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La universidad que
viene Juan V. Oltra |
Este año que empezamos a deshojar, va a ser clave para la universidad española. Ya hace ya algún año de la declaración de la Sorbona, con la que se inició en Europa un proceso “para promover la convergencia entre los sistemas nacionales de educación superior”, o dicho en román paladino, para que un alumno de cualquiera de las universidades europeas sea intercambiable por otro. Poco después, los ministerios de cada país de la Unión firmaron la Declaración de Bolonia, dándose una fecha para llegar a esa meta: el 2010. Con Europa (en versión amplia, pues se han sumado
unos cuarenta países), estudiando cómo aplicar este ambicioso plan,
España esperaba para ver si las normas que desarrollarían el Espacio
Europeo de Educación Superior en España, tras haber pasado con el PP
por el proceso de globos sonda y hasta aprobaciones por las
universidades, salían finalmente adelante o el gobierno decidía darle
un par de vueltas más en el horno antes de servirlo en la mesa revuelta
de los campus. Aunque la práctica de la ministra, que nos tenía
acostumbrados al ya clásico un pasito “pa´lante” y dos pasitos
“pa´tras” del gobierno de José Luis y su guitarra, hacía temer
que las normas prometidas tiempo atrás (Reales Decretos que regulan la
estructura de las enseñanzas y los estudios de Grado y Postgrado) no
asomarían la naricita hasta dentro de dos o tres metidas de pata más
de Moratinos (bien mirado, fíjense que doy un plazo breve), el Consejo
de Ministros por fin dio salida a los mismos el pasado viernes 21 de
enero. Esta nueva enseñanza superior europea unificará a
los países, estructurándose en titulaciones de Grado, master y
doctorado. El primer nivel, denominado “Grado”, comprende las enseñanzas
universitarias que buscan lograr la capacitación de los estudiantes
para integrarse directamente en el ámbito laboral europeo con
cualificación profesional. El segundo nivel se denomina “Postgrado”
e integra los estudios dedicados a la formación avanzada que otorgarán
al alumno el título de “Máster” y los conducentes a la más
elevada dignidad académica, el título de “Doctor”. Y aquí empiezan los líos. Nuestras carreras técnicas de tres años, deben crecer. Y las superiores, de cinco, deben bajar o reconvertirse. El brillo de las navajas se deja ver en los paraninfos, defendiendo hasta la muerte materias que nunca debieron incorporarse a ningún plan de estudios con un mínimo de sentido común. Y eso no es todo… nuestra estructura en créditos (un crédito equivale a diez horas de docencia) habían convertido las clases en un “agárrame que tengo prisa” donde, con honrosas excepciones, los docentes se dedicaban a evacuar todo su temario a una velocidad que marearía al mismísimo Fernando Alonso. Ahora, los créditos cambian, pasan a ser “ECTS” (sistema de transferencia de créditos europeos) que mide no las horas empleadas en clase… sino las horas de trabajo del alumno. Las materias deben reducirse a lo indispensable, lo que el alumno no debe dejar de saber, y sobre esto, el discente debe trabajar, por su cuenta y dirigido por el profesor, hasta comprobar que se han alcanzado las metas de conocimiento propuestas. Cuando nuestras asignaturas anuales pasaron a ser cuatrimestrales, lo típico era ver cómo ningún temario se amputaba, sino que se embutía… y me temo que algo parecido sucederá de nuevo. Sí, se han hecho intentos por parte de algunos locos entre los que me cuento para ver cómo, dentro de un sistema tradicional, podíamos intentar lograr lo que se esperaba de nosotros. Mezclar churras con merinas, vamos. Personalmente he quedado contento con los resultados de aprendizaje alcanzado por mis alumnos, aunque he de decir que he trabajado unas dos veces y media más que con el sistema tradicional, lo que me hace temer que cuando esto sea norma universal y todas las asignaturas y no sólo las voluntarias deban adentrarse en este bosque, llegará el quebrar de huesos y el crujir de dientes, mientras los sindicatos buscan ramas verdes para salvar el alma progresista de la ministra y de todo este gobierno de socialismo Zen bien intencionado. Y eso que aun no hemos hablado del coste.
Sólo la introducción del nuevo sistema de créditos para los
alumnos en las universidades suizas, por poner un ejemplo, costará unos
34 millones de euros. Cataluña, ya a cuatro días de la aprobación ha
amenazado con recurrir al Tribunal Constitucional pues, según el
portavoz del gobierno catalán, esto obligará a alargar algunas
carreras de tres a cuatro años, "sin dotación presupuestaria",
lo que siguiendo los cálculos del conseller de Universidades, costaría
a la Generalitat 50 millones de euros anuales. Así, nos hemos
encontrado con la paradoja de que el gobierno catalán apele a la "lealtad
constitucional" para que Educación dote de recursos públicos. Y es que el camino de Bolonia a Campo de Criptana es
largo. Recuerdo cómo un colega belga se quejaba, diciendo que sus
clases ya estaban masificadas, que tenía dieciséis (16) alumnos. No
quiero pensar lo que haría si tuviera que enfrentarse a aularios con
300 alumnos en el mejor de los casos; quizá se suicidaría. No, no
puede ser lo mismo enfrentarse con esas armas a la misma batalla. Ni con
unos alumnos que llegan de una enseñanza secundaria con una legislación
absurda que los ha descolocado de los primeros puestos mundiales a la
cola, el puesto 22º de los 29 de la OCDE según el informe PISA. Todo esto, sólo es un principio, al que
probablemente volveré pues me temo que nos espera un año caliente en
la universidad, y es que, como dice el proverbio indio, se pueden cortar
todas las flores, pero no se puede impedir el retorno de la primavera. Juan V. Oltra |