Un mensaje dejado en nuestro foro por una amable lectora me mueve a dar
una respuesta más abierta que la mera réplica personal, alterando la idea
que llevaba para el artículo de esta semana. No se trata de nada de rabiosa
actualidad pero si de algo principal, y como uno tiene siempre en mente
dispuesto a contradecirlo un dicho argentino que viene a decir que lo urgente
no deja tiempo para lo importante, trataré de esbozar al menos mi visión
al respecto.
Se quejaba nuestra amiga Carolina de lo fácil que resulta manipular a los
jóvenes universitarios hoy? algo que no deja de ser del todo cierto, aunque
con los necesarios matices. En realidad nos encontramos ante un problema
con múltiples facetas, muchos orígenes y demasiadas consecuencias.
En primer lugar, siendo honrado, debo tirar piedras sobre mi propio tejado.
El personal docente hoy, empujado por una normativa un tanto absurda desde
mi humilde punto de vista, se ve empujado a centrarse en sus labores de
investigación y olvidar un tanto su aspecto puramente docente. Humano y
comprensible: la única forma de subir escalas y de mejorar su posición es
esta, la docencia es en un buen número de casos una tarea tomada como secundaria,
tanto que muchos intentan liberarse de ella? algo preferible a otra postura
acomodaticia que también puede verse, consistente en convertirla en mera
exposición de los últimos trabajos de investigación efectuados: materias
que quizá quedaran grandes hasta en un tercer ciclo contadas en ocasiones
a chicos en los primeros cursos de una carrera.
Al margen de este desprecio por la docencia provocado en buena medida por
los distintos ministros del ramo que se han sucedido en los últimos decenios,
no debe olvidarse la figura de aquellos docentes que, esquivando la cacofonía
con el término decente, emplean su posición, invocando la sagrada libertad
de cátedra, para adocenar políticamente a cuanto inocente se cruce en su
camino. Y si al menos fuera para la política con mayúsculas y no en la micropolítica
universitaria o para su empleo como carne de cañón quizá aun lo comprendería,
aunque siguiera sin compartirlo. Así pues, con estas dos familias de la
fauna profesoral, importantes pero no únicas, danzando entre los discentes,
empieza a parecer menos raro que entre unos que cuasi desprecian a su alumnado
como tal y otros que directamente lo manipulan, parte del alumnado esté
predispuesta a ser maleados por los que aparentemente (y ojo, solo aparentemente)
si les hacen caso.
Pero no solo encima del estrado se encuentran las culpas. El estudiante
actual tampoco responde en su mayoría al estereotipo que puede tener en
mente aquel que dejara las aulas hace tan solo unos pocos lustros. Probablemente
condicionado por un sinfín de causas (la tan traída LOGSE, los cambios estructurales
sufridos por la familia española e incluso el abuso de la telebasura en
la época en que sus esquemas mentales se están formando) , lo cierto es
que parece que en un buen número de casos su maduración se retrasa. No solo
por una falta de base cultural que hace llorar cuando al deslizar la mirada
por un texto nos encontramos con los escollos de las múltiples faltas de
ortografía, sino por actuaciones que serían más propias de niños maleducados
que de estudiantes universitarios: mozas en edad de merecer que se cepillan
el pelo sentadas en la primera fila de un aula mientras se imparte clase,
gañanes sentados a pocos metros unos de otros que se mandan entre sí mensajes
de teléfono móvil a teléfono móvil, intercambiándose risas y sonrisas a
la llegada de estos? todo esto retrasa la asimilación de información precisa
para discernir, el bagaje intelectual que nos protege de manipulaciones
varias. Si esto falla, los manipuladores tienen ya arado el campo donde
dejar su semilla de discordia, donde crezcan arboles adocenados.
Evidentemente no es algo universal. Afortunadamente también abundan los
chicos y chicas formados intelectualmente de manera que no solo evitan seguir
el juego de la adolescencia sino que se internan en una mayoría de edad
que les permite liberarse de corsés mentales? aunque el zarpazo dado por
la vulgaridad es tan grande como para empezar a preocuparse?
Podría verse en el afán de hipertitulación de la sociedad, que satura el
mercado de abogados y médicos y procura un vacío de fontaneros y electricistas
en el mercado, una posible causa de esta mansedumbre. Niego la mayor. La
universidad afortunadamente hace tiempo que dejó de ser un coto cerrado
de las clases altas sin que eso nos trajera más que positivos efectos sociales
y, por otra parte, conozco personas sin ningún tipo de título académico
con una inteligencia natural deslumbrante y una cultura general arrolladora
y, por otra, también trato con doctores en diversas disciplinas que no son
más que zoquetes con título adosado. El problema tiene raíces más profundas
y alambicadas, como ya apunté. Y la solución? la solución daría no para
un artículo sino para ahogarse en ríos de tinta china.
Juan V. Oltra es Doctor Ingeniero en Informática,
autor de diversos libros y
Profesor de la Universidad Politécnica de Valencia