes pese, están llamados a ser admirados en siglos venideros. Y a ser disfrutados en una hamaca entre pinos por este su seguro servidor.

Tercer sabor. Amargo.

Metido en uno de esos múltiples atascos que esta época nos regala, quien más y quien menos ha asistido a las extrañas maniobras de algún gamberro para desembarazarse del poco cerebro con el que han sido dotados: adelantamientos en lugares nada propicios, curvas tomadas a ritmo de fórmula uno y, sobre todo y por desgracia, ríos de alcohol y otras sustancias alucinógenas corriendo por sus venas.

Y mientras, los jueces sin darse cuenta de que un coche conducido por un borracho es un arma letal. Y ese coche en medio de una carretera con un energúmeno dentro conservado en coñac es más peligroso que aquel otro con el mono y la ballesta. Condénense a estos sujetos con igual dureza que si hubieran entrado armados en una hamburguesería, limpiando la escopeta, guiñando el ojo y exclamando "soy el ángel de la muerte". O eso o tendremos que dar la razón a aquellos que piensan que hay no ya delincuentes de primera y de segunda, sino justicia que no honra su nombre.

Señor juez ¿usted conduce? ¿y sus hijos?. Piense en tantos jóvenes que pierden la vida en las carreteras y endurezca esas manos que tiene bajo las puñetas. O eso o se arriesga a que le mandemos a fabricarse más.

Cuarto sabor. Dulce.

Mi universidad, como tantas otras, en verano alberga a un montón de niños en la aquí llamada "escola d´estiu". Los padres nos apresuramos a apuntarlos (nunca se sabe si este invento resulta mejor para los niños o para nosotros) y los niños, de todas las edades, disfrutan de una escuela diferente, donde algo aprenderán, pero sobre todo se refrescan y se divierten. Aprovechando una pausa para tomar café, me encaminé a la búsqueda de mi hijo por todo el campus. Tarea ardua, pues mi universidad hace tiempo que excedió las dimensiones de una pequeña ciudad. Al fin, los vi reunidos al lado del estanque de los peces, mirando todos pasmados a un orador no atípico en el escenario pero si ante ese público: el Rector, que será magnífico, pero también querido. Se les presentaba como un "amiguito" más. Poco de su charla recuerdo, pues la envidia me corroía. No cambiaría mi pellejo por el del rector más que para dos o tres actuaciones... y para poder ser llamado "amiguito" por cualquier calle de mi ciudad al paso de uno de tantos millares de niños que han pasado por las distintas ediciones de la "escola d´estiu".

Y como resulta que esta idea de la "escola" es fenomenal y está incluso mucho mejor resuelta de lo que cabría esperar, van mis más efusivas felicitaciones para mi querido Rector, Justo Nieto. Solo me queda pedirle otra "escola" para los profesores... Justo, yo también me quiero ir de campamento, hoy me siento más niño que doctor.


 
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